Por: Piedad Córdoba
Fotografía: Cortesía El País.
Hace pocos días anuncié mi retirada de la política electoral y aunque el anuncio es reciente, la decisión no tanto. Empecé en la política desde muy joven y desde ese momento y trabajando con la gente, me reafirmé y lo sigo haciendo, a pesar de esta decisión, en que la política es el arte para servir a la gente y con esta premisa me recorrí Medellín y Antioquia, en un principio y luego todo el país; cada ciudad, cada pueblo, vereda y por supuesto una que otra parte de nuestra hermosa selva.
Fui a una Colombia que no sale en los medios, una Colombia olvidada de las políticas de salud, educación, cultura y demás bienes preciados a los que tenemos derecho todos los ciudadanos. En dichos recorridos me encontré de frente con la ignominia, la pobreza y el hambre en medio de territorios inmensos y ricos en recursos naturales, esto último me significó, a pesar de la impotencia y la rabia, la fuerza para batallar desde y en la política para lograr una vida mejor para los siempre postergados y excluidos por el poder.
Estuve más de 19 años debatiendo con ideas y pasión en el Congreso, promoviendo políticas de inclusión y reconocimiento de la mujer, el campesinado, los jóvenes y los afrocolombianos con la ley 70 de 1993 y los derechos de las diversidades sexo genéricas.
Mi lucha y práctica política trascendió este escenario cuando empecé a buscar todas las formas (im)posibles para la liberación de policías, militares y políticos secuestrados en la selvas por las Farc y como si esto hubiera significado el peor error de mi vida política, arreciaron aún más mis problemas de seguridad e integridad personal, pues a raíz de esto se me persiguió, me despojaron mis derechos políticos al inhabilitarme y arrebatarme mi curul y fui sometida al linchamiento público, fui víctima de secuestro por los paramilitares y me tuve que exiliar con mis hijos. Sin embargo, a pesar de lo difícil de esta situación, seguí creyendo que la política era parte de mí y era el mejor tributo que podía hacerle a mi país.
Yo sacrifiqué mi vida personal y familiar y me quemé mucho políticamente desde que empecé a trabajar obstinadamente para que se acabara la guerra, no descansé hasta lograr la libertad de compatriotas, de ahí que me haya dedicado a trabajar con los sectores alternativos, de los cuales aprendí y confié, por eso, fue muy duro y frustrante ver que a la hora de requerir su apoyo, no estuvieron ahí, sentí como si hubiera perdido todo el tiempo que había hecho en política, como si hubiera echado por una cañería un prestigio.
Si algo tengo que decir de mis años en la política es que ¡No me arrepiento de nada! Pero debo confesar ciertas decepciones, no del poder político formal de este país, porque de él nunca he esperado nada bueno, sino de quienes se ufanan de ser diferentes y contradictores de ese poder, aquellos con los que compartí escenarios públicos, luchas y proyectos en común y reuniones fraternas, de los que espere solidaridad y reciprocidad; aquellos que en el momento de mi candidatura presidencial y posterior renuncia a ella, cerraron sus puertas, no contestaron mis llamadas, me aislaron de los escenarios de la coyuntura electoral, me quisieron desconocer.
Algunos creerán que pequé de ingenua, que la política electoral es así y pienso entonces que, la derrota de la política es esta victoria (un poco falsa además) del marketing, de la pose, de la impostura y también, entonces, la derrota de los principios, a la cual me niego y por eso decido levar anclas, partir hacia otros rumbos, reinventándome con las decepciones para seguir, como la canción, “cantando al sol, como la cigarra después de un año bajo la tierra, igual que sobreviviente, que vuelve de la guerra.”
Mi retirada de la política, es una retirada de su ámbito electoral, calculador y rastrero. Estos dos últimos años y la actual cuarentena me han permitido reflexionar sobre la urgencia de una política anclada mucho más a intereses colectivos y comunitarios, forjando nuevas prácticas y narrativas para que la ciudadanía se apropie y le guste hacer política y esta no sea única y exclusivamente un sinónimo de dinero y conveniencias sino una búsqueda del bienestar común.
Por esta razón, reafirmo mi anhelo y compromiso de reinventar las formas de hacer política en el país, de continuar creyendo que el Guainía, el Guaviare, la Guajira y el Chocó hacen parte de nuestro país y nosotres debemos hacer parte de ellos también, allá hay otras perspectivas de cómo se vive el país, otras solidaridades, otras formas de hacer y sentir que se deben integrar en la cultura, el arte, la economía y otros ámbitos.
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