Por: Iván Gallo
Fotos tomadas de Semana y Forbes Colombia
Cuando los guerrilleros de las FARC lo vieron por primera vez pisando el campamento de Casa Verde, no lo podían creer. Había tenido que cruzar una vereda entera cerca a Mesetas, enfangarse las botas pantaneras y llegar con toda su vitalidad a ser el emisario oficial del presidente Belisario Betnacur en sus intenciones de paz. Era 1984 y por primera vez que los guerrilleros veían en su campamento a un aristócrata. Desde entonces la historia de Álvaro Leyva es transversal a la de los procesos de paz que han tenido suceso en este país con guerrillas y grupos armados.
Leyva nació en lo que se conoce en Colombia como una “cuna de oro”. Es hijo del economista, abogado y político, miembro del partido conservador, Jorge Leyva Urdaneta. Senador, gobernador y ministro cuatro veces, nadie ponía en duda el peso que tenía dentro del partido. Cercano a Laureano Gómez la familia se exilia en 1953 huyendo de la ferocidad de Gustavo Rojas Pinilla y su golpe de estado. En ese momento Álvaro Leyva tenía 11 años cuando se trasladan a Nueva York. En esta ciudad incluso concluye el bachillerato. En 1957, una vez cae el dictador, la familia regresa a Colombia. Jorge Leyva intenta ser presidente de la República pero es derrotado. A los 56 años, después de un viaje por Hong Kong, Jorge Leyva Urdaneta contrae una gripa de la que no se recuperaría jamás. Moriría en 1968. En ese momento su hijo tenía poder dentro del partido conservador.
Era muy cercano a Misael Pastrana y estuvo con él en la campaña de 1970. Leyva se transforma en su mano derecha, en su secretario personal y en esa década, en su treintena, empieza a subir las escaleras para realizar su gran sueño, o mejor, cumplir con el destino al que parecía estar marcado: ser presidente de la República. Por eso a los 32 es concejal por Bogotá, a los 34 asambleista y a los 36 representante a la Cámara. Pero Misael Pastrana no le cumplió. No le dio el apoyo que necesitaba para lanzarse a la presidencia. En 1986 Leyva promovió una consulta dentro del propio partido conservador pero el respaldo se fue para las toldas de Álvaro Gómez. Se distanciaron unos años. Dicen que desde ahí Leyva tomó distancia, al menos ideológicamente, de su partido. Porque siempre ha sido un conservador. Un progresista conservador.
Sin embargo, Leyva le reconoció siempre la influencia que tuvo en su carrera el líder conservador. Le aprendió incluso a tratar con la guerrilla. A comienzos de los setenta Misael Pastrana fue tal vez el primer presidente que se comunicó varias veces con Manuel Marulanda Vélez, entonces máximo jefe de las FARC.
Apoyó, eso sí, a Belisario, como ministro y, sobre todo, cuando fue el primer gobierno en intentar un acuerdo con las FARC y también con el M-19. Todo terminó muy mal, con la sangrienta retoma al Palacio de Justicia. Había oficiales que estaban en contra de cualquier tipo de negociación con las guerrillas, uno de ellos fue su ministro de defensa el general Fernando Landazabal.
Desde los ochenta Leyva fue una rara avis dentro del partido conservador. Leyva recibió el título por parte de Belisario de “Verificador-garante” de los acuerdos de la Uribe, nombre que recibía en ese momento el alto comisionado de paz. Ese camino que tomó Leyva le trajo inconvenientes. Incluso hoy, a sus 82 años, el ex canciller debe recibir insultos por parte de sus rivales políticos, todos relacionados con una supuesta relación con las FARC. Siempre le adjudicaron, a este hombre que aborrece cualquier tipo de violencia, una simpatía por la guerrilla que jamás tuvo. Incluso en el diario El Tiempo Victor G Ricardo llegó a decir en una polémica declaración que “Tirofijo apreciaba a Leyva”. En lo que siempre creyó fue en la paz y por eso terminó de petrista. Por eso y por las ganas de aventuras.
Es que Leyva es un muchacho de 82 años. Sus amigos saben de su pasión por la velocidad. Aún sale a conducir, cuando su estrecha agenda se lo permite, una moto Royal Enfield 500, con su chaqueta de cuero y su altura imponente que los años apenas han reducido. Leyva es un facilitador. Andrés Pastrana lo usó de puente para acercarse a Manuel Marulanda Vélez, lo mismo hizo Samper con sus coqueteos de paz con las Farc. Participó en los diálogos de la Habana cuando la propia guerrilla lo designó, junto al abogado español Enrique Santiago, en una comisión independiente que discutiría los temas de justicia. Con toda esa trayectoria Petro vio que sería el canciller ideal para su Paz Total. No la tuvo fácil. Leyva, indomable, tiene la sangre caliente y la vitalidad del mismo hombre que se metió en un campamento de las FARC en 1984. Su conflicto con el establecimiento no se apaga con los años. El monopolio de una familia sobre los pasaportes en Colombia fue uno de los conflictos en los que sirvió de mosquetero a Petro. El otro es su reciente disputa con Santos por los acuerdos de paz y la probable ventana que se le abriría a la constituyente.
Incombustible, Leyva parece un Rolling Stones de la política. Está listo para seguir dando guerra en los escenarios que aparezcan.
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