Por: Iván Gallo - Editor de Contenidos

Perdón por llegar tan tarde. Hace cinco días se conmemoraron los 35 años del asesinato de Bernardo Hoyos. Perdón también por el oportunismo. Los medios ni las fundaciones deben tener una excusa para recordar a un mártir. Porque eso fue Bernardo, muy a pesar de su risa constante, de su modestia, de su renuencia a asumir una pose.
Bernardo Jaramillo Ossa sabía que lo iban a matar. Por eso se atrevió dos veces a reunirse con Pablo Escobar. Cuenta Alonso Salazar en la mejor biografía que se ha escrito sobre el capo, El Patrón del mal, que se reunieron en Coveñas y que Escobar quedó impresionado con el temple del líder de la UP. Le prometió que haría todo lo posible por detener la sombra de lo muerte que ya le alistaba la guadaña pero que esa orden estaba dada, que iba a ser muy dificil. Jaramillo respiró profundo y botó el aire, se resignó. Igual de algo nos tenemos que morir.
Es increíble que Bernardo tuviera apenas 34 años cuando lo mataron en el puente aéreo del Dorado. Es increíble que a José Antequera, otro líder duro, lo hubieran asesinado ahí mismo, en un lugar relativamente fácil de controlar para cualquier seguridad. A Pizarro lo mataron en otro lugar más improbable, con menos escapatoria: un avión. Muchos creen que Pablo Escobar le jugó una mala pasada a Jaramillo Ossa y que él mismo lo mandó a matar. Pero no fue él. Fue el Mexicano. Gonzalo Rodríguez Gacha, el que empezó el exterminio de miembros de la UP.
Después de la destrucción de Tranquilandia Gonzálo Rodríguez Gacha, según lo investigó Steven Dudley en su libro Armas y urnas, el jefe de finanzas del Cartel de Medellín desplegó toda su furia contra todo lo que oliera o pareciera de izquierda. Le echó la culpa a las FARC y golpeó al grupo político que se había derivado de las conversaciones de paz con esa guerrilla. Gacha empezó a exterminar miembros de la Unión Patriótica, pero al Mexicano lo mataron el 18 de diciembre de 1989 después de un operativo dado por la policía en Tolú. La posta para asesinar a Jaramillo Ossa la siguieron los hermanos Fidel y Carlos Castaño.
Contrario a Escobar que se declaraba, al menos de dientes para afuera, un hombre de izquierdas, los Castaños eran feroces anticomunistas. Buscaron como excusa el supuesto secuestro y asesinato de su padre a manos de las FARC para lanzar su batalla contra todo lo que fuera comunista. Pero, en realidad, los Castaño Gil querían acaparar tierras, por eso fueron los grandes terratenientes de Córdoba. La UP, a pesar de que ya les habían asesinado cerca de 1.000 militantes y a líderes tan importantes como Pardo Leal, aún tenía fuerzas. Jaramillo Ossa representaba esa frescura de la nueva izquierda. Abogado y bohemio amante de los tangos de 35 años, su bigote bonachón le hizo ganar el apodo de Garfield.
El senador tenía agallas. Tuvo que tomar la posta de la presidencia de la UP cuando mataron a Pardo Leal. En ese momento se convirtió en el hombre más amenazado de Colombia. Y no se cayó. No se cayaba. Nada lo amedrentaba. En uno de sus discursos más encendidos señaló a los que no querían la paz en Colombia: "No se puede hablar de paz, ni ser consecuente con la paz, cuando no se castiga ejemplarmente a los miembros del Estado comprometidos con la violencia hacia la población civil".
Iba calando entre los votantes que, estrellados después de ver cómo asesinaban impunemente a Galán en la plaza de Soacha, no sabían por quien votar. Sus llamados a la paz, su rechazo a la política de las FARC de asumir “todas las formas de lucha” incluidas las de la violencia, lo convirtieron en un candidato que podía ganar las presidenciales de 1990.
Pero no lo iban a dejar.
Andrés Arturo Gutierrez tenía 21 años cuando mató en el aeropuerto el Dorado a Bernardo Jaramillo Ossa. Trabajaba en una fábrica para hacer la tiza con la que se les saca punta a los palos de billar. Le pagaban una miseria y llegaba a su casa en Medellín con las manos reventadas. Un amigo de toda la vida, llamado Yerry, fue quien le hizo una oferta de trabajo que le cambiaría la vida. Le dio una foto de Bernardo Jaramillo y le dijo que ese era el señor que tenía que matar. Gutiérrez, en su ignorancia, no sabía que ese hombre de bigote y con aire bonachón era candidato presidencial de la UP, una fuerza política que estaba siendo exterminada por los escuadrones de la muerte. Igual no importaba quien fuera. Había que hacer la operación.
La realizó en la sala de espera del aeropuerto El Dorado. A pesar del poderoso esquema de seguridad y que dos agentes del DAS habían estado dos horas antes en el aeropuerto para reportar que “todo estaba normal” el detector de metales para pasar a la sala de espera, no funcionaba. Por eso Gutiérrez pudo ingresar la pistola que descargó sobre Jaramillo Ossa. Herido, el líder de la UP intentó pararse pero resbaló después sobre su propia sangre. Mariella, el amor de su vida, alcanzó a escucharlo decir “me mataron mi amor, me mataron estos hijueputas”. Jaramillo llegó sin signos vitales a un hospital en Kennedy. Gutiérrez, una vez disparó, alcanzó a tirarse al piso y a suplicar por su vida. Llegó herido a la clínica y se repuso. Regresó a Medellín y dos años después fue abaleado junto con su papá mientras salían de un parqueadero. Los verdaderos asesinos de Jaramillo Ossa no querían dejar rastro.
Una década después de su asesinato Carlos Castaño Gil publicó su autobiografía llamada Mi confesión, en ella afirma que no mató a Jaramillo Ossa. Pero está claro que fueron los paras quienes lo asesinaron. Hoy tendría 69 años y sería uno de los faros de una izquierda que en esa época emocionaba, que era vibrante, que no se corrompía. Nunca pudimos reponernos del asesinato de Jaramillo Ossa. Nunca y nadie, sobre todo los que somos de izquierda.
Comments