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Las heridas de Piedad Bonnet

Por: Redacción Pares


Foto tomada de: El Español


Hubo una época en la que los reconocimientos a escritores colombianos pululaban. El Rómulo Gallegos dado en 1972 a García Márquez arrancó una serie de premios para novelistas, poetas, incluso hasta periodistas. Pero de un momento a otro esa racha fue mermando. El premio recibido este lunes por Piedad Bonnet, el XXXIII Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, concedido por la Universidad de Salamanca y Patrimonio Nacional conjuntamente, es el reconocimiento a un trabajo constante un rigor que se nota cada domingo en sus columnas en El Espectador. María Dolores Menéndez, gerente de Patrimonio Nacional, destacó la habilidad para manejar el lenguaje con profundidad y belleza permitiendo que su poesía aborde temas difíciles como el desamor, la guerra y el duelo.


Escuchar a Bonnet es disfrutar de un viento tranquilo. No se nota que aún tiene las heridas abiertas. La literatura, más que vocación, es su tabla de salvación. En mayo del 2011 se enfrentó a la peor de las tragedias. Su hijo Daniel había tomado la decisión de acabar con su vida. Llevaba ocho años padeciendo un trastorno ezquizoafectivo que lo hizo lanzarse del apartamento en el que vivía en Nueva York.


Dos años después, en el 2013, terminó Lo que no tiene nombre, una novela sobre Daniel. La poeta ha escrito una y otra vez que no se trata de un tratamiento terapéutico ni nada parecido. Cada palabra dolió. Lo que no tiene nombre se encumbra como una de las grandes obras sobre el duelo, a la altura de El año del pensamiento mágico, en donde Joan Didion cuenta como en unos pocos meses perdió a su esposo y a su hija.


Pero, por más difícil que parezca, Bonnet no escribe desde el duelo. Escribe sobre la necesidad de seguir viviendo. La muerte de Daniel es uno de los actos azarosos que puede traer la vida. No hay auto condescendencia ni lágrima fácil en este relato breve, sólido, perfecto.

Como ella, Daniel también era un artista. Quería ser pintor. Metódico, iba guardando cada boceto que hacía perfectamente clasificado. Nada la hacía sospechar que pudiera guardar dentro de si tanto dolor. No sabía, por ejemplo, que guardaba un diario llena de frases duras. Jamás pensó que las cosas pudieran desembocar en el peor escenario y dice que “uno como madre espera que las cosas mejoren”. Por eso, cuando se entera de la decisión de su hijo, Bonnet no puede dejar de sorprenderse. Se metió de lleno en un libro que la flageló. Un libro que cada tanto tenía que parar su marcha porque si no sentía “que me iba a volver loca”. Un libro que, aunque breve, es exhaustivo, respetuoso, perfecto, hecho a partir de los apuntes que encontró de Daniel. Un libro en el que, de cierta manera, inmortaliza el espíritu de un joven artistas que sufría no sólo por la enfermedad sino por la necesidad de controlar su arte hasta el punto de llevarlo a la perfección.


El libro, escrito en seis meses, despertó la curiosidad no sólo de los amantes de la literatura sino de padres de familia que habían pasado por experiencias tan devastadoras como la suya. Recibía montones de cartas a diario y logró montar una exposición con la obra de Daniel. Piedad logró hacer una obra sólida, como la misma Didion, en donde pudo explorar otros sentimientos, otros temas. Pero todos los que leímos Lo que no tiene nombre sabemos que Daniel palpita adentro de ella. Que se ha transformado en un sentimiento y que no se irá jamás.


Para nuestro director, admirador profundo de la obra de Piedad, este premio significa esto: “A veces, tantas veces, en Colombia, ocurren cosas maravillosas, ocurrió una ahora, le dieron el premio Reina Sofia de Poesía Iberoamericana a Piedad Bonnett, su narrativa y su poesía contienen trazos, trazos indelebles  de su vida misma,  yo la miro desde abajo y le veo luminosa”.

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