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No olvidamos a los nueve jóvenes a los que la policía dejó quemarse vivos en un CAI en Soacha

Por: Redacción Pares


foto tomada de: @aromaritaka



El 4 de septiembre del 2020 en la estación de policía de San Mateo en Soacha los muchachos que estaban encerrados no aguantaban más el hacinamiento, el sudor, el olor a podredumbre. Llevaban días quejándose, además de esto, de la negativa constante de los policías de permitirles visitas. Para hacerse sentir los veinte hombres que estaban allí encerrados prendieron una cobija. Los policías se cruzaron de brazos y se sentaron a ver lo que para ellos era un espectáculo. No movieron un dedo. Escuchaban el crepitar de la carne, los gritos de horror. Eran más de veinte policías los que presenciaban la escena. Mientras tanto, afuera, las madres de estos muchachos suplicaban porque no los dejaron morir. Pero nadie hizo nada. En menos de una hora murió uno de los presos. Once de ellos salieron heridos de gravedad. Con el correr de esa semana murieron ocho debido a las quemaduras.


Cuatro días después de estos hechos el país conocería el caso de Javier Ordoñez. Era un estudiante de derecho que se encontraba tomándose unos tragos con unos amigos en el barrio Villaluz en Bogotá. Los policías llegaron al lugar, se lo llevaron al CAI de esa localidad lo torturaron con pistolas taser y luego lo golpearon hasta matarlo. Los transeúntes escuchaban los gritos de Ordoñez pidiendo, que, por favor, no lo golpearan más. Ese mismo día la gente, en protesta por lo que había pasado, empezó a rebotarse. Arrancaba el estallido social.


El caso de los pelados de Soacha se conoció gracias a la denuncia del entonces concejal Diego Cancino, actual viceministro del interior, quien puso el foco sobre una de las tragedias más desgarradoras ocurridas en Colombia. Cancino, como si fuera un periodista, empezó a escuchar los testimonios de los familiares de los muchachos quemados y le contó en su momento al diario El Tiempo las frases que los policías dejaron escapar mientras eran consumidos por las llamas: “Ojalá se quemen esas gonorreas”, “Dejen que se quemen esas ratas”.


El periodista y videógrafo Sergio Saavedra de la fundación Pares habló con una de las madres de los muchachos y en ese 2020 esto le contó: “Yo exijo que se aclaren los hechos porque ese día, tengo entendido, escucharon a un sargento que dijo “ojalá que se quemaran esas gonorreas” –y me disculpan las palabras— “que esas hijueputas ratas se quemaran allí”. ¿Él por qué dice eso? ¿Qué tiene que ver con lo que pasó? ¡Que me expliquen! Porque mi hijo no era ninguna rata, no era ningún delincuente, él estaba allí por una simple cédula. Entonces, ¿por qué dejaron quemarlos?”


Gracias a Sergio y su reportería pudimos conocer que fue la misma policía la que acrecentó el fuego. Ellos ayudaron a que el incendio fuera voraz. Ningún agente de la policía dio una declaración, no pidieron disculpas, ¿Por qué habría de hacerlo si eran nadies que morían en su ley?


Este 4 de septiembre se cumplen cuatro años de esta atrocidad. Las madres de los muchachos han impedido que su memoria se borre. En Soacha se están movilizando, quieren hacer justicia. El colectivo se llama Rosa Negra y están pidiendo que en ese CAI, que tan infernales recuerdos concentra, se transforme en una biblioteca y en un centro de memoria para que nunca olvidemos el crimen.


En estas imágenes de la fotógrafa @aromatika mostramos la reunión del colectivo de madres, los murales con los que recordamos a estos jóvenes y el acto con el que se presiona a las autoridades no sólo para que haga justicia sino para que se apresten a jamás olvidar lo que sucedió:


Fotos tomadas de: @aromaritaka


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