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Los marihuaneros y los verdaderos enfermos de Colombia

Por: Guillermo Linero Montes

Escritor, pintor, escultor y abogado de la Universidad Sergio Arboleda




La periodista Vicky Dávila, a propósito de la caída del proyecto que buscaba regular el consumo recreativo del cannabis, ha dicho en su espacio de X, plegándose a un concepto generalizado y en parte cierto, que quienes consumen marihuana con adicción son unos enfermos. Una aseveración que sería incuestionable de no ser porque al carecer de claridad sobre el cuadro clínico que denota la enfermedad del adicto, mete en el mismo costal, o no los discrimina, a quienes la consumen como estilo de vida. 

 

La aseveración de la periodista me suscitó la necesidad de realizar un examen de autocrítica y he encontrado, sólo a vuelo de pájaro, que Colombia está llena de enfermos; en general de enfermos de la salud por gracia de las empresas malversadoras de los recursos que el estado aporta para ella; pero, principalmente, llena de enfermos sociales; o mejor, como los califican los nuevos psicólogos: de personas con necesidades o problemas en el ejercicio de la buena interacción social. 

 

De hecho, en Colombia hay bastantes personas y sectores sociales, cargados de odios, venganzas y resentimientos, casi siempre justificados, pues por culpa de gobernantes insensatos han sido víctimas de una cultura educacional, más que mediocre, concebida con perversidad para mantener al pueblo iletrado; es decir, sumido en la irrealidad. 

 

En efecto, si fuéramos gente sana, no seríamos uno de los países más violentos del mundo, ni morirían nuestros niños y niñas por desnutrición, habiendo tanta riqueza en nuestro territorio. En Colombia, por ejemplo, los contratistas del Estado han sido capaces hasta de robarse la “bienestarina”, que el Estado proveía como asistencia infantil, y venderla clandestinamente para alimentar cerdos y llenar sus bolsillos. 

 

En Colombia somos enfermos mentales, si en vez de proporcionar una comida sana,  equivalente al precio que el Estado invirtió por ella para la asistencia de los niños y niñas pobres, hacemos uso de nuestra potestad en los contratos de aprovisionamiento de alimentos, y les damos comida podrida y productos con fechas vencidas. Todo por la ambición unipersonal y por las anómalas convicciones de un sector social excluyente. 

 

Somos enfermos mentales, si los funcionarios de la justicia son capaces de cohibir las actuaciones de un presidente que pretende asistir con medidas de urgencia a la población más necesitada. Ni siquiera me atrevo a decir en este espacio el adjetivo que se merecen los magistrados de la Corte Constitucional que prohibieron, en un acto poseso, el suministro de agua y alimentos a la población de La Guajira, tal y como si estuvieran acostumbrados a que allá, como un lujo de la barbarie, mueran los niños y las niñas por desnutrición, o quizás porque le sacan provecho a la inequidad. 

 

Si no padeciéramos alguna locura, a 6.402  jóvenes, deseosos de conseguir empleo, no se les hubiera engañado y conducido a escenarios de guerra para exterminarlos a mansalva y con la mayor cobardía que puede existir en un conflicto bélico, como es, que a falta de capacidad para vencer al enemigo, se asesine a civiles inocentes para no perder la oportunidad de mostrarse como héroes y cobrar por ello. 

 

Colombia está llena de enfermos mentales, porque el feminicidio, otro delito de cobardes, ocurre cotidianamente y a las mujeres se les desestima sin aspavientos como acaba de hacerlo el iletrado senador JP Hernández, al promover la misoginia y la patanería contra la senadora María José Pizarro, proponente del proyecto de ley que buscaba la regulación del consumo recreativo de la marihuana. 

 

Enfermos mentales los que piensan que los títulos profesionales los hacen más sabios, desconociendo que los títulos se adquieren con mucho dinero y estamos en una sociedad donde el dinero lo atesoran los políticos corruptos, los empresarios inescrupulosos y quienes practican el capitalismo salvaje; es decir, la gente a la cual no le gusta la educación ni la asimila. La prueba de esto son los numerosos casos por falsificación de títulos, entre quienes tienen cómo comprarlos, precisamente para cumplir con las reglas que ellos mismos  impusieron y así ocupar los altos cargos.   

 

En Colombia somos enfermos mentales, si los pobres se levantan contra los mismos pobres para gritar arengas que les han sido dictadas por sus victimarios, y los seguiremos siendo mientras los empleados sean esclavos de los empleadores, no sólo porque les explotan su fuerza de trabajo y les pagan muy mal, sino también porque los manejan a su antojo, moral y políticamente. 

 

Enfermos estamos todos, en un Estado donde las ramas del poder se creen supremas y hacen de las suyas de malas maneras, y en el que la institución encargada de investigar delitos, señalar y acusar a los posibles responsables, es liderada, no se sabe todavía si directa o indirectamente, por los mismos criminales; y en el que el Congreso, que es un corral de ineptos, cuando se trata de aprobar o desaprobar proyectos del gobierno, decide a rajatabla, de manera burda y mafiosa. Esto que digo sobre los congresistas es tan cierto que puede comprobarse respondiendo estas dos preguntas: ¿por qué los proyectos en favor de las mayorías –de los menos favorecidos– son desaprobados?,  y ¿por qué pasan expeditos los proyectos cuando  están preconcebidos para favorecer a la banca, a los empresarios y a los mismos políticos? 

 

En Colombia estamos llenos de enfermos y no es descabellado decir que sería mejor que estuviéramos llenos de marihuaneros; porque el reconocimiento de las bondades de la marihuana y su consumo se hizo universal como bandera de paz de un movimiento social juvenil cansado de la barbarie de las dos grandes guerras del siglo XX. Los llamados hippies, que fueron una generación de cambio social abrupto, desmontaron la mentalidad mercantilista, desmontaron el odio y el aprovechamiento al prójimo, y lucharon por implantar a través de la música y de su arte, y desde sus expresiones sociológicas y filosóficas, cómo vivir en paz con los otros.  

 

Colombia sería un mejor país si en vez de consumir lo que consume la autodenominada “gente de bien” –que tienen bienes y practican el mal– se consumiera la marihuana, pues los numerosos estudios que se han realizado en el mundo para limitar o prohibir su consumo, han concluido unánimemente que la marihuana es benéfica, porque su principal componente químico activo –el tetrahidrocannabinol (THC)– puede inducir relajamiento, en un tiempo donde reina el estrés sicológico, y puede elevar las percepciones sensoriales, en un tiempo donde reina la insensibilidad. 

 

No obstante, y por eso escribo estas líneas, la periodista Vicky Dávila –que en calidad de colombiana padece varias de estas enfermedades citadas–, se atreve a decir desde su ignorancia que los consumidores de marihuana son enfermos. Enfermos los periodistas que actúan en contravía de lo que éticamente les corresponde, exceptuando, por supuesto, a los buenos periodistas, que sin fumarse un solo cacho de marihuana, actúan o piensan como marihuaneros: priorizando el amor al prójimo y profesando el respeto por la verdad. 

 

*Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad de la persona que ha sido autora y no necesariamente representan la posición de la Fundación Paz & Reconciliación al respecto.  

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