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Mi columna 15

Por: María Victoria Ramírez M. Columnista Pares.


Tengo un nudo en el pecho

Lo tengo hace 20 años

No me miras, no me tocas, no me escuchas

A París llevé un pijama de satín rojo que no estrené

No hicimos el amor en París

Cuando finalmente dejé mi argolla matrimonial sobre la cama,

Dijiste haberlo entendido.

De tu lengua bestial brotó fuego

Nos quemaste, a mí y a nuestro crío.

Existe una maldición milenaria sobre el que intenta romper el vínculo filial:

“La infertilidad transmisible”

Poema sin título de la escritora Maj Llawöjs.


Esta columna es especial porque me siento como una quinceañera. Es mi columna número 15 en el portal de PARES. Es difícil no sentir felicidad cuando uno escribe y encuentras personas receptivas, que incluso reclaman cuando uno deja de publicar. Me sucedió hace algunos años cuanto fui columnista del periódico La Tarde de Pereira, ya desaparecido.


Quise conectar mi columna 15 con quien era yo en esa edad temprana. En ese momento no tenía preocupaciones políticas, fue solo tres años después, cuando ingresé a la universidad, cuando empecé a hacerme preguntas, porque los activistas políticos me hicieron hacerme preguntas.


Cuando cumplí 15 años, vivía en el municipio de Cartago (Valle), estudiaba en un colegio religioso. Fue el año 1985 y sería el mismo año de dos eventos que marcaron la historia de este país: La toma del Palacio de Justicia y la tragedia de Armero. A esa edad ya había sufrido un episodio de estrés que me produjo la caída masiva del cabello, lo que el dermatólogo diagnosticó como Alopesia Areata.

El estrés no tenía origen en algún hecho violento. Por fortuna tuvo tratamiento. Mis cuitas eran simples. Recuerdo que como muestra de rebeldía en mi agasajo de 15 años no me vestí de colores pastel, en su lugar me decidí por un enterizo negro.


El Palacio de Justicia es quizás uno de los episodios más dolorosos de la historia reciente de Colombia. Yo lo recuerdo con cierta distancia. En ese momento no era consciente de lo que eso significaba. Luego pude leer Noches de humo de Olga Behar Leiser y asombrarme con todos los detalles del abuso estatal en el uso de la fuerza, por llamarlo de forma benevolente, muy superior la violencia ejercida por el M-19.


Hoy, casi 35 años después, Bogotá y otras ciudades del país vuelven a ser escenario del uso excesivo de la fuerza, esta vez no contra guerrilleros, magistrados y empleados del Palacio de Justicia, sino contra jóvenes indefensos que reclaman justicia por la muerte de un civil a manos de la Policía.

Cincuenta años de conflicto armado, violencia del narcotráfico, además de casi dos décadas de uribismo han trastocado la escala de valores de muchos colombianos que equiparan la respuesta airada de manifestantes enfurecidos frente a una injusticia, con los disparos indiscriminados de policías contra personas indefensas.


He escuchado frases tan asombrosas como que el estudiante de derecho asesinado por policías se merecía la muerte porque era muy alzado, y que si lo mataron era porque había provocado a los uniformados.


Los coros de ultraderecha siempre, sistemáticamente, repiten como loros y la masa hace eco de que las violencias de los rebeldes, armados o no, son equiparables a las violencias de los cuerpos estatales. No, no y no. No es lo mismo, señoras y señores, no es lo mismo. Una piedra no es igual a una bala, ni un manifestante es igual a un guerrillero.


Pero, además, lo más delicado del asunto es que se equivocan los policías que consideran que quien protesta, incluso pacíficamente, es un insurgente, y se justifica la fuerza letal o semi letal para controlarlo.


No hay que confundir ni dejarse confundir. Las muertes a manos de los policías que ocurrieron en los últimos días, son crímenes de estado. No son actos del servicio que deba investigar la justicia penal militar, son homicidios que debe investigar la justicia ordinaria. Hago eco de la petición de muchos, incluida la alcaldesa de Bogotá, Claudia López, de una urgente reforma a la Policía.


Yo hubiese querido en mi columna número 15, hablar de algo mucho más festivo, incluso vestirme de rosa. Hoy como en mis 15, creo que vuelvo a vestirme de negro, para hacer un duelo, que por lo que veo no será el último que tengamos que sufrir en este país.

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