Por: Germán Valencia
Instituto de Estudios Políticos de la Universidad de Antioquia
Las instituciones importan, y a tal grado, que determinan el nivel y las dinámicas del desarrollo económico, político y social de los países. Así lo dejan claro Daron Acemoglu, Simon Johnson y James Robinson, quienes este 10 de diciembre de 2024 recibirán, por parte del Banco de Suecia en Ciencias Económicas en Memoria de Alfred Nobel, el Premio Nobel de Economía.
Para los galardonados —uno de origen turco, Acemoglu, y los otros dos de nacionalidad británica—, entre las labores más importantes que tienen los científicos sociales hoy es explicar por qué unos territorios —no necesariamente todo un país— se encuentra en situación de pobreza y malestar social; mientras que otros, por el contrario, su población vive en prosperidad y bienestar humano.
Es decir, establece como tarea, identificar y analizar —como lo hizo el padre de la economía, Adam Smith— los factores que condicionan los niveles de pobreza y de riqueza de las naciones. A responder a la pregunta sobre cuál es el origen del poder, la prosperidad y la pobreza. Y a sugerir a las sociedades los caminos que pueden tomar para superar las situaciones deficitarias en derechos sociales y en ausencia de servicios públicos.
En esta lógica de trabajo fue que, en 2012, Acemoglu y Robinson publicaron el libro “Por qué fracasan los países” (Deusto). En él parten por presentar a la ciudad de Nogales, dividida tan sólo por una alambrada en dos territorios: una parte, perteneciente a Arizona, en Estados Unidos, y la otra a Sonora, en México. En esta ciudad analizan y explican por qué dos poblaciones, con culturas similares y riqueza natural semejante, “una es rica y la otra pobre”.
Una situación que se repite en el África subsahariana, en América Central y en el sur de Asia. Y que por supuesto, la hallan también en América del Sur y en Colombia. Sobre todo, al ser nuestro territorio, uno de los más desiguales en ingresos, en tierras y en riqueza del mundo, lo que lo ha convertido en uno de los objetos de análisis más apetecidos para los académicos.
En el capítulo 13 del libro, Acemoglu y Robinson se preguntan ¿Por qué fracasan los países hoy en día? Y ponen entre sus ejemplos más ilustrativos a Colombia. Un país inmensamente rico en recursos naturales, pero que su población permanece sumida en la pobreza y la desigualdad. Sabiendo que si se mira a otras economías, con muchos menos recursos naturales, se observaría a estas como prósperas, ricas y equitativas.
Para lograr explicar el resultado de esta contradicción, los autores muestran la historia del país como una sociedad envuelta en un “círculo vicioso”. A Colombia la caracterizan como un territorio con una violencia generalizada y persistente, donde se presenta una falta de instituciones estatales centralizadas, que producen una “relación simbiótica con políticos que dirigen las partes funcionales de la sociedad” (p. 446).
Partiendo el análisis del período de la Violencia y del Frente Nacional —hace cerca de 70 años— muestran cómo el país “a pesar de la larga historia de elecciones democráticas, no tiene instituciones inclusivas. Su historia ha estado marcada por violaciones de libertades civiles, ejecuciones extrajudiciales, violencia contra civiles y guerras civiles” (pp. 441-442).
Un país donde la violencia la han ejercido tanto la Fuerza Pública como las guerrillas de izquierda y los grupos paramilitares de derecha. Un país donde los poderosos han usado la violencia y el poder de crear instituciones —leyes, decretos y demás normas— para enriquecerse a costa del resto de la población. Analizan a terratenientes, partidos políticos y al mismo Estado.
De los terratenientes muestran como estos “utilizaron a los paramilitares para defenderse de las guerrillas, pero también participaban en el tráfico de drogas, la extorsión y el secuestro y asesinato de ciudadanos” (p. 442). Incluso, aprovecharon el control territorial para obtener votos, provocando que en el gobierno de Álvaro Uribe “el 35 por ciento del Congreso fuera elegido en zonas en las que habían estado los grupos de autodefensa”.
Muestran cómo en un país rico, y en departamentos como el Casanare, con una gran reserva en depósitos de petróleo, fueron usados por el paramilitarismo para apropiarse sistemáticamente de la propiedad, del poder y de los recursos. En ese contexto, no resulta difícil “imaginar el efecto de este alcance del control paramilitar de la política y la sociedad sobre instituciones económicas y políticas públicas” (p. 445).
Los nobeles de economía presentan un país donde las élites políticas han usado la violencia para mantenerse en el poder. Y para cuando están en él, crear normas —como las que se dieron durante el período de la Seguridad Democrática (2002-2010)— para permitir la desmovilización paramilitar que es “simplemente la institucionalización” del paramilitarismo “en grandes zonas de Colombia y el Estado” (p. 447).
Llegando a la conclusión que no somos un estado fracasado, pero si un “Estado sin centralización suficiente y con una autoridad lejos de ser completa sobre todo el territorio” (p. 446). Existen territorios, prácticamente, sin instituciones formales. Un contexto donde “las instituciones políticas no generan incentivos para que los políticos proporcionen servicios públicos y ley y orden en gran parte del país, no les ponen límites suficientes para evitar que hagan tratos implícitos o explícitos con los paramilitares y los criminales” (p. 448).
Lo bueno es que, nos dicen los tres economistas recién nominados, las instituciones pueden cambiarse: es posible transformarlas y liberarse de las instituciones heredadas. Podemos cambiar nuestra realidad, proponer y negociar arreglos institucionales que permitan cambiar está senda “viciosa” y dirigir los países por el camino del desarrollo.
Acuerdos que permitan, por ejemplo, proteger a la población que está explotada laboralmente —con jornadas demasiado amplias o que no reconocen el esfuerzo y sacrificio en el pago por la horas nocturnas—. La gente requiere que se le pague de forma justa por su trabajo. Que se le compense por el uso de su tiempo, pues estos en lugar de estar cómodamente en su casa, en compañía de sus hijos o familiares, debe estar en las horas nocturnas siendo exprimido por el empresario.
Igualmente, podemos decidir invertir los impuestos y recursos públicos en educación, para que la población, a pesar de no tener recursos para entrar a una universidad privada, puedan elegir su profesión y rumbo que quieren darle a su vida. Y a la vez tener una ciudadanía capacitada para afrontar el desafío de avanzar a los niveles de prosperidad deseados.
Finalmente, un país que decida proteger los recursos que tiene, para el disfrute y el goce de las generaciones futuras. Recordemos que las decisiones que tomamos hoy —al igual que las que tomaron nuestros líderes en las décadas anteriores—, pueden tener efectos perversos, tal como hoy lo vemos en la situación que sufre la Amazonía. Debemos garantizar el ejercicio de los derechos a los que vienen y generar un futuro sostenible.
En conclusión, tenemos el reto hoy de trabajar en reducir la pobreza, y las pistas dejadas por los trabajos de estos tres nobeles de economía brindan elementos que bien podría implementarse en el país. También el reto de reducir la corrupción gubernamental e ir minando las tradiciones que han generado este círculo vicioso, esto con el propósito de avanzar en sociedades más democráticas y protectoras de derechos sociales.
Esperemos que las recomendaciones de Acemoglu, Johnson y Robinson, sean tenidas en cuenta por las élites que hoy monopolizan el poder en Colombia. Que la dignidad que le da un premio Nobel a una recomendación sirva para que los tomadores de decisiones trabajen en formular políticas económicas que ayuden a cambiar de rumbo. Crear instituciones que en lugar de aislar, incluya; que en lugar de mantener las desigualdades, promuevan la equidad social; y que en lugar de fomentar la corrupción, se dirijan al buen uso de los recursos públicos.
* Esta columna es resultado de las dinámicas académicas del Grupo de Investigación Hegemonía, Guerras y Conflicto del Instituto de Estudios Políticos de la Universidad de Antioquia.
** Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad de la persona que ha sido autora y no necesariamente representan la posición de la Fundación Paz & Reconciliación al respecto.
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