Por: Iván Gallo - Editor de Contenido

Me gusta el cine. Me gustan las películas. A veces ni siquiera me importa su ideologia. Nadie puede negar la belleza de un filme con un mensaje tan diabólico como El Triunfo de la voluntad. Joseph Goebbels, ministro de la propaganda en el Tercer Reich, le encargó a la cineasta Leni Riefensthal la creación de una película en torno al I congreso del partido Nacional Socialista. Era 1933, los albores del nazismo y había que hacer algo impactante destinado a que la gente, en masa, viera la supuesta grandeza de Hitler y los locos que lo seguían. El resultado fue una de las películas más revolucionarias en lo técnico y en lo visual de la Historia del Cine, un documental que 92 años después de su creación sigue despertando asombro. Así que cuando voy a cine lo único que espero es ver una buena película, sin importar que su ideología sea contraria a mis convicciones.
Había escuchado durante meses la indignación de los mexicanos como Emilia Pérez. La verdad, creí que estaban exagerando. Directores nacidos en ese país como Guillermo del Toro la habían defendido. James Cameron afirmó que era una belleza visual, una de las películas más atrevidas de los últimos años. Así que me atiborré de palomitas y coca-cola y entré al cine. Ver Emilia Pérez para un latinoamericano puede ser una experiencia tan desagradable como comer vidrio molido. No tengo nada contra los musicales. Lo que si odio son los malos cantantes. Por eso no soporto el reggetón ni a Iván Duque. Escuchar a Karla Sofías Gascón y a Zoe Saldanha durante dos horas y media entonar sus canciones podría ser un nuevo método para hacer confesar enemigos de Trump en la base de Guantánamo. La premisa es tan absurda como el español que habla Selena Gómez: un capo mexicano, llamado Manitas del Monte, quiere realizar su sueño, simular su muerte y hacerse una cirugía para convertise en mujer. Gracias a una abogada lo consigue. Reaparece en Londres, convertida en Emilia Pérez, quien de la noche a la mañana a purificado su alma y ahora quiere ayudar a encontrar los desaparecidos que ha dejado la guerra contra las drogas en México.
Entonces funda una ONG y ahí es más dificil empezar a tragarse la película. Porque hasta ese momento los números musicales y los monólogos en español de Selena son tan malos que llegan a convertirse en una excelente entretención. A mi me da regozijo los defectos ajenos. Pero cuando el director, un arrogante francés llamado Jaques Audiard, quien ha dicho públicamente que no investigó nada sobre la guerra en México porque estaba haciendo una obra de arte y no un noticiero, opta por venderle al primer mundo su versión libre de la desaparición forzada, uno de los horrores que hemos tenido que padecer en Latinoamérica, ya no queda otro camino que levantarse e irse.
En México la película ha sido un fracaso estrepitoso. Los fans de Selena Gómez tuvieron que pedirle disculpas al comediante Eugenio Derbez quien anunció que el filme -y la actuación de la idola del pop- eran una calamidad. Se han formado filas larguísimas de gente pidiendo la devolución del dinero. Un fenómeno parecido ha ocurrido en Argentina y en Colombia, en donde los desaparecidos han sido una constante histórica. Pero nuestra indignación no importa en el primer mundo. Ya lo dijo Trump, nosotros no importamos. Los miembros de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográfias que entrega los Oscar la ha nominado en 13 categorías. Es seguro que gane el premio a la mejor película extranjera. Una película sobre México en donde no hay un solo mexicano entre los protagonistas.
Entre las críticas que ha levantado la película está la del guionista mexicano Hector Guillén quien la destroza "México odia a 'Emilia Pérez'/Burla eurocentrista racista/Casi 500K muertos y Francia decide hacer un musical".
Con cinismo y mucha prepotencia Audiard respondió a las críticas sobre su poca rigurosidad con investigar debidamente la historia reciente de México de esta forma: "Puede que sea un poco pretencioso por mi parte, pero ¿necesitaba Shakespeare ir hasta Verona para escribir una historia sobre ese lugar?".
Ahora los latinoamericanos por fin entendemos la indignación que causó en la India una película multipremiada como ¿Quién quiere ser millonario? Y porque los judíos detestan La vida es bella. Es difícil hablar de lo que no se sabe y, sobre todo, hacer comedias o musicales con el dolor ajeno.
Es casi un acto criminal.
Por favor, no vean Emilia Pérez. Tampoco vean los Oscar.
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