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Lo que nunca le perdonó Pablo Escobar a Luis Carlos Galán

Por: Iván Gallo - Editor de contenidos




Hace unos años Gloria Pachón, la incombustible viuda de Luis Carlos Galán, apareció en un programa en Canal Capital y recordó que durante la campaña presidencial de 1982, la que ganó Belisario Betancur, pudo haber sido la primera en donde el narcotráfico intentó financiar candidatos. Con su voz firme ella recordó un episodio que le resultó “muy doloroso”: minutos antes de que el entonces candidato presidencial diera un discurso en el parque Berrío en Medellín, en febrero de 1982, se supo que una de las personas que pertenecían al grupo de Renovación Liberal, y que se estaba ofreciendo para financiar parte de la campaña, tenía vínculos con el narcotráfico. Esa persona era Pablo Escobar.


 El Grupo de Renovación Liberal proponía a Escobar como uno de los nombres en la lista que iban a presentaren las elecciones al congreso. Una de las versiones que quedó estampillada como una verdad histórica y que incluso quedó registrada en un capítulo de la serie de El Patrón del Mal, muestra como en el mitín Galán echó con cajas destempladas al capo ganándose, por esa humillación su inquina. Esto no fue así. Galán no lo rechazó simple y llanamente porque jamás lo aceptó. Iván Marulanda, que era el jefe de campaña en Antioquia, le llegó el rumor de que una de las personas que estaba en el grupo de Renovación Liberal estaba metido en negocios raros. En el mítin Galán, en un discurso en donde no dio nombres concretos, si decidió decir públicamente que no aceptaría el apoyo de ese grupo de personas por ese motivio, pero jamás mencionó el nombre de Pablo Escobar. Pero él si se dio por aludido. Escobar admiraba a Galán. Se identificaba con sus ideas frescas, con sus ganas de cambio. En el delirio que lo atenazaba el jefe del Cartel de Medellín se veía como un revolucionario que sometería a la élite política colombiana e impondría un gobierno más justo, centrado en los más necesitados. Inspirado en El Padrino, la película que veía una y otra vez, se veía como una especie de Vito Corleone, un hombre del pueblo que atesora una gran fortuna y la usa para dársela a las demás.


El dinero tan sólo sería un medio para llegar al poder. En 1982 ya era considerado una especie de Robin Hood paisa. Entregaba canchas iluminadas en los barrios más olvidados de Medellín. Incluso convirtió un basurero en un barrio lleno de casas dignas. En ese momento Pablo Escobar, a través de su organización, ya llevaba toneladas de cocaína a los Estados Unidos. Su gran sueño era convertirse en presidente. Ir ascendiendo políticamente a través de aliados suyos como el político Jaime Ortega Ramírez, candidato a la Cámara de Representantes del Movimiento Político de Renovación Liberal, que en ese momento aspiraba a ser aceptado como aliado del Nuevo Liberalismo de Galán. Escobar era el suplente, el segundo en la lista.


A pesar del rechazo de Galán, Ortega fue elegido representante a la cámara. En ese momento el presidente de la Cámara de Representantes era otro político que Escobar admiraba y que a diferencia de Galán si aceptó sus dádivas: Alberto Santofimio Botero. Con él viajó a España, a la posesión del presidente Felipe González, el primero que llegaba a ese cargo por vía democrática después de la dictadura de Franco.


La memoria es frágil y no se acuerdan que, al poco tiempo de haber sido elegido Representante, Ortega renunció. El cargo le quedaba a Escobar. María Victoria Henao, la viuda de Escobar, cuenta en sus memorias que él le alcanzó a decir “Vete haciendo a la idea de que serás primera dama”. Pero estaba Lara Bonilla, uno de los mejores amigos de Galán.


Entonces era el ministro de Justicia y empezó a hacer públicas las denuncias en el congreso sobre sus nexos con el narcotráfico. El capo ripostó intentando ensuciar a Lara, asociándolo con otro narco llamado Evaristo Porras. Pero la verdad estaba del lado de Lara. El Espectador, el diario de don Guillermo Cano, otra de las víctimas del Cartel de Medellín, publicó una foto, gracias a una investigación de María Jimena Duzán, en donde se veía a Escobar, con risa diabólica, siendo detenido por llevar droga en las llantas de un Renault 4 a Ecuador. Desde entonces a Escobar no le quedó de otra que la clandestinidad. Mandaría a dos muchachos en una moto a asesinar a Lara Bonilla el último día de marzo de 1984 y tendría entre ojos a Galán.


En 1989 parecía ser el más firme candidato a ganar las elecciones presidenciales. Eso sí, sabía que Escobar estaba con una guadaña detrás de él. A las amenazas constantes Galán respondía, con orgullo y pundonor, que nada lo quebraría, que su intención era darles donde más le dolía a Escobar y sus hombres, mantener viva la extradición con los Estados Unidos. Los carteles de la droga le temían a finales de los ochenta a ese tratado. Significaba que no podrían tranzar con jueces, su poder, que doblegaba a la fuerza pública y a la justicia en Colombia, no servía con la justicia gringa. Por eso, el lema de los llamados Extraditables fue “preferimos una tumba en Colombia que una cárcel en Estados Unidos” y desataron el horror en 1989. Mataron al gobernador de Antioquia, a oficiales del ejército que rechazaban sus sobornos, a 14 periodistas, entre los que estaba el gran Jorge Enrique Pulido, devastaron el edificio del DAS e hicieron explotar un avión en el aire. Pero querían, sobre todo, matar a Galán.


A Galán le cambiaron la escolta en las últimas semanas. Se la dieron a Jacobo Alfonso Torregossa Melo, una decisión que contó con el beneplácito de la máxima cabeza del DAS entonces, el general Maza Márquez. Sus hijos aún recuerdan sus descuidos, el poco método que tenía. Galán era el hombre más amenazado del país. El 18 de agosto de 1989, después de sobrevivir a varios atentados, a Galán lo asesinaron en la plaza de Soacha antes de dar un discurso. Lo dejaron a varios metros de la plaza, acompañado tan sólo por uno de sus jóvenes asesores, Germán Vargas Lleras, lo dejaron a merced del público, con la escolta completamente disgregada. Cuando le dispararon, hombres contratados por el paramilitar Henry Pérez, quien le coordinó la operación a Escobar, ninguna de las heridas eran mortales. Torregossa llevó a Galán a un recorrido infame en donde llegó a la clínica ya desangrado.


Con eso Escobar se vengaba de la afrenta de un hombre que al principio admiró y luego odió porque no se rindió ante su poder. En esa época en Colombia era “plata o plomo”. A 35 años del asesinato de Galán sabemos quien lo mató pero aún no podemos saber quien, desde el poder, ayudó a Escobar a obtener su venganza. Si, Santofimio fue condenado, pero faltan nombres. Seguro faltan más nombres.

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