Por: Fernando Cruz Kronfly*
Los herederos de los derechos patrimoniales derivados de la novela “Cien años de soledad”, de Gabriel García Márquez, han vendido sus derechos a Netflix. Con el propósito de llevar a cabo una serie que pueda ser vista por el gran público en la televisión. Operación comercial absolutamente legítima, sobre la que no debe haber el menor reparo. Es más: considero que toda obra literaria puede y hasta debe ser llevada al cine o a la televisión.
Sin embargo, a propósito de lo anterior brotan algunas preguntas:
¿Qué comprende, qué alcance tiene la venta de los derechos patrimoniales, más allá de ellos mismos en términos económicos?
¿Hasta dónde llega la negociación? ¿Va incluida en ella lo que aquí denominaré “centro-corazón” de la obra literaria?
Centro-corazón que, en el caso de “Cien años de soledad”, está constituido por el campo mítico y la conciencia mítica (Palencia Roth) que la novela crea, así como por el pensamiento mágico y agorero en que la novela instala al lector desde su primer renglón.
Esto, que me he permitido denominar “centro-corazón” de la obra literaria de Gabo, no formó parte de lo que se negoció con Netlix cuando le fueron vendidos los derechos patrimoniales derivados del uso de “Cien años de soledad”, para fines televisivos. El campo mítico, mágico y agorero de la novela de Gabo, simplemente, es invendible. ¿Quién vende, quién compra un campo literario así?
Definitivamente, considero que el “centro-corazón” de una obra literaria es imposible venderlo. Es un intangible que, cuando lo merece, en principio, pasa a hacer parte del patrimonio cultural de la humanidad. La anterior no es sólo una frase. El patrimonio cultural debe ser objeto de especial respeto y consideración.
Quijote, Hamlet, Gargantúa, Benjamín Compson, entre muchos otros personajes inolvidables de la literatura, sus mundos y sus vidas, jamás podrán convertirse en objeto de venta. Han pasado a ser parte del patrimonio cultural literario de la humanidad.
2.
El “centro-corazón” de “Cien años de soledad” hay que preservarlo, tratarlo sin desfigurarlo, respetarlo y cuidarlo, por cuanto, igualmente, ha pasado a hacer parte del patrimonio literario de la humanidad. Los derechos patrimoniales derivados de esta novela cumbre de Gabo, que fueron vendidos a Netflix, están lejos de ser el “centro-corazón” de “Cien años de soledad”. Cada cosa en su lugar.
Así que la realización cinematográfica o la serie televisiva que se hagan y se pasen a promover comercialmente, como ha ocurrido con “Cien años de soledad”, están obligadas a conservar y tratar con sumo respeto e integridad su “centro-corazón”. De no ser así, a ninguna cinta cinematográfica o serie televisiva le es lícito promocionarse como “Cien años de soledad”.
Parados aquí, el punto es cómo hacer la adaptación respetuosa del “centro-corazón” de la novela, conservando, comprendiendo y aceptando, por supuesto, la autonomía de los géneros.
En consecuencia, para enfrentar este reto deviene esencial la formación que deben tener, tanto quienes han asumido la responsabilidad de dirigir la serie televisiva de Netflix, como quienes asumieron la tarea de elaborar el correspondiente guion.
Formación, me explico y reitero, no estrictamente en el sentido técnico y de experiencia en el género de las series televisivas, como en este caso, sino en cuanto a las exigencias conceptuales, intelectuales e incluso teóricas que la adaptación de la novela “Cien años de soledad” exige, teniendo en cuenta, precisamente, su núcleo temático o “centro-corazón”. Si se decide que no sea así, la serie de Netflix no debe cabalgar comercialmente, utilizando el prestigioso título de la novela.
3.
Por sus características, existen obras literarias más difíciles que otras para ser llevadas al mundo de las imágenes visuales y a los signos gestuales. Una de ellas, precisamente, “Cien años de soledad”, debido al núcleo o “centro-corazón” que la recorre de principio a fin.
Las obras literarias “difíciles” de ser llevadas al cine o a las series televisivas plantean, en consecuencia, no a los propietarios de los derechos patrimoniales, sino a los directores y guionistas, un reto de elevada exigencia. Reitero: exigencia no sólo en términos técnicos y de experiencia en el género de las series televisivas, en su autonomía, sino condiciones intelectuales e incluso teóricas.
4.
“Cien años de soledad” no es cualquier novela. Es una obra literaria asombrosa para nuestro tiempo, cuya virtud más significativa consiste en configurar un campo literario en el que domina la racionalidad mítica, la conciencia mítica (Palencia-Rhot, de nuevo) y, a la vez, el pensamiento mágico y la lógica agorera. Campo, ligeramente en el sentido de Pierre Bordieu, aunque en el presente caso no un campo sociológico sino un campo literario. Este campo literario debe ser conservado y exige ser respetado, ya sea por la adaptación cinematográfica o por la serie televisiva, según sea el caso. Siempre dando libertad y licencia a la utilización autónoma de todos los recursos y los signos que cada género demanda.
La grandeza de esta novela de Gabo, radica precisamente allí: en el campo que configura en términos simbólicos y lingüísticos. Esencial a este campo, como acaba de escribirse, es el magistral uso del lenguaje de apoyo al “núcleo-corazón” mítico, mágico y agorero. Hasta el punto de que, ese lenguaje es el que en últimas crea el campo. Todo esto, en su conjunto, configura lo que me estoy permitiendo denominar campo literario o centro-corazón en “Cien años de soledad”
La relación entre el “núcleo-corazón” de la novela antes identificado y su escritura, es indisoluble. Las imágenes literarias hablan y hacen pensar al lector. El tesoro que es “Cien años de soledad” habita allí, en ese campo mítico, mágico y agorero que la novela crea en la mente de los lectores, y que opera como una magistral totalidad.
5.
En medio del “agotamiento” de la novela europea, así como de los fracasados esfuerzos por revivirla en la “nouveau roman” y en la fenomenología literaria y el objetalismo de Robbe-Grillet, irrumpe aplastante y desconcertante el encanto del denominado realismo mágico latinoamericano. Concepto que, sugiero de paso, debería ser objeto de reelaboración, revisión y precisión.
El “misterio” encantador que caracteriza “Cien años de soledad” y otras novelas inscritas en el denominado “boom” latinoamericano (Rulfo, Lezama Lima. Oneti, Guimaraes Rosa, Clarice Lispector, Vargas Llosa, entre otros) deriva en parte de la coyuntura en que ocurre su irrupción. En mi opinión, se trata precisamente la coyuntura caracterizada por el agotamiento, siempre relativo, de la novela europea y universal.
Por otra parte, y de manera esencial, la oleada de modernización técnico-instrumental y de infraestructura que el capitalismo impuso a la América Latina, derivó, a su vez, en una modernidad mental “atípica”, “imperfeta”, “incompleta” (Paz), “híbrida” (Carcía Canclini).
Sin entrar en debates respecto del adjetivo que podría utilizarse para caracterizar el “tipo” de modernidad mental en américa mestiza, asunto que no viene ahora al caso, la modernidad mental racionalista, en Latinoamérica, ha debido coexistir con otros sistemas de pensamiento y representaciones mentales ancestrales, como las que derivan del pensamiento mítico, mágico, agorero, animista y, en fin, formas de pensamiento no típicamente racionales, de conformidad con el “tipo ideal” del pensamiento racional derivado del “desencantamiento de las imágenes del mundo” (Weber)
6.
He de agregar que las formas de pensamiento son performativas, en cuanto crean realidad social y conductual individual. Se trata de sistemas y formas de pensamiento que se viven y se incorporan a la vida, la praxis y las formas de existir.
En el barrio judío de Montreal, a modo de ejemplo, el Tanaj o, mejor, los cinco libros que componen la Torá visten a la gente, la peinan, le hacen trenzas, cofias, ordenan la mesa, la familia, pone sombreros, los quita, otorga el lugar jerárquico a padres, madres e hijos. Incluso, ordena la dieta casera y la manera “correcta” de ir por la calle.
A modo de ejemplo complementario, debo mencionar el sistema de pensamiento mítico, judeo-cristiano, que ha logrado pervivir durante largos períodos históricos, quizás debido a sus promesas como “religión de salvación” (Weber, de nuevo), puesto que existieron otras religiones que no se basan en este tipo de promesas. A un creyente bíblico cristiano, no le es fácil admitir que el núcleo-corazón de su creencia es mítico. El paradigma creacionista viene del génesis y del denominado antiguo testamento.
7.
Sabemos bien que los mitos son relatos sobre el origen y orden del mundo, y de esto trata, precisamente, el génesis bíblico: la creación del mundo por Dios, obedeciendo una estricta secuencia temporal, hasta recalar finalmente, en la pareja humana primordial. Ya se sabe que esto no fue así, absolutamente está demostrado que no fue así, pero el relato es hermoso y se lo creen, lo han hecho suyo y lo viven millones por millones de creyentes en esta tierra que, según Eliot, es un hospital. Quizás por lo que sigue: cuando una creencia se vive con la más absoluta convicción, pasa a convertirse en delirio. Y, en la noche del mundo humano, no se deja de delirar. Basta asomarse al Ganges por estos días.
8.
Si se pasa revista a la abundancia y variedad de mitos o relatos acerca del origen y el orden del mundo en el planeta, casi se podría concluir que la estructura básica y de pensamiento humano primario, tiende a ser mítica y mágica en cuanto a la manera como se piensa el origen el mundo, la suprema autoridad que lo dirige y las relaciones de causalidad que dominan el mundo alrededor.
En el principio de la literatura está el mito y en el fin también. (Borges). Las formas más arcaicas y básicas de pensamiento y de representarse el mundo, tienden a ser mágicas y míticas (Freud). Al respecto, bien vale la pena volver a revisar los escritos del polémico Karl Jung y sus arquetipos; las obras escritas por Gastón Bachelard y su discípulo Gilbert Durand, este último alrededor de las estructuras antropológicas de lo imaginario. El punto aquí, que justifica las referencias que acabo de hacer, es la perseverancia del pensamiento mítico, mágico y agorero en toda la humanidad.
¿Qué explica esta perseverancia, que se hace presente y viene a recorrer toda la obra de García Márquez en pleno Siglo XX y todavía y siempre?
9.
Debo regresar, para retomar, el núcleo-corazón en “Cien años de soledad”: el mito y la conciencia mítica, de principio a fin, creadoras de un campo narrativo demandante de un lenguaje apropiado a este mundo “originario” que, dicho sea de paso, no ha desaparecido de la cultura en general, ni de las mentes humadas individuales. Este mundo mítico, mágico y agorero sigue siendo contemporáneo en millones por millones de adultos y, por supuesto, en cada criatura que nace aún en este momento y está “destinada”, sí o sí, a entrar en relación con lo real sobre la base de su inicial inocencia.
¿Se ha fijado por alguien la fecha en que termina la inocencia humana? ¿Esta inocencia comprende la recepción que se está haciendo de la inteligencia artificial, como el nuevo mesías que ha venido a salvar a la humanidad?
A partir de las formas mágicas y agoreras de pensamiento, de constante uso privado y público, encima de todo transmitidas con la fuerza de las configuraciones culturales, ocurre en cada actor individual y social la representación mental del mundo alrededor, especialmente la representación mental de las relaciones de causalidad.
Este es, precisamente, el campo creado por “Cien años de soledad”. Dicho de otra manera, “Cien años de soledad” es, ella misma, este campo mítico y mágico perseverante y contemporáneo, atravesado por los augurios. De tal manera que, si un día, como ocurre en un texto de Gabo, al abandonar el lecho calzo mi pie derecho con la pantufla contraria, esta no es una equivocación sino un anuncio: va a ocurrir un hecho espantoso, un desastre de inmensas proporciones.
García Márquez lo dijo un día, en palabras que procuro reproducir fielmente, acudiendo a la memoria: “mi casa era un pasadero de indios y fueron ellos los que me metieron todo eso en la cabeza”
¿Qué le metieron en la cabeza los indios al Gabo niño?
Pues, precisamente la estructura básica mítica de su modo de pensar, así como las representaciones mentales y relaciones de causalidad mágicas y agoreras. Que, en la novela, se convirtieron en un campo mental mítico y mágico literario.
Además, este campo pasó a ser el dominante en lo más significativo de toda la obra de Gabo.
Los indígenas que le metieron todo eso en la cabeza al niño Gabo eran Wayuú. Es hora de hacer este reconocimiento expreso y público a esta bellísima cultura que subyace a “Cien años de soledad”. Es, en este campo, donde se instala la novedad, fuerza estética y grandeza literaria de la obra de Gabo.
Independientemente de la pasmosa sabiduría e información universal, musical y literaria de Gabo, su mente era Wayuú.
¿Es muy fuerte decirlo de este modo?
Estoy seguro de que no es así. Bien valdría la pena auspiciar un trabajo académico de tesis, acerca de este punto particular, si es que acaso ya no se ha llevado a cabo y en este momento lo ignoro.
10.
Luego del desarrollo que precede, he de retroceder para preguntar:
¿La serie televisiva de Netflix, a partir de la novela “Cien años de soledad”, consigue instalar al televidente en el “núcleo-corazón” de la gran novela de Gabo?
Tengo la certeza de que no es así.
Muy al comienzo y para llenar este “vacío”, dicho de este modo en los términos más amables, la peor decisión imaginable fue poner a hablar una voz, “desde afuera”, reemplazando la acción. Esto atenta, incluso, contra la lógica propia del género de las series televisivas, que deben ser, ante todo “pura acción”. Por este motivo, algunos han puesto sobre la mesa el aburrimiento concentrado en los primeros capítulos.
Qué extraordinario y satisfactorio hubiera sido que la serie televisiva de Netflix hubiese podido instalarse, de entrada y de arranque, en el campo mírtico, “nucleo-corazón” de “Cien años de soledad”. Lo hubiera celebrado en la soledad de cien años, con un Rioja.
Por el contrario, la serie televisiva, en lo que hasta ahora he podido ver y leer, no instala al televidente en el campo mítico que constituye el “núcleo-corazón” de la novela de Gabo. De ninguna manera, lo anterior quiere exigir que la serie televisiva deba ser un calco exacto de la novela que le sirve de fundamento. Jamás. Igualmente, lo dicho tampoco niega que es deber de la serie televisiva alcanzar su propia autonomía como tal, de la misma manera como la novela debe leerse como lo que es: una novela.
Sin embargo, el argumento según el cual la serie televisiva debe imponer sus propias leyes y reglas, en cuanto serie televisiva, termina poniendo salvo la amputación que en la serie se hace del “centro-corazón” de “Cien años de soledad”. Dicho de otra manera, termina justificando y legitimando esta mutilación.
Si la serie televisiva de Netflix no instala al televidente, de entrada, en un campo mítico, mágico y agorero, no es porque la serie deba verse como lo que es, y la novela leerse como lo que es, sino porque directores y guionistas no entendieron de qué se trataba. Y si lo entendieron, pero por alguna razón tomaron la decisión de mutilar o subestimar el centro-corazón de “Cien años de soledad”, es porque tomaron el camino de hacer otra cosa, diferente de “Cien Años de Soledad, aunque cabalgando sobre el prestigio de su nombre.
Entonces, si esto es así, lo que los televidentes habrán de ver, no es “Cien años de soledad”, sino absolutamente otra cosa que lleva su nombre. Nombre cuyo reconocimiento universal garantizará que la serie sea vista por el mundo entero.
11.
Por lo que he podido ver de la serie de Netflix, y por las entrevistas que he escuchado y leído con suma atención, tengo la certeza de que la serie televisiva mutila, desplaza, desconoce o subestima el núcleo-corazón de la novela de Gabo. Siendo así, cualquiera que sea el caso o la razón del mismo, de todas las maneras la serie televisiva se venderá y podrá ver como aquello que no es.
Ciertamente, escuché con atención y objetividad, la interesante entrevista que concedieron los hijos de Gabo a Patricia Lara. El resumen y conclusión de dicha entrevista, me permite entender lo siguiente, que escuché de ellos de manera reiterativa:
Que la serie televisiva sobre “Cien años de soledad”, debe ser vista como una serie televisiva, sin compararla con la novela, puesto que se trata de dos géneros diferentes. Las películas basadas en grandes novelas, dicen ellos, deben ser vistas como películas, a pesar de que sean adaptaciones de novelas, puesto que se trata de dos géneros autónomos en términos de recursos. Hasta aquí el resumen de la entrevista, en lo que corresponde.
Pero, aún siendo así, como lo es apenas parcialmente, ¿que sucede en el ínterin con el campo mítico, mágico y agorero del texto literario madre, en este caso “Cien años de soledad”?
¿Era discrecional, para los directores y/o guionistas de la serie televisiva, mutilar o no, minimizar o no el núcleo-corazón de la novela, so pretexto de la autonomía de los géneros?
A modo de ejemplo:
¿Le fue discrecional o, por el contrario, le fue moralmente obligado a Visconti, en “Muerte en Venecia”, respetar y mantener en alto el tema de la novela de Mann? A saber: la decadencia, la belleza, la tensión entre el arte y la vida, la finitud humana, así como las leves referencias a Mahler en la novela. Pienso que ni siquiera a Visconti, mantenerse en el núcleo-corazón de la novela de Mann, le fue discrecional.
¿Qué hacer, dónde poner en la película este complejo mundo de Mann, fuertemente intelectual, si se quiere, constitutivo del denso centro-corazón de la novela “Muerte en Venecia”?
El punto es que esta maravilla literaria fue “elevada” “ascendida” y llevada al cine por Visconti, de una manera tan conmovedora e iluminada como lo fue. Hasta el punto de llegar a superar la novela, desde otro género.
Si Visconti hubiera suprimido o minimizado el tema corazón de la novela de Mann, el resultado no hubiera sido “Muerte en Venecia”, sino otra cosa, independientemente de la autonomía de los géneros, autonomía que no autoriza ir hasta el extremo de la mutilación.
12.
No dudo un instante al postular que el núcleo temático de los textos literarios, que sirven de referente a una película o a una serie televisiva, deben ser el eje de éstas, aunque deban realizarse, lo reitero cuantas veces sea necesario, mediante la utilización de las técnicas, signos y métodos propios cada género.
Sin embargo, so pretexto de la autonomía de los géneros, una película o una serie televisiva no deben jamás, aunque sí pueden, privar a los espectadores de estos centros corazones de los textos literarios, desconocerlos y, mutilar de esta manera la obra literaria de la que esa película o serie televisiva parten, hasta terminar convirtiéndolas en otra cosa.
Si el centro-corazón de “Cien años de soledad” como novela, se minimiza en la serie televisiva, ¿por qué razón seguir llamándola y comercializándola con el nombre de “Cien años de soledad?
Si lo hacen, sea cual fuere el motivo, falsean, atropellan, producen un “daño moral” (Carolina Sanín) al patrimonio cultural de la humanidad, del que hacen parte tanto “Muerte en Venecia” y “Hamlet”, como “Cien años de soledad”.
13.
El pensamiento mítico, las representaciones mentales mágicas y agoreras, tanto como las relaciones de causalidad imaginarias correspondientes, constituyen la “infancia de la humanidad”. No en el sentido peyorativo, sino, digamos, en el sentido del encantamiento básico y primario del mundo propio de niñas y niños de todas las culturas por igual, diferente del mundo desencantado (Weber, de nuevo) derivado de la racionalización de las operaciones del pensamiento y de las diferentes esferas sociales (Habermas). Sobre todo, el desencantamiento de las imágenes del mundo que deriva de la racionalidad argumentativa y explicativa, propia de la ciencia.
Una de las consecuencias del pensamiento racionalista inherente a la modernidad es, precisamente, el ya mencionado desencantamiento de las imágenes del mundo. La infancia humana, especie de recreo que ha de ser reprimido durante el paso a la adultez, jamás desaparece, sino que se reprime y sigue haciendo parte del mundo humano y operando en la vida diaria, así sea desde la “trastienda”, como acostumbra hacer sus cosas, porquerías o grandezas el mundo inconsciente. Mundo humano latente y perseverante en todos los seres humanos. Mundo que la literatura acude a consolar, despertar, arrullar, agitar y revivir. La literatura, se dice por este motivo, quizás, remite al lector al país de la infancia. Y no es sólo una frase.
Estar de regreso al encantamiento del mundo, precisamente, es lo que ofrece al lector de todas las culturas y edades “Cien años de soledad”. Y, en general y en principio, es lo que ofrece al lector toda la obra literaria de Gabo.
14.
Todos los seres humanos de esta tierra han tenido infancia y han vivido en un mundo de imágenes primarias y encantadas. La racionalización científica, a modo de ejemplo, explica racionalmente las relaciones “reales” de causalidad y desencanta, por esto mismo, las relaciones imaginarias de causalidad.
Este modo mítico y mágico de “ver el mundo” y relacionarse con él, en Cien años de Soledad, fascinó a los representantes del surrealismo literario (Bretón, uno de ellos), que encontraron, digámoslo así, en la literatura latinoamericana “la prueba” de sus teorías estéticas.
“Cien años de soledad”, debió constituir, como novela, pero ya la canción se cantó, un reto inmenso para el director singular o plural, a varias manos, de la serie televisiva de Netflix, así como absolutamente un reto casi mayor para las guionistas, si hubieran tomado a tiempo, consciente, decidida y abiertamente, la decisión de conservar el “núcleo-corazón” de la novela de Gabo, respetarlo y ofrecerlo al gran público, siempre echando mano de los recursos de todo orden que son propios de los denominados géneros. En el presente caso, las series televisivas.
15.
Si este núcleo corazón de las novelas madres se deja de lado, se mutila, minimiza, descuida, desestima, “ningunea” o se considera subordinado a otros fines diferentes, que por esto mismo pasan a ser principales, tales como promover la imagen del país ante el mundo, entre ellas la imagen caribe, “folclorizando” el producto para la venta al gusto del consumidor, ofreciendo al espectador de la serie televisiva otro mundo diferente del mundo del autor de la novela madre, so pretexto de la autonomía de los géneros, entonces paso a preguntarme:
¿Por qué razón cabalgar sobre el prestigio de “Cien años de soledad”, como novela, para ofrecer al televidente otra cosa diferente, quizás más comercial respecto de aquello que la novela propone como su campo mítico, mágico y agorero en cuanto “centro-corazón”?
16.
La conmoción estética y el gozo del regreso a la infancia que la lectura de “Cien años de soledad” permite a sus lectores, no hace parte de los derechos patrimoniales vendidos a Netflix. Esta conmoción la puede y, de alguna manera, la debe producir una película o una serie televisiva, incluso con mayor intensidad y fuerza estética (Bloom) que la obra literaria misma de la que parte. Aunque, siempre sobre la base de respetar e incluso potenciar, mediante el uso poderoso de los signos imágenes y gestuales
Los signos escriturales literarios, propician imágenes mentales. Los signos imágenes y gestos, acompañados de los signos lingüísticos orales usados por los actores en sus parlamentos, diálogos o monólogos, pueden incluso alcanzar una fuerza estética superior frente a la novela, hecha de signos lingüísticos.
El cine de Berman es casi todo gestual, incluso, exagerando, “cine mudo”. Semejante reto requiere actores extraordinarios. Este conjunto de signos posibles queda en manos y bajo la responsabilidad del director de la película. Del guionista y, de manera esencial, de los actores o actrices.
17.
A modo de conclusión y, por lo que he logrado ver en los capítulos de la serie televisiva a los que he podido acceder, que estimo suficientes, así como por lo escuchado a Alex García en su entrevista ofrecida en su condición de ser uno de los directores de la serie y luego, en Guadalajara (México), lo expresado por Camila Brugués y Natalia Santa, en su condición de guionistas, no encuentro en todo esto la decisión clara de incorporar a la serie televisiva el campo o “núcleo-corazón” de la novela “Cien años de soledad”, al que me he venido refiriendo reiterativamente para que mi punto de vista quede claro. Y, si estoy equivocado y, por el contrario, esta intención y conciencia sí la hubo, hay que concluir que no lo consiguieron.
Cabalgando sobre el merecidísimo prestigio de la novela, de todas maneras la serie televisiva será vista. Y, muy seguramente encandilará a los espectadores con el recurso estratégico y táctico de la técnica propia de este tipo de producciones: la trama, la acción, el color, el sonido perfecto, el poder de las imágenes visuales, los actores, los primeros planos, los paisajes, las locaciones, los detalles, en fin.
El encanto que deriva de la tecnología, por sí misma, existe. Así que, en consecuencia, la serie cumplirá su objetivo en los “devoradores” masivos de este tipo de productos televisivos a lo largo del mundo entero. Aunque, siendo así, los espectadores no verán “Cien años de soledad”, sino apenas el nombre de la serie en los titulares. Creerán que están viendo los cien años de una soledad que no existe ni fue lograda. Más que soledad, desmembramiento mítico de Macondo respecto del resto del mundo, fundación originaria de un pueblo en las tierras más aisladas, descentradas y lejanas. Creación de un pueblo por fuera del mundo.
Entonces, muy seguramente, los televidentes no se darán cuenta de la amputación que ha sufrido la novela. Y responderán las encuestas de opinión de la siguiente manera: me gusta, no me gusta. Y ya.
Pienso que, en el mundo de las redes de hoy, la presente reflexión pasará a ser apenas una simple opinión, en cuanto cada quien tiene derecho a opinar nada más, lo que sea, sin argumentar. No importa. No vivimos, en general, salvo excepciones en las élites cultas y formadas, en una cultura demostrativa y argumentativa, sino emotiva, ligera, líquida (Bauman) y banal. Pero, más que sentir un poco de pesar, queda el amargo sabor derivado del desperdicio de una inmensa oportunidad, a partir de una deformación coqueta con el marketing literario. Que no consiste, como se supone, en que las cosas se vendan –ojalá se vendieran todas, como el maní tostado-, sino en darle gusto al cliente, puesto que el principio primero y superior del marketin es el siguiente: el consumidor siempre tiene la razón.
*Profesor de la Universidad del Valle, Doctor honoris causa en literatura, gran maestro en las letras vallecaucanas, investigador emérito de Colciencias a quien le agradecemos esta publicación.
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