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Mukĩrã Wẽrã (hombre/mujer en lengua emberá)

Por: Miguel Ángel Rubio Ospina, Coordinador

Línea Jóvenes en Riesgo y Participación Juvenil


Nadie podrá llevar por encima de su corazón a nadie ni hacerle mal en su persona, aunque piense y diga diferente

Traducción indígena del artículo 11 de la Constitución Política de Colombia

La experiencia de implementación de las Escuelas de Liderazgo Juvenil Se juega la vida en Pueblo Rico, Risaralda, nos deja un hallazgo poderoso que a su vez traza un camino inexplorado por la Fundación Paz & Reconciliación (Pares), e inexplorado por otras organizaciones de la sociedad civil: la diversidad sexual.


Lía se llama, su otro nombre no interesa ya, aunque aún perviven en ella rasgos de él, su lucha constante por reafirmarse como mujer es admirable. Es la primera mujer transgénero con cédula del municipio de Pueblo Rico, Risaralda. He contado en otros textos la primera vez que me recibió en Pueblo Rico un joven de camiseta y jeans, y cómo fuimos testigos en Pares de su segunda resiliencia y lo que ella ha llevado en energía y discurso de diversidad al pleno de la Fundación (Ver: Lía Muñoz: la primera mujer transgénero con cédula de Pueblo Rico, Risaralda).


Por Lía y su ascendente indígena y mestizo, y su lucha encarnada en el lejano territorio de Pueblo Rico, Risaralda, nos enteramos de la existencia de Samantha, una mujer transgénero indígena emberá chamí que, expulsada de su territorio ancestral, ha sabido sobrevivir como líder de la diversidad sexual en otro pueblo tan godo como Pueblo Rico, y cafetero por antonomasia, Santuario, Risaralda.


Esta es apenas una semblanza que puede hacerse proyectando e invitando a todos los que apoyan la labor social y la misión de Pares a que pongan sus miras en esta población que sufre una triple condición de discriminación social.


Por un lado, es claro que las naciones indígenas de Colombia sufren una exclusión estructural representada en cinturones de pobreza que se ven en las calles de las ciudades del país, donde muchos indígenas bailan en las calles a cambio de monedas. Esto es paisaje en Pereira, capital del departamento de Risaralda, donde llegan muchos a rebuscársela en los andenes. Son las mujeres y los niños los que ponen sus vidas en riesgo sin las más mínimas garantías de supervivencia.


En segundo lugar, Colombia es un país donde la exclusión a la comunidad diversa sigue siendo cotidiana y aunque cada vez, paulatinamente, se va aceptando más en la sociedad conservadora colombiana, las preferencias y orientaciones sexuales de la población urbana en las ciudades principales, en zona rural y en comunidades apartadas y pueblos sigue siendo un fenómeno atacado desde la moral religiosa, desde un machismo y una homofobia cultural, en la que aún esta inclusión en diversidad no ha arraigado en la población.


Y, en tercer lugar, la pregunta es si en las poblaciones pequeñas y en zona rural la inclusión en clave de diversidad sigue siendo un problema estructural de exclusión e incluso de violencia, como es la situación de quienes se dicen transexuales, homosexuales, lesbianas o Queer y que, siendo indígenas, miembros de un resguardo o parcelación eligen vivir de un modo u otro en diversidad sexual.


Es este el reto que se presenta en Santuario, Risaralda, donde Samantha y otras doce mujeres transgénero indígenas, han decidido vivir a plenitud su identidad sexual, rompiendo con las estrictas normas de sus comunidades, en las que, desde su cosmogonía, nacer hombre y sentirse mujer es casi un delito. Razón por la que fueron expulsadas de su territorio so pena de sufrir castigos severos si no renuncian a su identidad de género, si insisten en seguir siendo mujeres naciendo hombres, si rompen con las duras tradiciones ancestrales heredadas de generación en generación.


En ese sentido, la frase epígrafe del inicio de este texto, citada por Jaime Garzón en alguna de sus magistrales alocuciones, es en sí misma una paradoja, pues pareciera ser un principio que internamente no se aplica en sus territorios ancestrales, solo es un mandato para el hombre blanco, ajeno a sus dinámicas y lejano de sus modus vivendi. Sin embargo, cuando las olas de pensamiento contemporáneo y las libertades ciudadanas y urbanas permean esas poblaciones, generando raros sincretismos culturales y sexuales como los mencionados, la exclusión se vuelve norma y este bello fragmento de dos líneas se olvida.


Samantha y las otras doce chicas transgénero Emberá de Santuario viven de una precaria economía cafetera, como recolectoras de café o de trabajos sin garantías laborales como limpiar casas, entre otros, aisladas en una casita donde intentan seguir siendo esencialmente indígenas conservando sus tradiciones, esencialmente mujeres reafirmando, entre todas, su identidad, esencialmente humanas desde la solidaridad y la complicidad. No tienen cédula, este sistema precario de cedulación y ciudadanía en colombia no les reconoce ese estatus y al no poseer este documento no pueden acceder a servicios básicos como salud, subsidios del estado, entre otros.

Pares ha hecho una apuesta por la diversidad sexual en el 2022 con la irrupción de Lía Muñoz en la Escuela de Liderazgo Juvenil Urakubú, tiene ahora y es un propósito claro y cierto desde las líneas de Jóvenes y Género, ayudar, tender la mano, acompañar el proceso de restitución de derechos a estas mujeres transgénero emberá que deben romper la triple exclusión de la pobreza, el racismo y la transfobia.


El Gobierno ha planteado en su plan de desarrollo a los indígenas y a los afrocolombianos como la piedra angular, esperemos que ponga sus ojos también en esta población que no es la única en Colombia, pero sí es la más visibilizada en redes.


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