Por: Iván Gallo - Editor de Contenido
El hecho de la semana fue la aberración que cometió el congresista Miguel Polo Polo: meter en una bolsa de basura las botas puestas en el Congreso que recordaban uno de los episodios más escabrosos durante los ocho años que duró la presidencia de Alvaro Uribe. Esto no sólo lo hizo para revictimizar a los familiares de las víctimas sino forma parte de un plan que alcanzó a ejecutar el gobierno de Iván Duque, reescribir la historia, meterle mano a la memoria. Acá explicaremos como funciona esto.
En la novela 1984 el escritor inglés George Orwell se atrevió a hacer una sátira sobre el totalitarismo soviético. En esta distopía el Estado, mastodónico, no se conforma sólo con controlar el individuo por medio de cámaras dispuestas en cada casta, un ojo avisor que no tiene párpado, que jamás se cierra. El gran hermano, sino que también está constantemente reescribiendo la historia. Uno de los facotes de cohesión que tiene el pueblo es el enemigo, el objeto de odio. Este varía constantemente. El ministerio de Propaganda va escogiendo cada cierto tiempo quién es el enemigo. Esta labor requiereun esfuerzo burocrático enorme. Se deben quemar documentos constantemente y rehacer otros en donde se pruebe la existencia del enemigo y, sobre todo la incesante reescritura de la historia. Hitler, en 1939, sólo pudo decidirse a invadir Polonia cuando firmó el pacto de no agresión con la Unión Soviética. Stalin, que había lanzado una campaña de odio contra los nazis, de un plumazo convertía a Alemania en su principal aliado. En ese otro país también se dejó, durante dos años, de publicar libelos contra el bolchevique internacional y a veces, en un afiche pegado en un muro, se veían caricaturas del Fuhrer, sonriente, tomándole la mano a un Stalin al que le atenuaban sus rasgos orientales. En 1941 Hitler rompe este acuerdo y lanza sobre la URSS la Operación Barbaroja con la que pretendía llegar a Moscú, destruir Rusia y convertirla en un inmenso lago.
Los regímenes totalitarios no tienen historia, la reescriben. Ellos van creando constantemente la Historia Oficial. Y cuando se crea una Comisión de la verdad para que trabajen durante cuatro años para tener certezas sobre sesenta años de conflicto, como sucedió en Colombia, la única preocupación que debe tener un mandatario es la de detener todo, hasta las campanas de las iglesias, para escucharla. Pero el 26 de junio del 2022´, Iván Duque -quien tenía apenas 7 semenas de mandato mas-, decidió no ir al evento que se organizó en el teatro Julio César Gaitán en donde la Comisión de la Verdad entregó su informe definitivo, simplemente no fue. No estaba en su agenda. En cambio, Gustavo Petro, quien había sido elegido como presidente seis días atrás, estaba en primera fila al lado de su fórmula vicepresidencial, Francia Márquez. El informe consignaba sesenta años de sufrimiento del pueblo colombiano, testimonios de agentes de estado, víctimas de tortura, secuestros, masacres, desplazamientos y los daños que han causado sesenta años de confrontación. Había un cambio no sólo de gobierno, sino de compromiso con la verdad.
Una de las promesas de campaña con la que Iván Duque ganó la presidencia en el 2018 fue hacer trizas los acuerdos de paz que habían suscrito el gobierno Santos con las FARC. Lo que más le molestaba al uribismo en pleno no sólo fue el hecho de sentarse a hablar con una guerrilla sino darle un estatus político. En los ocho años que duró Uribe en el poder, después de haber modificado a su antojo la constitución, comprando votos de magistrados y congresistas para torcer a su antojo la historia, se instauró el concepto de enemigo interno. Las FARC estaba ahí para destruirse porque era un grupo terrorista. Al calificarlo de esa manera se intentaba borrar la historia. Se negaban las razones que obligaron a un grupo de campesinos en los Llanos Orientales y en el Páramo de Sumapaz de organizarse ante los abusos del Estado, a los que perseguían sólo por ser liberales. En la opinión pública se instauró una versión de folletín barato: la historia de Colombia se trataba de una lucha entre buenos y malos. Por eso, desde el uribismo, se aplaudió la decisión de Duque, de ningunear la Comisión de la Verdad. Senadoras del Centro Democrático, como María Fernanda Cabal, ha estado muy interesada en contar su propia historia sobre la tenencia de la tierra y por qué es una idea del comunismo internacional -que tiene cachos y cola- no se debe hacer la más que necesaria reforma agraria. A ellos no les preocupaba tanto la paz, la terminación de un conflicto, sino la justicia social. En esa Justicia Social los terratenientes, por ejemplo, tendrían que entregar miles de hectáreas que no les pertenecía.
El senador Iván Cepeda, quien fue interpelado por un periodista ese día, afirmó que la decisión de Iván Duque de salir del país, justo el día en que se entregaba el informe, “era triste y ofensivo para las víctimas”. En su lugar Duque había dejado encargado a su ministro del Interior, Daniel Palacios, quien a última hora se excusó. Francisco de Roux tuvo que entregarle el documento al presidente electo, Gustavo Petro, quien se comprometió ese día con difundir como presidente el documento: todo niño en los colegios del país tenía el derecho de conocer la verdad.
La ausencia de Iván Duque no sorprendió a nadie. En la instalación de la Comisión de la verdad, en septiembre del 2018, también se excusó. También lo hizo en otro evento donde se exaltaba la memoria, la inauguración de la obra Fragmentos, creada por Doris Salcedo, artista de la memoria, en donde se develaba un “antimonumento” creado con los restos de las armas entregadas por las FARC. Obviamente Duque terminaría pronunciándose. Lo hizo para cuestionar los 10 tomos entregados. Una de las frases dejó claro la intención de manipular la verdad, la historia: “La verdad no puede tener sesgos, ni ideologías, no puede tener prejuicios. Es objetiva. La verdad tiene que ser incontrovertible y la realidad de nuestra historia es muy clara”. Además le abría un paréntesis al informe y su credibilidad deseando que este no se tratara del producto de la postverdad.
El uribismo ´desplegó, a finales de la década pasada, una intensa campaña para reescribir la historia. La senadora Cabal, por ejemplo, puso en entredicho la masacre de las bananeras y, mientras José Obdulio Gaviria fue el asesor de cabecera del uribismo, intentó negar el conflicto con un libro que se quiso posicionar como de cabecera en cada colegio del país: Sofismas del terrorismo en Colombia. Durante el 2018, cuando arrancó el gobierno de Iván Duque, fue vital para el uribismo un cargo: el de la dirección del Centro de Memoria Histórica. La responsabilidad de reescribir la historia se la dieron a Darío Acevedo. Su ingerencia fue tan profunda que incluso, según el profesor Hernán Suárez, se llegaron a cambiar grandes fragmentos de libros de historia de la editorial Santillana difundidos en colegios. La labor de Acevedo fue la de reescribir la Historia de la Paz. Uribe, como Churchill ante la historia, se encogía de hombros y, desinteresado diría “No me preocupa mi papel en la historia, igual terminaré reescribiéndola”.
Apenas se posesionó en el cargo Darío Acevedo mancilló la memoria de las 8 millones de víctimas afirmando lo siguiente: “Aunque la ley de víctimas dice que lo vivido fue un conflicto armado eso no puede convertirse en una verdad oficial”. Fue un defensor acérrimo de la tesis que en Colombia no existió conflicto armado sino una amenaza terrorista. Esto, por ejemplo, serviría de teflón a una fuerza pública que se unió con el paramilitarismo para derrotar a la guerrilla.
Una semana después de que dejara su cargo como director de Centro de Memoria, Darío Acevedo tuvo que comparecer ante la JEP por su supuesta censura a la exposición “voces para transformar a Colombia”, era el trabajo de seis con las víctimas y era la prefiguración de lo que sería el guion museológico de la memoria. Pero en septiembre del 2019, a dos semanas de la inauguración de la exposición, Acevedo decidió cancelarla. Las razones habrían tenido que ver con la censura.
El Centro Democrático ha controvertido la verdad en hechos tan escabrosos como la sangrienta retoma del Palacio de Justicia en noviembre de 1985. Ha enarbolado las banderas de la defensa a oficiales como Arias Cabrales, sobre el que se ha demostrado fue quien dio la orden para sacar vivos a los magistrados de la Corte Suprema y ejecutarlos después, y Plazas Vega, quien incluso, después de que fue absuelto, intentó hacer política en ese partido. Gracias a la labor de Helena Urán de Bidegain, quien perdió a su padre en la retoma, y de otras víctimas, además del trabajo de investigación de la periodista irlandesa Ann Carrington, sabemos que durante dos días, entre el 5 y el 7 de noviembre de 1985, las decisiones del país no las tomaba el entonces presidente Belisario Betancur, sino una junta militar.
El compromiso de este gobierno con la verdad, más allá de los resultados, es real. Nombrar, por ejemplo, como ministra de Justicia a Angela María Buitrago, quien fue una de las voces más destacadas dentro de la Comisión de la Verdad del caso de Ayotzinapa es una declaración de principios. No ha sido fácil obtener resultados, pero el haber exhumado en el cementerio central de Cúcuta fosas de hasta cuatro mil cuerpos con personas que estaban desaparecidas desde finales del siglo XIX, cuando ocurrió la arremetida paramilitar con el Catatumbo, han podido ofrecerle a miles de familia el consuelo del duelo.
La memoria, que fue azaltada por el uribismo, se va recobrando poco a poco. Los riesgos, siempre están latentes. En Argentina Javier Milei ganó las elecciones afirmando que no existió represión militar sino una respuesta a un ataque terrorista, al enemigo interno. En México, antes de AMLO, el presidente Enrique Peña Nieto resolvió en 20 días el caso de Ayotzinapa falseando la verdad y encubriendo a los verdaderos culpables.
La cruzada por la verdad debe trascender el color de los partidos, el nombre de los ganadores de elecciones presidenciales. Es un bien que debemos blindar. En un país con un conflcito de 60 años los límites y orígenes del mismo se hacen difusos. Es nuestro deber demarcarlos, nombrar, nombrar siempre. Nombrar víctimas y victimarios. Nombrar a los responsables de iniciar la guerra. Sólo nombrando no se olvida.
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