top of page

Las deudas que mataron a José Asunción Silva

Por: Iván Gallo

Editor de contenidos




No había un tipo más sofisticado en la Bogotá de finales del siglo XIX que Silva. Algunos podrían creer que era un snob, su obsesión por hablar sobre los temas más importantes de la literatura y de la vida en francés podría ser irritante. Si miras una fotografía de él podrías encontrar fácilmente su belleza, su barba de hípster no tiene nada que ver con los anquilosados bigotes que acostumbraban llevar nuestros decimonónicos abuelos. Si, claro que sabían en esa Bogotá provinciana que José Asunción hacía poesía, pero sus deudas lo precedían.


Uno de los hombres que más lo conoció, no porque lo haya tocado sino porque persiguió su fantasma, Fernando Vallejo, afirma en su magnífica biografía Chapolas Negras, publicada en 1996, un siglo después de su suicidio “Cuando a Silva le entraba un peso ya debía dos. El peso que le entraba (prestado) se lo gastaba y así quedaba debiendo tres. Cuatro con los intereses. Sacaba grandes anuncios de su almacén en primera plana, en El Telegrama, todos pensaban que le iba muy bien y le prestaban cuatro. Y cuatro y cuatro son ocho y ocho dieciséis. Así vivió. Así murió”.


La carrera séptima a mediados del siglo XIX se llamaba La Calle Real. Allí estaban los principales negocios de la ciudad. El papá de Silva le dejó un almacén en donde vendían todas esas cosas por las que Silva quería seguir viviendo, zapatos de Viena, champán de Francia, tapetes de Persia. Pero al parecer en la gris y triste Bogotá de esa época no había clientes para esos lujos. Sagaz, Silva se gastaba sus pocas monedas en anuncios publicitarios en la prensa local. Eran versos para enganchar compradores. Mientras tanto las deudas, implacables, cumplidas, se iban acumulando. Doña Paz Martínez de Casiani, la dueña del local en la Calle Real, tuvo que aguantarse siete meses sin que el bardo le pagara un solo peso de arriendo. No era a la única a la que le debía. En el momento en el que decidió pegarse el tiro debía 208.975 pesos. El maniroto, que había podido tener esa cantidad, decidió gastársela reformando la casa que tenía en las afueras de Bogotá. Era un descarado.


Hubo dos tragedias personales que impulsaron a Silva al suicidio. Elvira Silva, su segunda hermana, murió de 22 años en 1892. La neumonía la consumió en unos cuantos días. Era considerada la joven más hermosa de la ciudad. Silva tenía sobre ella una fascinación que no calmó la muerte. Parecía uno de sus amantes un tanto necrófilos que describió Edgar Allan Poe en tantos de sus cuentos. La situación económica del poeta ya era desesperada, sin embargo decidió hacer un entierro fastuoso, imperial, que acrecentó aún más la deuda. La ciudad estaba tan consternada por esta muerte que los periódicos locales le hicieron cientos de homenaje.


El último paso hacia la muerte ocurrió con el naufragio de los ocho pianos Apolo que él mismo se encargó a traer desde Dresde en barco. Intenten hoy, en una lancha con un motor a todo motor, pasar por este lugar en donde el Magdalena desemboca en el Atlántico. En uno de los edificios altos que quedan en Barranquilla cerca al malecón se ve como cambia de color. Los tiburones están allí, esperando impenitente. Incluso cerca a este lugar hay un islote de pescadores que se llama Puerto Mocho por la cantidad de personas que han perdido alguna extremidad por culpa de los ataques de los escualos.


Allí naufragó Silva en 1895 con sus pianos en el barco con el que pensaba cambiar su situación financiera. Cuando lo rescataron el poeta estaba esperando encima de uno de los pianos. El barco se rompió en mil pedazos entrando del Atlántico al Magdalena. Así que no le quedó de otra que llamar a su médico con cualquier excusa, pedirle que le señalara en el pecho el lugar donde estaba el corazón para no fallar y dispararse. Silva, como las grandes estrellas de la poesía y también del rock, murió a las 31 años dejando una obra deslumbrante, moderna, que no envejece y que sigue emocionando. Lamentablemente para él su sueño máximo era tener plata para gastársela como lo que siempre fue, un dandy. Nunca fue culpable de su talento.


bottom of page