Por: María Victoria Ramírez
El Acto Legislativo No. 3 del 25 de agosto de 1954 reformó la constitución nacional colombiana y otorgó a las mujeres el derecho activo y pasivo al sufragio. Este año se cumplen 68 años de esa conquista. En contraste, por ejemplo, la Decimonovena Enmienda, como se denomina la reforma constitucional que otorgó el voto a las mujeres en los Estados Unidos, fue adoptada oficialmente el 26 de agosto de 1920, ese fue el colofón de décadas de lucha por el sufragio femenino tanto a nivel estatal como federal. Sólo en 2015, y por primera vez desde la fundación del reino en 1932, las mujeres de Arabia Saudita pudieron participar y ser candidatas en unas elecciones.
En el año 1957, cuando se estrenó el voto femenino en Colombia, las mujeres representaban el 50,7% del censo electoral contra el 49,3% de hombres. Luego ese porcentaje se redujo significativamente manteniendo la tendencia hasta las elecciones de 1994, en las cuales el censo electoral siempre fue mayoritariamente masculino. En el año 1999 las cifras se emparejaron y desde entonces en todas las elecciones la mujer ha sido mayoría en el censo electoral. Según el censo electoral de la Registraduría Nacional del Estado Civil, en Colombia y en el exterior hay 39′002.239 de colombianos (20′111.908 son mujeres y 18′890.331 son hombres) habilitados para ejercer su derecho al voto en las próximas elecciones presidenciales.
Sin embargo, poder votar no significa un aumento de la representación femenina en las esferas del poder público, bien sea en cargos de elección popular como de designación. Para citar algunos ejemplos: la Asamblea Nacional Constituyente de 1991 estuvo integrada por 4 mujeres y 68 hombres; en toda la historia política de nuestro país hemos tenido 9 candidatas a la presidencia iniciando en 1974 con María Eugenia Rojas, de la ANAPO, y terminando con Íngrid Betancourt del Partido Verde Oxígeno en 2002 y 2022, quien no pudo presentarse en la primera ocasión a raíz de su secuestro y en la segunda ocasión se ha retirado, aunque aparecerá en el tarjetón. Otras candidatas o precandidatas han sido Nohemí Sanín, Aída Abella, Clara López y Martha Lucía Ramírez.
En este momento el porcentaje de participación femenina en los cargos de elección popular es: 12% en las alcaldías, 18% en los concejos municipales, 28,8% en el Congreso y nunca una mujer ha ocupado la presidencia de Colombia. Estas cifras alientan y sustentan todos aquellos esfuerzos por mejorar la participación de la mujer en política y en todos los espacios de decisión.
La lucha por la equidad en todos los terrenos, incluido el político, pasa por vencer obstáculos de toda índole que están instalados en la cultura, en el accionar y en el pensamiento de hombres y mujeres. Es importante abrirle espacios a este tema, generar debates y ganar adeptos y adeptas para esta causa. Particularmente en los ámbitos en los que hablar de equidad de género es todavía una cosa exótica y suscita reacciones en contra, tanto de hombres como mujeres. Entrar en serio en la modernidad no pasa solamente por dotar a las ciudades de un equipamiento urbano que se asemeje al de países desarrollados; entrar en la modernidad significa también asumir los debates mundiales en torno a la ampliación de derechos, no sólo para las mujeres, sino también para las minorías étnicas y sexuales.
Hablo del voto femenino en esta columna porque, por supuesto, no quiero estar ausente del debate electoral que tiene lugar en este momento en Colombia. Y no lo hago desde la neutralidad.
El legado que nos deja Uribe es devastador. Entiendo lo que sienten aquellos que hoy se han quitado la venda y se percatan del horror que representan estos 20 años en los que se han limitado las libertades, se ha señalado a las ONG de derechos humanos como enemigas del gobierno y amigas de la insurgencia, y se han convertido los programas sociales en botín para elegir a los amigos de los gobiernos de turno.
Me resulta esclarecedora la afirmación del escritor Sándor Márai en su novela El Último Encuentro, en la que describe las relaciones entre los seres humanos como complejas, frágiles y, a veces, cargadas de fatalidad. Yo diría que cuando se trata de la lucha por el poder, esos rasgos se acentúan. En los últimos días de esta campaña electoral, con los ánimos tan crispados, con las diatribas que siembran temor, con los láseres apuntando a Francia Márquez, en medio de un ambiente espeso y fangoso, agradezco a aquellas mujeres de tantas generaciones que han hecho posible que hoy yo pueda votar y que una mujer como Francia Márquez pueda ser fórmula vicepresidencial.
El 29 de mayo de 2022 volveré a votar para que ¡nunca más!, ojalá, un presidente de la República trate de tinterillos e idiotas útiles a miembros de la Rama Judicial ante el silencio o el aplauso de muchos; para que se respete la independencia de poderes, pilar de un Estado democrático; para que la oposición y todos los partidos o movimientos políticos tengan mayores garantías, para que no hayan más Lucas Villa caídos en la protesta social. Quiero contribuir con mi voto femenino a empujar el péndulo de nuestra historia hacia la izquierda.
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