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Foto del escritorGuillermo Linero

NO MÁS POLARIZACIÓN SOLO DEBE GOBERNAR LA IZQUIERDA

Por: Guillermo Linero



Ante el hundimiento de la Ley de Financiamiento, por parte de los congresistas de derecha y de extrema derecha, que se fueron lanza en ristre contra el pueblo colombiano, con la inequívoca intención de esclavizarlo más, no aflora nada distinto a lo absurdo. No cabe en la mente de nadie que haya congresistas, de los cuales -teniendo una estructura humana sobre la cual montan sus blusas y anudan sus corbatas- uno no esperaría que tuvieran un cerebro tan anómalo que les impida decidir humanamente en favor de su pueblo.

 

Ya antes lo habían hecho, al desaprobar la reforma que garantizaba un salario mínimo para los campesinos, sin importarles que ellos reciben el equivalente a cincuenta salarios mínimos mensuales, precisamente por cuenta de los votos de esos mismos campesinos que los eligieron. De igual modo se han opuesto con despreciable ruindad a la imposición de una educación gratuita y de alta calidad, porque a ellos les sobra dinero para pagarle a sus hijos la mejor y más costosa que haya en el mercado, y especialmente porque saben que la reina de la esclavitudes es la ignorancia.

 

Han dificultado al máximo y les causa pelusa las reformas que el gobierno está obligado con el pueblo a realizarlas. Cabe decir, que eso empezaron a planearlo y a ejecutarlo desde cuando advirtieron que el entonces candidato Gustavo Petro, de no ser asesinado, podía llegar a ser presidente, aún contra el poder de las mafias y contra los corruptos políticos que han gobernado por cuenta de la compra de votos.

 

Esa despiadada conducta de los gobernantes anteriores a Gustavo Petro y de sus maquinarias políticas -el llamado régimen-, sin lugar a dudas es el origen y el combustible de la polarización política que en Colombia marcha a todo vapor. Y tiene que ver también con esta realidad: hay quienes creen, salvajemente, que los pobres deben existir por cantidades y en las peores condiciones, mientras ello les asegure el confort y el status de gente especial, según ellos “gente de bien”, que no “gente buena”, pues estos últimos no son capaces de robar ni matar para engrosar sus arcas, sino casi siempre lo hacen por absoluta miseria y extrema urgencia.

 

Empero, ese juego de oposiciones viene ocurriendo desde hace más de 200 años y, conservadores y liberales, siendo ambos de la misma bandola -como decimos los que sabemos de qué vicios humanos están construidos- y pese a sus viejos enfrentamientos a muerte, más que oponerse ideológicamente han tenido simples refriegas para organizar componendas, pero nunca para extinguir la pobreza y defender al pueblo. Por primera vez, y gracias al gobierno actual, la balanza de esa oposición se inclina en favor de la defensa de los pobres, y creo que los ciudadanos lo vienen entendiendo así. En consecuencia, resulta necesario para nuestra armonía político-social y para el desarrollo del país y su progreso, que empecemos a desmontar la mentada polarización.

 

De hecho, en Colombia, desde la invasión de los españoles a nuestro territorio, desde la llamada Conquista (1499 a 1550), hemos tenido una realidad política de rivalidades, precisadas en dos fuerzas extremas. Los conquistadores -cuya primera tarea fue abrir camino para la posesión de los virreyes- tuvieron que hacer frente desde su desembarco a la resistencia de los nativos. En tal suerte, se configuró tempranamente una relación de opuestos, establecida sobre la base de la ofensiva de unos intrusos y la lícita defensiva de quienes fueron víctimas de su invasión.

 

Luego devendría el virreinato, la llamada época de la Colonia (1550 a 1819), bajo cuyo contexto sociopolítico, los españoles y los criollos mantuvieron dicha relación de antagonismos, signados por la inconformidad y el desasosiego de los raizales americanos, y por la opresión y el afán imperialista de la corona española. Y así lo seguiría siendo hasta la ocurrencia política y social de la Independencia.

 

Con todo -habiendo expulsado a los españoles y declarado nuestro territorio libre y soberano-, en un efecto de inercia conductual no fuimos capaces de acabar con la polarización política, y lo que hicimos fue replantearla sobre la diferencia conceptual acerca de sí la nueva organización social entre coterráneos, debería administrarse desde Bogotá -corriente política denominada entonces centralista-, o desde las provincias -corriente denominada federalista-.

 

Basados en ese par de concepciones sobre la organización del estado, siendo ambas ideas propicias para el progreso, nos empeñamos en una pugna de traiciones y deslealtades contra la patria y contra el pueblo, al cual se le ha mantenido sumido en la pobreza, en la incultura y en la esclavitud. Todavía hoy, más de 500 años después de la Conquista y más de 200 años después de la Colonia, la realidad política permanece igual de tensa que cuando arribaron los conquistadores; aunque la tensión de opuestos ya no sea entre esos adalides de la barbarie y los espantados indígenas, ni tampoco entre españoles y criollos, sino, ¡qué paradoja! entre sus descendientes consanguíneos; es decir, colombianos contra colombianos.

 

Luego sobrevendría la rivalidad de concepciones entre conservadores y liberales. Por su parte, los conservadores buscarían mantener la propiedad privada, las tradiciones religiosas, las reglas morales y las malas costumbres políticas, bajo las cuales una privilegiada clase social veía asegurado su dominio sobre los demás pobladores, y para ello durante sus gobiernos usaron el poder político y la fuerza represiva del Estado. Y los liberales, por su parte, y pese a profesar la defensa de las libertades y la igualdad ante la ley, en términos de lo económico terminaron siendo tan egoístas como sus oponentes conservadores.

 

Finalmente, en nuestro presente la tensión polarizadora es entre izquierdas y derechas. Entre la Izquierda, que defiende la igualdad y la equidad social y cuya bandera se levantó precisamente a propósito de las revoluciones de independencia como la nuestra (no en vano la verdadera izquierda considera a Bolívar entre sus padres fundadores, y no a Lenin ni a Stalin), y entre la derecha, que considera que la naturaleza de toda organización social es la existencia de estructuras de funcionamiento social donde unos pocos elegidos pueden ejercer el poder y los demás están obligados a obedecerles.


De tal suerte, por ser la derecha la única ideología que ha gobernado en la historia política de nuestro país, la pobreza, la incultura y la esclavitud -trasunto político social de la ideología de derecha- son bastante densas. En el contexto universal, tanto las izquierdas como las derechas, se acusan mutuamente de tener una historia política de malos gobiernos. Gobiernos con dictadores, con desplazamiento de pueblos, con acumulación de riquezas y con el debilitamiento o corruptela del sistema electoral.

 

Sin embargo, y ahí reside en parte la pertinencia de esta nota, en el caso de Colombia        -donde han ocurrido los peores hechos de violencia social y las atrocidades contra el pueblo más vergonzantes- curiosamente todos los gobiernos -exceptuando el del presidente Gustavo Petro- han sido de derechas y han masacrado al pueblo para saquear las arcas del estado y enriquecerse junto a sus cómplices y familiares.

 

De manera que el presidente Gustavo Petro, que cuenta con el poder popular para lograrlo, tiene hoy la responsabilidad histórica de crear las condiciones sociopolíticas, para que esa oposición dañina termine por fin. Y eso ocurrirá, -ese es el dictado de la lógica- el día en que los nexos y las discusiones políticas busquen desarrollar fórmulas conducentes para erradicar las conductas de violencia y cuando se erradique por completo la pobreza; es decir, cuando reinen las ideas que en la historia política han abanderado los principios de igualdad y equidad social.

 

 

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