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Libre, la gran aventura literaria de García Márquez de la cual ya nadie se acuerda

Por: Iván Gallo


Foto tomada de: El Universal


Fueron sólo seis números publicados entre los años 1971-1972. Fue Juan Goytisolo, exiliado de Franco, quien dio el puntal para crear una revista hispanoamericana en París. No era la única. Los derrotados de la Guerra Civil Española que se habían afincado en la ciudad luz emprendieron otras empresas -hazañas- culturales como la creación de las revistas Cuadernos (1.953-1965) a cargo de Julián Gorkin y Cuadernos de Ruedo Ibérico (1965-1974) de José Martínez, que duraron mucho más que Libre pero que no tuvieron su importancia. Aunque fue una revista pensada y creada para el exilio español, rezumaba entre sus colaboradores y también en el foco de sus artículos, el Boom latinoamericano en su máximo esplendor.


Julio Cortázar, por ejemplo, se despacha con un cuento. En ese momento su literatura ya estaba sofocada por el socialismo. La narración se llama Lugar llamado Kindberg y aunque aparecería después en antologías, ésta fue la primera vez que se publicó. Carlos Fuentes aportaba la inclasificable Nowhere y Octavio Paz uno de sus poemas en prosa que han envejecido de manera apabullante, El simio gramático y hasta cartas enteras del Che a Fidel escritas en 1957, cuando el destino de los rebeldes aún era incierto en la Cuba batistiana.


Pero la almendra de este primer número está partida en dos. La primera es el caso Padilla. A finales de los sesenta la Revolución Cubana se enfrentó a su primera batalla con los intelectuales. La detención del poeta Roberto Padilla, su confinamiento en las dependencias de la Seguridad del Estado y su posterior autocrítica en la asamblea de la Unión de Escritores- dividió en dos al grupo de escritores latinoamericanos que se conocerían como el Boom. Acá es donde Mario Vargas Llosa, Octavio Paz, Juan Goytísolo, Jorge Semprún y Carlos Fuentes, deciden cerrarle las puertas a Fidel. A otros como a Gabo, Cortázar, o el venezolano Salvador Garmendia, decidieron abrazarla aún más. Ninguno de estos tres cambiaría su posición. La revista, 53 años después de su publicación, se convierte en un documento histórico único -debido a la falta de bibliografía que hay sobre este caso- porque viene, entero, el texto en donde Padilla reconoce su supuesta culpa por ser crítico con una Revolución que “estaba destinada a cambiar al hombre”, una autocrítica que se nota a leguas fue obligada a escribir con una soga colgando del cuello.


El otro gran artículo es la entrevista que le hace Mario Vargas Llosa a su amigo, García Márquez. Cien Años había salido en 1967 y su impacto aún hacía vibrar los cimientos del continente. Porque Cien Años de Soledad no era literatura, era vida en su estado puro. Y la gente podía comprarlo y la llevaban en los buses, en el metro, la leían en reuniones de amigos. Vargas llosa se dio cuenta antes que nadie que no sólo era “Amadís en América” como se refirió a lo que él consideraba la última gran novela de caballería sino que sus dimensiones la acercaban al Quijote.


La entrevista se llama El novelista y sus demonios, y le serviría al peruano para el borrador de lo que sería su exhaustivo estudio sobre Cien años de soledad titulado Historia de un deicidio, en donde afirma que Gabo ha matado a Dios para tener la libertad de crear su propio universo: Macondo.


Vargas Llosa, iluminado, se atreve a la sentencia: un escritor no elige sus temas “Los temas lo eligen a él. García Márquez no decidió, mediante un movimiento libre de conciencia, escribir ficciones a partir de sus recuerdos de Aracataca. Fue lo contrario lo que ocurrió: sus experiencias de Aracataca lo eligieron a él como escritor. Un hombre no elige sus demonios”.


En números posteriores hay otra conversación clave para entender la obra de Gabo y que sería la semilla de otro libro clásico para entender al Nobel: la conversación que sostienen en Barcelona García Márquez y su amigo Plinio Apuleyo que después se convertiría en El olor de la guayaba.


Las sorpresas no paran. Acá hay respuestas de Susan Sontag y provocaciones de Julio Ramón Ribeyro. Hay además dos joyas, una entrevista con Jorge Luis Borges en donde se muestra su lado más político. Está lejos de ser las grandes disertaciones históricas y literarias que le encantaban al escritor, es más bien un intento de ubicar a Borges, el memorioso, en la siempre aburrida actualidad. Y la entrevista de Plinio Apuleyo a un Sartre que lloraba por que la URSS había traicionado sus ideales socialistas para convertirse en una nación de burócratas asesinos.


Yo no la conocía. Fue León Valencia quien generosamente me prestó un compilado que salió en forma de libro en 1990, acaso por la insistencia de uno de sus fundadores, Plinio Apuleyo Mendoza. León me dio el libro no sin antes decirme que, si lo perdía, no podría pensar en reemplazarlo por algo más. Era un objeto único. Hace 34 años no se reedita. Si se hizo fue por iniciativa del propio Plinio y unos pocos buenos amigos. Pero esta aventura intelectual debe convertirse urgentemente en libro. Ojalá alguna editorial recuerde que las revistas, sobre todo si son viejas, nunca pasarán de moda.

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