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Por: Cristian Florez

Pasante de la Línea de Jóvenes en Riesgo y Participación Juvenil



Colombia se prepara para recibir la Cop16, uno de los eventos más importantes y esperados del año en materia de biodiversidad, que se realizará entre el 21 de octubre y 1 de noviembre. Con las estrategias que se fijen en este gran encuentro la humanidad orientará sus acciones para cumplir con la Agenda 2030 en materia ambiental. Dentro de los objetivos y metas que se plantean en este escenario, encontramos la adopción de medidas urgentes para detener la pérdida de la biodiversidad, reorientar el rumbo trágico de la Naturaleza hacia el beneficio de la humanidad y el planeta, y finalmente, la búsqueda de la implementación de compromisos, acuerdos, programas y proyectos en materia de biodiversidad y cambio climático. Además, el encuentro reunirá una amplia gama de actores del sector público, privado, de la academia, diferentes comunidades y organizaciones sociales. La tarea principal es recomponer el rumbo mismo de la vida y la existencia en el planeta.

 

Para Colombia posicionar los debates alrededor de la protección de la biodiversidad y el cambio climático es de carácter urgente, pues somos uno de los países más biodiversos del mundo que albergan más de 67.000 especies de fauna y flora, donde aproximadamente el 15% de estas son endémicas. Como colombianos y colombianas, en el marco de la Cop 16 y en nuestro objetivo colectivo por alcanzar la paz, no podemos dejar de lado la violencia a la que ha estado sometida la Naturaleza, las apuestas de reforma agraria que deben reorientarse en pro del cambio climático, la protección de líderes medioambientales, el fin de la explotación, y empezar a entender la Naturaleza como un Bien Común. Sin embargo, lastimosamente en Colombia (y el mundo) nuestros pensamientos y actos llevan a concebirla como mera mercancía.

 

Empezar a alejarnos de estas formas de relacionamiento instrumental con la Naturaleza supone un reto gigantesco tanto a nivel singular como colectivo, pero es el primer paso para imaginarnos posibilidades de transformación reales y formas de emancipación humanas y no humanas.

 

Dentro de los avances más importantes que hemos tenido en nuestro proceso por construir la paz, encontramos el reconocimiento de la Naturaleza de todas y cada una de sus expresiones— como sujeto de derecho y a su vez víctima del conflicto armado. Así las comunidades campesinas, indígenas y afro lo exigieron entendiendo el vínculo cercano de su comunidad con la tierra, importante para la realización de sus derechos étnicos, cosmovisiones y la relación directa con la Naturaleza para su subsistencia. El informe final de la comisión de la verdad en su tomo “Sufrir la guerra y rehacer la vida” al abordar esta cuestión nos deja una muy bonita pregunta sobre la Naturaleza: “Si su lenguaje fuera el de las palabras ¿Qué diría la Naturaleza sobre su suerte durante el conflicto armado interno en Colombia?” (p185).

 

Lastimosamente no podemos oírla por medio de este lenguaje, pero sí encuentra otras formas para contárnoslo. El informe se vale de los afectos para explicar dicha situación, cuando la Naturaleza está bien y se encuentra feliz es capaz de maravillarnos con su hermosura, nos impacta sensorialmente, nos invita a soñar, nos recuerda que no debemos perder la capacidad de asombro con cada una de sus expresiones y creaciones. En cambio, la tristeza en la Naturaleza se empieza a manifestar con la ausencia de vida, los ríos agonizan, diferentes animales y plantas dejan de habitarla, su tierra empieza a volverse estéril, las formas organizativas de las comunidades empiezan a ser invadidas por el terror, se desintegran y, con ellos, desaparece el vínculo afectivo con la Naturaleza. En últimas entramos a evidenciar relaciones de descomposición y degradación política, social, económica, cultural y ambiental.

 

Así, en la compleja historia del conflicto armado encontramos diferentes actores que han hecho de la Naturaleza una mercancía y del desplazamiento forzado de las comunidades un fin (y como daño colateral el éxodo de las diferentes especies de animales como víctimas de desplazamiento silenciadas). En este mismo sentido la alta concentración de tierra en el país, junto con la desigualdad social y económica, ha sido una problemática que ha quedado en un segundo plano. La guerra, más allá de una cuestión política e ideológica, fue también un medio para la acumulación de tierra y capital, por ello no es sorprendente que en territorios donde hubo éxodos masivos gracias a la violencia, las empresas, en complicidad con militares y paramilitares, se asentaran allí para la explotación de recursos de todo tipo. A este hecho se suma el narcotráfico como una de las mayores fuentes de acaparamiento de tierras.

 

Podríamos considerar también que en medio del conflicto armado, existe una declaración de guerra tácita contra la Naturaleza, y las comunidades afectadas y violentadas son las únicas que hacen resistencia. Pensemos en las grandes plantaciones de palma africana, en los vastos campos de caña de azúcar o la ganadería extensiva, cultivos y prácticas que se han impuesto a sangre y fuego y que son en sí mismas una negación a la vida, pues la existencia de monocultivos son una afrenta hacia la Naturaleza que conduce a la erosión del medio ambiente, la pérdida de ecosistemas y por tanto de la biodiversidad imponiendo un paisaje homogéneo. Pensemos también en los proyectos que supuestamente traen desarrollo a las regiones y al país, casos como el de Hidroituango en Antioquia o la represa de Urrá en Córdoba, donde líderes y lideresas medioambientales se pararon duro contra estos proyectos por las afectaciones ecológicas que traerían y el precio de ello fue perder la vida.

 

Para quienes se oponen a la realización de estos proyectos se les estigmatiza constantemente, son ese “enemigo” a exterminar en pro del desarrollo pero ¿De qué desarrollo podemos hablar si está acabando con el planeta? La Naturaleza como simple objeto queda a disposición de grupos armados, de empresarios, de élites y en manos del mismo Estado para la explotación de sus recursos a expensas de las comunidades que sí han logrado construir un tejido con el territorio. Y a estos líderes y lideresas se les deslegitima constantemente en su lucha social y ambiental. Los asesinatos y masacres a estas personas suponen una descomposición del tejido biocultural. Así pues, siendo Colombia el país más peligroso para defender el medio ambiente, con 79 asesinatos a líderes y lideresas ambientales para el 2023, implementar el acuerdo de Escazú se vuelve una necesidad urgente.

 

Es ante estos procesos de destrucción de la Naturaleza donde nos encontramos con actos de solidaridad y cooperación, formas organizativas comunitarias que a pesar de la constante violencia y terror que los invade, se sostienen porque el agua, la tierra y la vida están primero: “En la recuperación del territorio se concentra la idea de reconvertir para bien el uso del suelo. Para los indígenas, gracias a ello, «en las tierras liberadas y en liberación crece el monte, el agua, los animales, la comida»” (Comisión de la Verdad, 2022, p374). Al pensarse la reforma agraria no queda duda en que, además de asegurar una redistribución justa de la tierra, debe ir en sintonía con una adaptación al cambio climático para así evitar la intensificación de los conflictos sociales y ambientales. La generación de oportunidades en el campo es clave ante esta lucha climática, además, es indispensable también asegurar una transición energética justa.

 

La Naturaleza está constantemente pensando, reproduciéndose, organizándose y autoafirmando su deseo y su voluntad de vivir. En este sentido, la Naturaleza como Bien Común debe estar en el centro de toda política pública buscando la potencia de la vida, porque como bien indica Jenny López, las políticas públicas se encargan de “la vida misma y su dinámica y, por tanto, tratan las posibilidades de su transformación” (López, 2022, p254). Esto, nos dice López, supone entendernos como una extensión de la Naturaleza y no el centro de la misma, existiendo un vínculo indisoluble en dicha relación social dado que “lo social no solo está constituido por lo humano” (López, 2022, p261). Asimismo cabe preguntarnos ¿Qué lugar ocupamos en la Naturaleza y que posibilidades de transformación hallamos desde nuestra singularidad y colectividad?

 

Para concluir, como humanidad ya estamos en composición de cuerpos políticos con la Naturaleza. Esto nos debe conducir a entender sus sentires y sus afectos, entender la violencia que se ha ejercido hacia ella y buscar las maneras de reparación y restauración en pro de la expansión de la vida misma. Iván Ávila (2024) propone, en esta relación con la Naturaleza, el término de “ciudadanía total” bajo el horizonte de una democracia radical: las plantas, los animales, la tierra, el agua y el aire tienen mucho por decir y decidir, de igual forma “el reto radica en hallar el viento que me habita, la planta que me recorre, el animal que soy” (Ávila, 2024, p187). El amor como afecto va en contravía de la violencia y la destrucción, esto supone que para salir de la crisis ambiental y la constante violencia que vivimos, debemos poner el amor en primer plano. Allí radica la potencia vital en su máxima expresión y uno de los retos más grandes de la Cop 16.

 

Referencias

●      Ávila Gaitán, I. D. (2024). Fundamentos spinozianos para una ciudadanía total: humana, animal y de la tierra. En Animales y cambio climático, reflexiones y perspectivas (pp. 165-189). ECOE Ediciones.

●      Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición. (2022). Sufrir la guerra y rehacer la vida: impactos, afrontamientos y resistencias (Tomo 5). Informe Final de la Comisión de la Verdad

●      López Rodríguez, J. E. (2022). Políticas públicas y omnijetividad: una alternativa para las políticas públicas centradas en la vida. Editorial "Gerardo Molina" Unijus..

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