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Las olimpiadas que armó Hitler para imponer al hombre blanco

Por: Redacción Pares




Nunca antes unas olimpiadas de la era moderna fueron más fastuosas. El Tercer Reich, a quien se veía con recelo en el mundo, sin que ninguna potencia tomara una posición decisiva contra ellas, mostraría su mejor cara. Después del tratado de Versalles, firmado tras la derrota en la I Guerra Mundial, Alemania había quedado arrasada. Su glorioso ejército se había reducido a 100 mil unidades, había perdido Alsacia y Lorena a manos de Francia y les habían impuesto una multa impagable que provocó una inflación y un desempleo monstruoso en Alemania. La caída de la bolsa de Nueva York agudizó aún más la crisis. Luego Hitler se atribuyó un supuesto milagro económico que tuvo que ver más con su impresionante aparato propagandístico.


De manera directa Hitler, con su voz chillona, le echaba la culpa a los judíos de la situación en la que estaba Alemania. El Pacto de Versalles, a todas luces desproporcionado e injusto había constituido una “puñalada por la espalda” al pueblo germano dado por los judíos que habían supuestamente conspirado contra el país. El viejo antisemitismo se despertaba y era aplaudido no sólo por el pueblo que estaba amargado por la derrota en la Gran Guerra sino por filósofos como Heidegger o artistas como Leni Riefensthal. El nombre suena a nada en estos momentos, casi un siglo después de los acontecimientos, pero en la década del treinta era la actriz más famosa de Alemania. Un rostro de Valquiria que era el orgullo del Reich. A su talento actoral se le sumaba el de dirigir.


En 1932 dirigió el largometraje La luz azul, que sorprendió a la crítica por sus escenas extremas en montañas y iceberg. Tenía la espectacularidad que estaba buscando el Reich. A través de su ministro de propaganda, el implacable Joseph Goebbels, el Reich quería posicionarse como si fuera una marca. Las svásticas, de rojo intenso, eran una pancarta que iba mucho más allá de un símbolo: era un manifiesto. Leni parecía ser la indicada para filmar un documental sobre el I encuentro del partido Nacional Socialista. Lo que grabó lo hizo con gruas que ella misma adaptó, travelings imposibles que ella adecuó a pesar de la pregaria tecnología de la época. Producto de eso filmó El triunfo de la voluntad, uno de los que es considerado, a pesar de la terrible ideología que revista, como uno de los documentales más importantes de todos los tiempos.


Así que Hitler pensó en ella para filmar las olimpiadas. Había que dejar el nombre de Alemania en alto. Estados Unidos se había negado a participar pero a última hora dejó ir a su delegación. Entre ellos se destacaba Jesse Owens, uno de los mejores atletas de todos los tiempos. Como saben, los 100 metros es el evento más importante en una Olimpiada. Para Hitler era fundamental que uno de los arios que encabezaba su equipo fuera el que obtuviera la medalla de oro. Pero se interpuso Owens, afroamericano, y muy a su pesar tuvo que darle la medalla dorada. Owens además ganó medallas de oro en los 200 metros, en la prueba del 4x1000 y en salto de longitud.


La sede de Berlín la habían ganado en 1931, dos años antes de que Hitler estuviera en el poder. Le habían ganado esa sede a Barcelona, que estaba pasando los estragos de la guerra civil. España fue de los pocos países que decidió no ir pero no precisamente por una posición contra Hitler sino por la confrontación que vivía dentro de su territorio.


Leni Riefensthal hizo Olimpia, la primera gran película sobre deporte y, también, sobre la necesidad de un país de mostrarse ante el mundo como una potencia. La historia nos da distancia, pero hace 90 años, antes de que empezara la II Guerra Mundial, la figura de Hitler era admirada por buena parte de los Estados Unidos de América. Aunque siempre hubo rumores sobre la solución final a los judíos sólo la llegada de los soviéticos a Polonia en febrero de 1945, constató que el Holocausto era real. Los Juegos Olímpicos de Berlín fueron ampliamente difundidos y admirados hasta que llegó el momento donde se vio la verdadera cara de Hitler. Afortunadamente para la humanidad son los juegos recordados porque un afroamericano, como Jesse Owens, fue capaz de darle una cachetada simbólica al feroz tirano y en su propia casa.

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