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Leo Matiz, otro hijo ilustre de Aracataca

Actualizado: 17 mar

Por: Línea de Interculturalidad de Pares



Foto: La Opinión
Foto: La Opinión

El primer trabajo que tuvo Leo Matiz en México fue gracias a la recomendación de Porfirio Barba Jacob. Corría el año 1942 y el poeta colombiano, aún con seguidores en esa ciudad que alguna vez fue Tenochtitlán, le consiguió un empleo en la revista Así. Pero Barba Jacob le dio algo aún más valioso: un consejo que marcaría su carrera. Le recomendó visitar los cafés, escuchar las conversaciones de los borrachos, sumergirse en la atmósfera densa de cigarrillo y mezcal, absorber el color local. Matiz, con apenas 25 años, llegó a México con más experiencia de la que su juventud podía sugerir. Ya había trabajado para El Tiempo y la desaparecida revista Estampas. Había expuesto en República Dominicana y en El Salvador, pero al ver la inmensidad de la Ciudad de México, sintió miedo. No le aterraban los millones de habitantes que transitaban sus calles, sino el fantasma del fracaso.

 

Por entonces, los estudios Churubusco Azteca estaban en pleno apogeo. La industria cinematográfica mexicana competía con Hollywood, y de sus sets surgían estrellas como María Félix, Dolores del Río y Katy Jurado, así como grandes directores como Emilio “El Indio” Fernández y Juan Bustillo Oro. Pero la devoción de Matiz fue para Gabriel Figueroa, el legendario director de fotografía que incluso trabajó con Sergei Eisenstein, uno de los padres del cine soviético.

 

Mientras realizaba reportajes gráficos para la revista Así, en los que debía fotografiar paisajes —una tarea que no le entusiasmaba demasiado porque, como él decía, “el mejor paisaje es el rostro de un indio”—, comenzó a trabajar en el cine. Participó en varias producciones dirigidas por figuras como Julio Bracho y llegó a aparecer en los créditos de Fiesta Brava, una película de Richard Thorpe filmada en Hollywood.

 

Sin embargo, a Matiz no le interesaban tanto los escenarios como los seres humanos. A finales de los años 40 realizó una serie de retratos sobre los marginados de México. Cuando se los mostró a Luis Buñuel, el cineasta español, que por entonces intentaba afianzarse en la industria cinematográfica mexicana, este quedó impactado. Se dice que esa serie fotográfica inspiró Los olvidados (1950), la obra maestra con la que Buñuel conquistaría el Festival de Cannes y se consagraría mundialmente.

 

Pero si algo definió la estancia de Matiz en México, fue su relación con los muralistas. Admiraba a Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros, de quienes aprendió sobre composición, iluminación y perspectiva. Siqueiros, en particular, se convirtió en su amigo cercano. Sin embargo, la amistad terminó en un agrio enfrentamiento. En 1947, Matiz descubrió que Siqueiros había utilizado 500 de sus fotografías como referencia directa en los murales que exhibía en el Palacio de Bellas Artes, sin darle crédito alguno. Indignado, el fotógrafo lo demandó. La represalia de Siqueiros fue brutal: utilizó toda su influencia para arruinarlo y, finalmente, incendiaron el laboratorio fotográfico de Matiz. Sin más opción, el joven de 27 años abandonó México.

 

Pero el destino siempre colocaba a Matiz en el lugar y el momento indicados. Si no hubiera dejado México, no habría sido testigo de El Bogotazo. El 9 de abril de 1948, estaba en Bogotá cuando el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán desató una revuelta sin precedentes. Matiz capturó el horror con su lente y sus imágenes fueron publicadas en revistas de prestigio mundial como Life y Selecciones de Reader’s Digest. Un año después, en 1949, fue reconocido como uno de los diez mejores fotógrafos del mundo.

 

Viajero incansable, recorrió el mundo en los años 60 y 70, retratando su esencia con una mirada única. Su legado es tan vasto como su vida. El 24 de octubre de 1998, a los 81 años, Leo Matiz falleció. En Aracataca, su pueblo natal, pocos lo recuerdan. Pero ahí están sus fotografías, testimonio de su grandeza, prueba irrefutable de que fue otro de los personajes ilustres de Macondo. Su obra es inmortal. Su nombre jamás será olvidado.

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