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Las veces que el “Cucho” del Canal 2 de Cali estuvo a punto de morir salvando muchachos de las balas de la policía

Por: Redacción Pares


Foto tomada de: El Colombiano


Todo lo que supo de Justicia José Alberto Tejada lo aprendió de su maestro, el sacerdote belga Daniel Gillard. Sí, desde sus años de estudiante en el Instituto Técnico Industrial San Juan Bosco, de la mano de los salesianos, fue despertando su consciencia política. Tuvo profesores como Gustavo Álvarez Gardazeabal que lo incentivaron a leer, a saber que la vida era mucho más allá que despertar, comer y dormir. Desde esa época arrancó su labor como periodista. Fundó la emisora del colegio. Terminando el bachillerato se involucró en el grupo Cristianos por el Socialismo, grupo que lo llevó a los barrios, a tener contacto con la gente real. Mientas tanto iba estudiando Contaduría Pública porque de algo había que vivir.


Este tulueño de nacimiento se consiguió un empleo normal en el Banco Social Hipotecario, sin embargo el sentido de justicia jamás lo abandonó, se destacó como líder sindical, lo botan por sus posturas y ahí no se quedó con los brazos cruzados. Trabajó con Grupos Campesinos y con grupos de solidaridad de presos políticos, en ese proceso, en 1984, conoce al sacerdote Daniel Gillard. Más que un amigo fue una inspiración. Había llegado a Colombia en 1965 y desde entonces se había comprometido a trabajar de la mano de los que más lo necesitaran en el Distritito de Aguablanca en Cali, un lugar en donde siempre se ha anidado la pobreza.


El 10 de abril de 1985 Gillard se desplazaba en el barrio Vergel en un campero Nissan Rojo.

Iba hacia la parroquia del Señor de los Milagros, que estaba construyendo con recursos conseguidos en la comunidad cuando le dispararon cinco veces. Duró un tiempo en estado de coma antes de morir. El Estado estuvo detrás del asesinato y después se reconocería que sus asesinos pertenecieron al ejército. José Alberto se convirtió entonces en la cabeza del CECAN, la Corporación Cívica Daniel Gillard que le ha devuelto la esperanza a tantos jóvenes que no tenían motivos para estar ilusionados gracias a sus talleres formativos.


Cuando fue elegido Representante a la Cámara muchos se preguntaban ¿De dónde había salido? ¿Quién era ese don Nadie? En Aguablanca hace casi cuarenta años que sabían quien era José Alberto. En el 2005, después de una crisis económica que casi acaba con la corporación, decidieron ponerle la ficha a la creación del Canal 2 de Cali.


Si en Colombia es difícil hacer periodismo independiente, el periodismo combativo, el que intenta cambiar, formar, puede costar la vida. Mantenerlo al aire fue la lucha de la vida de José Alberto. Se preocupaba demasiado por los demás como para pensar en el reconocimiento propio. Y este llegó en el 2021 sin que él lo pidiera.


Cansados de abusos como la Reforma Tributaria que el entonces ministro de Hacienda Alberto Carrasquilla pasó al congreso, que empobrecería aún mas a los que tienen nada, hastiados de un sistema de salud que dejaba morir a los más pobres, la gente salió a la calle y no se volvió a entrar. Se conoció como el estallido social y arrancó el 26 de abril del 2021. Mientras los medios tradicionales casi que ponen sobre la mesa el término “Toma Guerrillera” y tildaban a los grupos de resistencia como La Primera Línea, de terroristas, pocos medios, algunos comunitarios como el Canal 2, salieron a mostrar la verdad, bien a costa de su vida.


A José Alberto, durante el estallido social, le llovieron amenazas. Algunas directas. Una de esas tardes pasó por el lado de un CAI en el Paseo del Comercio y un policía, entre risas, le dijo “Cucho, te vamos a picar”. Ya su rostro se había hecho conocido no sólo en la ciudad sino en el país. Algunas de sus transmisiones fueron icónicas. Tenía 64 años y estaba demasiado joven para morir cuando, el 1 de mayo del 2021, día internacional del trabajo, estuvo adentro de una de las protestas más efusivas y más brutalmente reprimida durante el estallido. Con su Sancho Panza, su infatigable y valiente camarógrafo, Johan Buitrago, se metieron al sector de la Luna.


Constataron que la policía realizaba disparos a diestra y siniestra contra los manifestantes, estaba a tres metros del lugar donde un joven cayó inconsciente. Una bala le había atravesado el pecho. Todo lo mostró a partir de su narración y del ojo que no se apagaba de Buitrago.


Si El Cucho transmitía las posibilidades de que la policía matara a jóvenes se reducían. El ojo que no se apagaba era la denuncia constante, el señalamiento al opresor. ¿Cuántas vidas no habrá salvado con sus despliegues digno del más valiente de los reporteros de guerra en Libia?

Estuvo así tres meses. Sus lives en redes sociales duraban horas. Pocos sabían su nombre. En esa época era conocido como “El Cucho del Canal 2”. En plena manifestación cumplió años y los muchachos de la Primera Línea se lo celebraron en Vivo. Mientras desconfiaban de todos los medios tradicionales, al Cucho lo trataban como un hermano. Era el legado no sólo del padre Gillard sino de San Juan Bosco, su santo favorito. El contacto con los muchachos que lo dan todo porque no tienen nada.


Mientras los grandes periodistas de Bogotá lo miraban con desconfianza e incluso algunos insinuaban que hacía todo esto por conseguir fama, José Alberto vivía una crisis económica fuerte. Los patrocinadores del canal, uno a uno, se iban bajando del bus. Le quitaron la pauta. Su militancia, su decisión de apoyar las causas justas por las que se luchaba le generó problemas con sus anunciantes. Y no cerró. Desde que tuviera ganas, una cámara e internet, seguiría llevando en vivo y en directo la verdad.


Al final valió la pena. Ganó un candidato que representaba el cambio y él consiguió un escaño en el Congreso, gracias, en parte, a la fe de esos jóvenes que vieron como se jugó la vida durante meses para contar la verdad. Lo que pocos sabían era que un cáncer le estaba quitando la posibilidad de disfrutar su más rutilante victoria. Igual, ¿Qué estoy diciendo? Para los hombres acostumbrados a dar la vida por los demás no existe mayor gloria que morir cuando se está en la cima.


Es la forma más segura de dejar legado.

 





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