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Las guerras que no pudieron arrodillar a Piedad Córdoba

Por: Iván Gallo- Editor de Contenidos


Fotos tomadas de: El Colombiano


A Piedad Córdoba le costó mucho sufrimiento ser fiel a su palabra. Su papá, el maestro Zalubón Cordoba, le enseñó la importancia de ser consecuente cuando tenía 12 años. Reunió a sus hermanos y a ella en una mesa y les dijo que esa noche podrían hacer lo que quisieran. Destapó un juego de cartas, abrió unas botellas y Piedad, alborozada, le preguntó si podía tomar licor. Zalubón asintió y le preguntó “¿Qué tienes que hacer mañana?” Ir a la escuela, le respondió. El trago que escogió Piedad fue el vodka, se sirvió un vaso, lo tomó sin respirar y al momento sintió que todo flotaba. Antes de que saliera el sol su papá le tocó su puerta. La niña no sabía donde estaba, el malestar galopándole por el cuerpo. Las ganas de vomitar. Zalubón no entendió de excusas, si se había comprometido a asistir a clases tenía que hacerlo. “No importa las circunstancias en las que estés siempre tienes que cumplir con lo que dices”. Nadie, ni sus más encarnizados enemigos, pueden acusar a Piedad Córdoba de inconsecuencia.


Piedad Córdoba se casó a los 17 años más por llevarle la contraria a su papá que por amor. Quería irse de la casa, empezar a hacer vida y cumplir con su palabra. Y, a pesar de cargar con esa rebeldía, jamás se le olvidó que sería siempre, la hija de Lía Ruiz, una maestra de Copacabana, blanca como una nube, y de Zalubón Cordoba, chocoano raizal y perteneciente a una de las familias políticas más reconocidas de ese departamento. Su incansable defensa por la diversidad la llevaba en la sangre. La adrenalina también. De la política le gustaba siempre estar al borde del desbarrancadero.


Arrancó en la política a los 30 años, de la mano de William Jaramillo Gómez, el último alcalde de Medellín designado por decreto antes de que se instaurara la elección popular en 1988. Le tocó tomar decisiones en una ciudad tomada por Pablo Escobar y su cartel. A Jaramillo Gómez no le quedó de otra que salir del país porque las amenazas de muerte se extendieron hasta a sus dos hijas, María Alejandra y María José. Piedad tomó su legado y sabía que, para ser consecuente en la política colombiana, tenía que estar dispuesta a derramar sangre. En 1994, siempre bajo las toldas del partido Liberal, Piedad llegó al Senado y fue reelegida cuatro veces.


Cinco años después, en 1999, las Autodefensas Unidas de Colombia, con la excusa de la causa antinsurgente, despojaba de tierra a campesinos, los asesinaba, los desaparecía. Y además soñaban con la legitimidad. Carlos Castaño, máximo jefe  de las AUC al lado de su hermano Vicente, se preparaba arduamente al lado de ideólogos como Ernesto Báez para tener un discurso político convincente y poder entrar a una negociación de paz con el gobierno y así no perder la fortuna y el poder que habían conseguido a punta de masacres. Ese año Piedad era la presidenta de la Comisión de Derechos del Senado y ya señalaba la estela de muerte que venían dejando los paracos . Se encontraba en la clínica de ortopedia en el Poblado cuando entraron unos hombres disfrazados de funcionarios de la Fiscalía, la obligaron a montarse en una camioneta y se la llevaron hasta Córdoba. Allí, en una finca, la esperaba Carlos Castaño.


La metieron en un cuarto de tejas de zinc, con el suelo sucio y su única cama era una manta. Castaño empezó a increparla. Le dijo que ella era la tesorera del ELN. Lo único que estaba haciendo Piedad era ser un vaso comunicante con los secuestrados. Intentar su liberación. Piedad no se amilanó con un hombre con el nivel de violencia de Castaño. Se ganó su respeto. Incluso el comandante de las AUC miró las condiciones en las que estaba la senadora y le dijo que la iban a llevar a un lugar mejor, cerca al mar. Nunca cumplió. Piedad creyó que iba a salir de allí muerta.  A los 15 días la liberaron. Lo primero que hace Córdoba es buscar a Jaime Garzón. Había escuchado de boca de Castaño la intención de matar al comediante. Los paras estaban convencidos de que él negociaba con secuestros. Castaño afirmaba tener conversaciones grabadas de Garzón en donde comprobaba todas sus acusaciones. Todo esto se lo contó Piedad Córdoba a Hollman Morris en una entrevista en su programa Contravía. La senadora incluso intentó hablar con el entonces presidente, Andrés Pastrana, sobre el riesgo que corría Jaime. Nunca le dio una cita. Con el que sí se encontró fue con el propio Garzón en un almuerzo en el restaurante El Patio en la Macarena y le dejó claro que lo estaban buscando para asesinarlo. No pudieron cambiar el destino.


Fue directora del partido Liberal y una de las pocas políticas que no se le arrodilló a Álvaro Uribe cuando su presidencia tenía más del 70% de favorabilidad. Sin embargo, en el 2007, se dan la mano y decide ayudar al gobierno a acercase con las FARC. El puente sería Hugo Chávez Frías.


La amistad de Piedad y Chávez fue tildada por muchos de traición a la patria. Periodistas tan rigurosos como Gerardo Reyes afirman que una de las razones por las que el líder de la Revolución Bolivariana creía en Córdoba, fue por los consejos que le dio la Gran Yorba, su pitonisa de cabecera. En el consultorio que tenía en Petare, la Gran Yorba le profetizó a Chávez que Piedad sería la primera mujer presidenta de Colombia. La senadora rechazó la investigación de Reyes y lo trató de Mercenario. El periodista publicó un libro sobre su relación con Alex Saab en donde no queda muy parada.


A pesar de las calumnias que salían en la prensa tradicional y en la opinión pública, insuflada en ese momento de uribismo puro y duro, la intermediación de Chávez y Piedad dio sus frutos. En unos cuantos meses fueron liberados la ex congresista Consuelo González y la ex candidata vicepresidencial Clara Rojas. Mes y medio después salieron de la selva los ex congresistas Luis Eladio Pérez, Gloria Polanco, Orlando Beltrán y Jorge Eduardo Gechem. Después de que se rompieran las relaciones entre Chávez y Uribe y se divulgaran las fotos de Iván Márquez en el Palacio de Miraflores, Piedad, por su cuenta, logró la liberación de pesos pesados en poder de las FARC como Alan Jara o Sigifredo López quien agradeció, pocas horas después de su muerte, la ayuda que le presó la senadora.


A Piedad le pagaron con el desprecio. Si, tenía gente que la adoraba, pero hubo una época en la que en cada vuelo, en cada restaurante tenía que resistir con estoicismo los insultos. Eso no le dolió tanto como la decisión que tomó la Procuraduría del ultraconservador Alejandro Ordoñez de destituirla e inhabilitarla de cualquier cargo público en un periodo de 18 años. Se sintió traicionada por sus compañeros de bancada y por buena parte del Congreso quien no reaccionó a lo que ella consideró una injusticia. El ostracismo sólo duró seis años ya que el Consejo de Estado tumbó la decisión en el 2016. Con la llegada de Petro Piedad, crítica, ácida, única, se subió al bus del Pacto Histórico en donde hizo en eventos públicos algunos reparos o decisiones de la colectividad.


Además estaba la enfermedad, sus continuas visitas a la UCI, ver como su hermano Álvaro Córdoba se declaraba culpable por tráfico de drogas en Estados Unidos.


A veces tenía momentos de gozo, de paz. Su cumpleaños número 67, celebrado el 25 de enero del 2023, estuvo acompañado por sus más cercanos amigos e incluso un imitador de Héctor Lavoe la puso a cantar todas esas canciones que le gustaban. Cuando se supo su muerte sólo los políticos y periodistas más radicales no le perdonaron su consecuencia, su particular manera de vivir la política, siempre en la cornisa, con la adrenalina galopando, cumpliendo su palabra.



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