Por: María Victoria Ramírez
Mujeres de todas las regiones de Colombia y de más de una decena de países del mundo nos dimos cita en Bogotá durante el Encuentro Internacional de Mujeres contra la Guerra que se llevó a cabo los días 10, 11 y 12 de agosto de 2004 en el Hotel Tequendama de Bogotá. Este evento fue convocado y realizado por el Movimiento de Mujeres contra la Guerra que se inició en el año 2002 con la movilización de unas 40.000 mujeres hacia Bogotá como una acción que atrajera la atención del país sobre los efectos de la agudización del conflicto armado en Colombia.
Hacían parte de este movimiento la Ruta Pacífica de las Mujeres por la Salida Negociada del Conflicto Armado y la Iniciativa de Mujeres Colombianas por la Paz (IMP), ambas organizaciones nacionales de composición muy heterogénea tales como organizaciones de base de mujeres, redes de mujeres, ONG’s de mujeres, mujeres académicas, profesionales, de diferentes ascendencias étnicas, jóvenes, amas de casa, sindicalistas, entre otras. Al evento asistieron más de 300 mujeres procedentes de casi todas las regiones del país y más de una decena de representantes de varios continentes.
Esta ponencia fue la contribución al panel que en plenaria se desarrolló durante el Encuentro Internacional ya mencionado, presentada por Cynthia Cockburn, profesora del departamento de Sociología, de la Universidad de Londres e integrante del movimiento Mujeres de Negro contra la Guerra. Decidí traducir esta ponencia con el consentimiento de la autora para difundirla entre las organizaciones participantes del evento. Hoy la rescato por su importante contribución teórica y la vigencia de la discusión en plena guerra entre Rusia y Ucrania.
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El título de esta presentación tiene tres 'ismos' y eso ya parece exagerado. Pero aún hay más; en mi presentación voy a agregar un cuarto 'ismo': el patriarcalismo. Porque estamos aquí en un auditorio lleno de mujeres, y tenemos ojos para ver algo sobre el militarismo, el nacionalismo y el fundamentalismo que los hombres en su mayoría parecen no poder ver; el orden de género, el sistema de dominación masculina, que es intrínseco a los tres, que hace parte de su naturaleza.
Por fortuna, tenemos nuestra propia y buena teoría para este propósito, una herramienta que ha sido desarrollada para nosotras, por muchas mujeres durante muchos años: nuestro propio 'ismo', el feminismo. El feminismo no solamente le añade algo a nuestra comprensión del nacionalismo, el militarismo y el fundamentalismo. En realidad no es posible comprender ninguno de los tres sin el feminismo. El feminismo inspira la lucha que mujeres al rededor del mundo están llevando a cabo en contra del militarismo, el fundamentalismo, el nacionalismo y el patriarcado.
El hecho de que una palabra termine en 'ismo' nos dice algo. Sabemos que estamos hablando de un conjunto de creencias, ideas y valores. La palabra nacional -ismo implica una creencia en la importancia de un pueblo, nación y calidad de estado definidos. La palabra militar -ismo habla de una ideología que valora altamente la fuerza física organizada. En fundamental -ismo religioso: el 'ismo' sugiere que se trata de cierto giro de una ideología religiosa. Patriarcal- ismo es una serie de creencias en la que las diferencias entre hombres y mujeres son vistas como más importantes que las similitudes, en la que los hombres tienen autoridad y derechos sobre las mujeres (una autoridad ordenada por dios en algunos casos); y también son responsables por ellas.
Ideas como estas, sistemas de creencias como estos, son enormemente poderosos en sí mismos porque motivan a la gente a actuar, a obedecer, a revelarse, o a innovar. Pero estos 'ismos' no son solo palabras. Todos ellos están respaldados, primero, por estructuras masivas (acuerdos institucionales) que dan a las ideas que encarnan una tremenda influencia en la sociedad. Y, segundo, comprenden prácticas (hechos y dichos, reglamentaciones, rutinas) que pueden comprometer a miles de individuos a vivir las ideologías en sus vidas, de manera que la gente llegue a identificarse con ellas y diga: 'sí, ese soy yo', 'eso es lo que yo defiendo'.
Como estoy tomando seria y literalmente el título de esta presentación, los tres ismos, mi charla se dividirá en tres partes. Patriarcado, el cuarto ismo, se integrará en la narrativa a medida que vaya avanzando. Y permítanme aclarar en este punto que tomo ideas de numerosos escritores que, en su mayor parte, no citaré por nombre. Para aquellos que estén especialmente interesados en el tema, al final de la presentación hay una lista de lecturas recomendadas.
Empecemos con el nacionalismo. Nacionalismo y naciones. Estas son nociones modernas – sólo han existido desde el siglo XVIII y algunos dicen que los primeros nacionalismos fueron aquellas rebeliones que produjeron países como Venezuela, México y Perú durante el imperio español en las Américas. Lo que siguió en los siguientes 200 años fue un sistema mundial en el que el estado nación se convirtió en la piedra angular de la política internacional. A medida que los imperios han fueron colapsando han sido sucedidos por nuevas naciones reclamando viejas memorias de 'cómo era antes' – recientemente lo vimos cuando la Unión Soviética se desintegró
De algún modo es algo competitivo. Una vez que el nacionalismo nace como idea (y sólo tuvo que nacer una vez en el mundo), se tiene el concepto de que un 'pueblo' es algo verdadero y puede aspirar a tener su propio estado, las poblaciones empiezan a pensar y a sentir de esa manera; se definen a si mismas, más claramente, a partir de unos 'otros' que no son ellos. Puede surgir un proyecto, generalmente, en la mente de la élite de un grupo cultural en particular (especialmente sus hombres) de hacer un esfuerzo para conseguir autonomía y reconocimiento (como los líderes creoles en Centro y Sur América).
Puede que se lance una campaña con un fin en particular, por ejemplo, el derecho a recibir educación en nuestro propio idioma (como los curdos en Turquía), o el derecho a controlar nuestros lugares sagrados (como la lucha entre hindúes y musulmanes por el sitio que se disputan en Ayodhya, India). La imaginación tiene mucho que ver. Es un hecho indiscutible que los grupos étnicos se mezclan. La gente se casa con gente de otros grupos, y se comparten costumbres. Pero la imaginación de la gente puede verse tan influenciada por discursos, periódicos o programas de televisión que se llega a creer en la 'diferencia'. La gente empieza a sentir que pertenece a un territorio en particular – lo que es peor, que el territorio les pertenece sólo a ellos. Pronto están listos para movilizarse y matar y morir, por la idea nacionalista – el mito de cierto pasado heroico que se comparte (como los serbios nacionalistas liderados por Milosevic en la desintegración de Yugoslavia, o el sueño de un futuro que creen destinados a compartir (como el sueño sionista de algunos judíos).
El sistema mundial de estados-nación parece ser, por el momento, algo en lo que estamos atascados. Pero podemos preguntarnos, ¿Es siempre malo el nacionalismo? Especialmente cuando está profundamente enraizado en la identidad étnica, el nacionalismo parece ser ofensivamente excluyente: 'tú no eres de los nuestros y nosotros somos mejores que tú'. Pero algunas personas argumentan que en las condiciones presentes el estado nación es el único marco que empieza a ofrecer la posibilidad de democracia y justicia social. Algunas naciones comprenden con éxito una diversidad de grupos étnicos, manteniéndolos unidos mediante una ideología algo 'cívica'. Tal vez nos sintamos muy a gusto viviendo en un país así, de puertas abiertas y derechos humanos para todos, y hasta puede que no nos importe mucho si es denominado una ‘estado-nación '.
Otra pregunta que podemos hacernos es: ¿puede el sistema de estados-nación ser 'domesticado' y 'civilizado' por acuerdos y acciones mundiales – instituciones internacionales, leyes, códigos y tratados? Algunos dirían que esa es nuestra única esperanza para sobrevivir a la peligrosa era de los estados nación.
Una manera de evaluar el nacionalismo consiste en mirar las relaciones de género. Y mirado así no se ve muy bien. Vemos cómo el nacionalismo y el patriarcado coinciden el uno con el otro.
La identidad étnica o cultural es la semilla que algunas veces crece, o es manipulada para convertirse en un movimiento nacional. Las culturas de los pueblos que se consideran de distintos grupos étnicos (los tutsi por ejemplo, o los pashtun o los galeces) siempre incluyen una especificación de las relaciones de género. Hay maneras correctas de ser un hombre pashtun o una mujer pashtun. Cuando un pueblo adopta la ideología nacionalista las especificaciones de género se redefinen. A menudo se sobre-enfatiza la diferencia y se refuerza la importancia de la masculinidad, en relación con el liderazgo.
Pero la ideología nacionalista también presta atención a la mujer y a la feminidad. Escritoras feministas como Nira Yuval-Davis nos han dado una perspectiva útil al respecto. Primero, los líderes masculinos a menudo acuden a las mujeres como madres, para producir más hijos, para que la nación sobreviva. Segundo, las mujeres son valoradas como las guardianas de la tradición cultural – las que cuentan a los niños las historias de 'quiénes somos y de dónde venimos', las que saben cómo cocinar 'nuestra' comida, y la manera correcta de enterrar a los muertos.
Pero en la ideología nacionalista a menudo se puede usar y abusar de las mujeres y sus cuerpos. Simbólicamente, éstos pueden ser honrados – la nación se representa como una mujer, la libertad, 'La France'. La patria está forjando la unidad. Suena positivo. Pero el hecho de que el cuerpo de la mujer sea importante para la nación significa malas noticias para las mujeres. Esto quiere decir que el honor del hombre está invertido en dicho cuerpo. Estaremos expuestas a ser violadas o esclavizadas o prostituidas por el enemigo para destruir el honor de nuestra comunidad.
En algunas circunstancias, las mujeres pueden rebelarse contra estos problemáticos roles nacionales, pero con frecuencia, especialmente si creen que 'su gente' está en peligro, las mujeres se arrojan fieramente a la feminidad nacionalista. Así que a veces las mujeres son partícipes activas en las luchas nacionalistas. Algunas hasta pueden llegar a tomar las armas. En algunos tipos de lucha nacional, especialmente cuando hay revueltas en contra de los poderes dominantes, los ideologistas abrazan la idea de equidad sexual porque al llevar a las mujeres a la lucha se pueden duplicar sus fuerzas. Pero esta emancipación generalmente no dura. En un libro sobre el poscolonialismo en los países asiáticos, Kumari Jayawardena muestra como la 'nueva mujer' evocada por las luchas anti-imperialistas fue re-educada, después de la independencia, para los roles tradicionales.
Ahora pasemos rápidamente al segundo 'ismo', el militarismo. La ideología del militarismo implica dar un gran valor al dominio por la fuerza, y a las cualidades y comportamientos militares. Al igual que con el nacionalismo, en los cimientos de esta estructura social hay un enorme poder. Pensemos en la nación estado con todas sus instituciones, desde el congreso nacional hasta el poder municipal. Pensemos en el personal, desde el presidente y el primer ministro hasta el más humilde empleado de oficina. Pensemos en las prácticas – recaudar impuestos y decidir en qué se van a gastar; aprobar leyes (como leyes de inmigración que dicen quién puede venir al país y quién no); administrar la educación (escribir el currículo de historia que enseña a los niños quienes son).
Ahora agreguemos los aparatos militares – ejércitos, campos de aterrizaje, tanques y helicópteros. Y el personal calificado – como el nacionalismo, el pensamiento militar tiene a mucha gente a su comando: desde el general hasta el niño soldado. Sus prácticas son la disciplina, la reclusión, la propaganda, la vigilancia y la guerra propiamente dicha.
En una sociedad militarizada, un porcentaje importante de la población se especializa en la fuerza armada – legal o ilegal. El militarismo aparece en la historia mucho antes del nacionalismo. Desde el segundo milenio antes de la era cristiana, en el Mediterráneo oriental, los líderes garantizaron su propia supervivencia, amasaron fortuna y extendieron su influencia por medio del uso de ejércitos permanentes. Los límites de los imperios eran las líneas más allá de las cuales los soldados del emperador no podían marchar.
Pero el militarismo y la militarización hoy en día están estrechamente relacionados con el estado-nación. La naturaleza competitiva del sistema de las naciones modernas ha hecho que sea bastante difícil imaginar una nación sin fuerzas armadas (¿es Costa Rica la única?). Cuando un movimiento nacionalista aún aspira a la libertad de dominación, como Nicaragua en los años setenta, el ejercito puede ser amado y respetado, el ejército del pueblo. Cuando las fuerzas de una nación están luchando por vigilar una población intranquila o por controlar a los vecinos, dichas fuerzas serán odiadas. Pero definir lo bueno y lo malo de la fuerza armada es algo difícil para los feministas. Algunos pocos países están tratando de redefinir sus fuerzas militares como unidades encargadas puramente de intervenciones humanitarias: los Países Bajos son un ejemplo. En este momento en Inglaterra hay división en la opinión de las mujeres sobre si los soldados británicos deberían ser enviados a proteger la gente de Darfur.
Debemos incluir en nuestras evaluaciones que el capitalismo industrial moderno ha cambiado la naturaleza de la militarización, primero porque la producción de armas y otros implementos de uso militar se ha convertido en un elemento muy significativo del total global de la investigación científica, la producción industrial y el comercio exterior; y segundo, porque la fuerza destructiva que se está produciendo es millones de veces mayor de lo que era un siglo atrás. Pero aún debemos recordar que la militarización puede llevarse a cabo exitosamente, es decir llegando a matar mucha gente y a deformar la vida de la mayoría, con sólo machetes.
Ahora, es obvio que el militarismo y la militarización son fenómenos profundamente marcados por el género. Dada la dependencia de la mayoría de los movimientos nacionales en la movilización militar, el hombre ideal no es sólo padre responsable y jefe de familia (y por extensión jefe de estado, patriarca de la religión oficial) sino que es también un hombre militar, dispuesto a portar valientemente las armas para defender a su familia, y por extensión, defender a la gente. Los hombres como seres humanos se ven tan explotados y deformados en estos 'ismos' como las mujeres.
Pronto saldrá un libro muy útil de la feminista turca Ayse Gul Altinay. El libro se titula The Myth of the Military Nation (El Mito de la nación militar) y muestra como en Turquía, desde el tiempo del líder nacionalista Kemal Ataturk y aún hoy en día, la identidad de un hombre turco es una identidad militar. El vínculo hombre/soldado/turco se consigue en parte mediante el reclutamiento obligatorio de los hombres jóvenes y, también, desde la escuela, mediante un elemento obligatorio de educación militar y nacionalista.
De manera general, sin embargo, no se trata de obligatoriedad. Estos efectos aparecen luego de procesos de construcción de identidad más sutiles, hasta llegar al punto en que se pierde auto-respeto si el sentido de uno mismo difiere de lo que los discursos prevalecientes tengan en mente para uno. Es posible ver en Israel o en Chipre, o donde quiera que el militarismo nacionalista prevalezca, cómo se fomenta que madres y padres se sientan orgullosos, y la mayoría realmente lo están, de ver a sus hijos partir hacia el servicio militar; y también vemos cómo padres y madres se avergüenzan del hijo objetor de conciencia, rechazando esta idea de masculinidad.
Pero no son sólo ejércitos ni sólo hombres los que se enlistan en la nación militarizada. Las mujeres y la identidad del género femenino también aparecen en el libreto. De todos los escritores feministas, Cynthia Enloe es quien más ha hecho para mostrarnos cómo las necesidades militares percibidas afectan profundamente el comportamiento que es visto como correcto tanto para las mujeres como para los hombres – las mujeres como esposas de militares, como trabajadoras sexuales para los soldados, como las que van a los almacenes a comprar juguetes bélicos para sus hijos.
Y en los últimos tiempos ha sucedido algo contradictorio dentro de las fuerzas armadas. Unas pocas mujeres han sido a menudo llevadas a pelear a la guerra. Pero hoy en día las mujeres están siendo reclutadas por las fuerzas armadas modernas en números importantes – porque los planificadores militares no pueden reclutar suficientes hombres y porque algunas mujeres necesitan trabajo. Las contradicciones se muestran en ciertos hechos dolorosos. Muchas mujeres soldado son violadas y acosadas por sus colegas hombres. El entrenamiento que reciben las hace adaptarse a culturas masculinas y adoptar valores masculinos. Algunos de esos valores son buenos – las mujeres demuestran que pueden ser valientes y fuertes. Algunos son malos – las mujeres comparten con los hombres esa arrogancia que permite abusar de los débiles. Hay mucha preocupación acerca de este proceso. A mi parecer, el patriarcado puede soportar unas pocas mujeres actuando de manera poco femenina. Lo que más les importa a los líderes militares, base del patriarcado, es que los hombres sigan siendo hombres, que su disciplina y hombría no se vean afectados por la confusión.
¿Y qué hay del fundamentalismo? El fundamentalismo religioso, como los otros 'ismos', son conjuntos de creencias, ideologías. Y como con el nacionalismo y el militarismo las ideas están basadas en estructuras institucionales: iglesias, sinagogas, templos y mezquitas que se han alejado de la corriente tolerante de su religión. Allí también tienen su personal: clérigos particulares y sacerdotes, rabíes e imanes. Y sus prácticas: nuevas lecturas de textos antiguos, pronunciamientos papales, fatwas y castigo.
Hasta hace unos pocos años teníamos una organización en Londres llamada WAF (Women Against Fundamentalism / Mujeres en contra del fundamentalismo). Durante varios años publicamos una revista. La manera como veíamos el fundamentalismo era: no como observancia religiosa, la práctica de creer y de adoración colectiva. Esa es una cuestión de elección individual. En cambio, definíamos el fundamentalismo como movimientos modernos y esencialmente políticos que utilizan una versión selectiva de la religión como base para el intento de ganar o consolidar poder y extender el control social. En la WAF no éramos personas religiosas, pero sí éramos un grupo de mujeres de todo tipo de religiones. Así que mientras la mayor parte del mundo estaba hablando del fundamentalismo como si este fuera una peculiaridad del Islam, nosotras lo veíamos como una tendencia conservadora en varias religiones, particularmente en el Cristianismo, el Judaísmo y el Hinduismo.
La mayoría de los críticos del fundamentalismo lo consideran simplemente como anti-moderno, como un retroceso. En cambio no ven que el género es un factor clave en él. Lo que decíamos en la WAF es que 'en el corazón de todas las agendas fundamentalistas está el control de los cuerpos y mentes de las mujeres. Todos los fundamentalistas religiosos apoyan la familia patriarcal como agente central de dicho control. Ven a la mujer como a quien encarna la moral y los valores tradicionales de la familia y de toda la comunidad.'
Las tendencias en la producción y consumo capitalistas, combinadas con movimientos feministas, han llevado a una disrupción del orden patriarcal – no a su destrucción sino a unos cambios en la manera como éste se manifiesta. Algunas mujeres, en ciertas circunstancias económicas, han recibido educación y un ingreso independiente – el capitalismo las necesitaba como trabajadoras y consumidoras. Ellas han cambiado algo en su manera de vestir, han cuestionado ciertas cosas del matrimonio, han rechazado la autoridad masculina. El fundamentalismo es el pánico patriarcal de que la mujer se sacuda el yugo. Desde Alabama hasta Roma e Irán están tratando de volver a refrenar la familia.
Podemos ver que estos 'ismos', nacionalismo, militarismo y fundamentalismo religioso tienen algo importante en común: se trata de que en sus relaciones de poder entre los géneros hay una dominación masculina. Algunas veces lo pienso así: que el patriarcado, el nacionalismo y el militarismo son como una especie de sociedad de admiración mutua. El nacionalismo ama al patriarcado porque este le ofrece mujeres que educarán verdaderos patriotas. El militarismo ama al patriarcado porque las mujeres del patriarcado ofrecen a sus hijos para que sean soldados. El patriarcado ama al nacionalismo y al militarismo porque estos dos sistemas producen hombres sin ambigüedad, es decir, masculinos y, en general, mantienen a la mujer en su lugar.
¿Podemos agregar el fundamentalismo religioso a este nidito de amor? No estoy segura. Los líderes religiosos no necesariamente aman al nacionalismo y al militarismo. Algunos son espirituales, algunos se distancian de los proyectos nacionales como poco divinos, algunos se oponen a toda violencia. Pero mientras más matiz político tenga una religión, más milita ésta para reforzar el conservadurismo social, y, especialmente, mientras más inspirada esté por la idea de re-establecer el control patriarcal sobre la mujer, más posible es que encuentre aliados útiles en ciertos políticos nacionalistas. Todos los movimientos fundamentalistas son militantes. Sólo algunos son explícitamente militares: son cruzadas. Creo que hay una tensión interesante entre el fundamentalismo religioso, el nacionalismo y el militarismo en la que podríamos pensar más.
Para terminar esta larga y triste historia, espero que esté claro el por qué el feminismo es absoluta e irreduciblemente necesario, no sólo en nuestra lucha por una vida mejor para la mujer, sino en nuestra lucha para terminar con el racismo, la desigualdad y la guerra. No tiene que ver con que las mujeres seamos menos nacionalistas o militaristas o fundamentalistas que los hombres – algunas lo somos, pero otras no. Ni siquiera tiene que ver con el hecho de que las mujeres tengamos una experiencia de subordinación y opresión de la que podemos aprender – aunque es cierto que la tenemos. Se trata simplemente de que, entre todas las ideologías políticas de las que podemos escoger hoy en día, sólo el feminismo hace una crítica a la dominación masculina, a la tendencia socialmente reforzada hacia la violencia en las culturas masculinas y al daño atroz que esto le hace a la humanidad. Sólo el feminismo trae consigo la crítica al poder patriarcal que nos da las herramientas conceptuales para empezar a desmantelar el militarismo, el nacionalismo y la política religiosa conservadora e inventar un futuro distinto.
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