Por: Redacción Pares
El domingo 24 de noviembre quedó claro que Pepe Mujica sigue de pie frente a la historia. En meses pasados anunció que tenía un cáncer terminal. Pero lejos de tirarse a morir Pepe saca fuerzas de flaquezas. Su legado está intacto. Su legado es de acero. Es que en esa fecha uno de sus discípulos más aventajados, Yamandú Orsi, quien vivió sus primeros años de vida en una casa sin luz eléctrica, era el nuevo presidente del Uruguay. Su familia vivió los rigores de una sociedad desigual como ha sido la uruguaya. Duró años inmovilizado por culpa de una hernia discal que sufrió por culpa de su trabajo en una bodega donde se hacía vino. Paralelo a sus estudios Orsi tuvo que ayudarle a su familia con el trabajo en un almacén. Orsi, marxista confeso, le ha agradecido toda su vida a Pepe Mujica su entrega para que Uruguay sea un lugar mejor.
Mujica va a ser en estos días distinguido con la Cruz de Boyacá. El cáncer es sólo un nombre más en la larga lista de dificultades que ha tenido que sortear pero llegar a donde está.
Mujica va a ser eterno, eso lo sabemos. Toda la gloria se resume en su libertad para cultivar flores en su granja en las afueras de Montevideo donde convive con su compañera Lucía Topolanski, tomando mate, cantando una y otra vez los tangos que aprendió en sus derrotas. “Sólo un hombre que ha perdido sabe de la belleza del tango” Le dijo alguna vez al cineasta Emir Kusturica.n Sus seguidores están preocupados desde que abril anunciara en una rueda de prensa que está perdiendo la batalla contra el cáncer.
Pocos dirigentes en este maltratado continente han tenido su honestidad. Mientras fue presidente Mujica donó el 70% de su sueldo mensual para ayudar a construir las casas para los que no tenían nada.
Cuando Tabaré Vásquez, su discípulo y de quien fue su ministro de ganadería, agricultura y pesca y además el hombre que le hablaba al oído, llegó a la presidencia del Uruguay, el 39% de sus habitantes vivía en la pobreza. La cifra se bajó, diez años después, al 9%. Pero a Pepe le preocupaban más que los indicadores económicos los problemas morales que tenía el mundo. Uno de ellos, la avaricia de los ricos. Alguna vez le preguntaron ¿Qué haría si tuviera los 85 mil millones de dólares que tiene Carlos Slim? Y él respondió, mordaz, “haría lo que hace él, averiguar quién me está robando”. Después de las risas obligadas de la respuesta, con mayor seriedad, afirmó que se preocuparía por salvar el mundo, por llevar agua salada a la mitad del Sahara, crear ríos en la seca Mongolia aprovechando el deshielo en África, volver habitable el agreste paisaje de La Patagonia.
No importa la ideología, Pepe es respetado hasta por los más encarnizados políticos de la derecha. Es tal ese respeto que hasta Milei, siempre dado a la reacción, se quedó callado cuando Mujica expresó, después de su incongruente y peligroso discurso en Davos, que era un “Ideólogo fanático”. Pepe fue guerrillero. Perteneció desde 1965 se unió al movimiento guerrillero de Los Tupamaros y cuenta, con su habitual desparpajo, que participó en acciones militares como asaltar bancos. “La única forma de que te respeten en un banco es entrando con una nueve milímetros en la mano” dice con su habitual humor negro. Nunca mató a nadie, pero en un enfrentamiento con la fuerza pública recibió seis tiros. Desde hace cincuenta años le extirparon medio pulmón por esos disparos. Los otros tiros fueron en las piernas, en los brazos. Lo atraparon y lo metieron a la cárcel. Decir a la cárcel es poco. La dictadura civico-militar del Uruguay tuvo el descaro de llamar rehenes a los presos políticos que metía en ese centro de tortura que fue Punta Carretas, hoy convertido en un elegante centro comercial.
Duró preso 13 años, desde 1972 hasta 1985. Allí fue sometido a torturas indecibles. Cuando lo liberaron no odio a nadie. Fue senador, ministro y después un presidente ejemplar, famoso por manejar su propio auto, un escarabajo azul clarito que se convirtió en todo un símbolo. Cuando era presidente de su país salía a tomar vino a cualquier bar y allí se encontraba con contradictores a los que le discutía con apasionamiento, como si fuera un vecino más. “Vos no podés mandar como si fueras un rey, la democracia en estos países parece una monarquía, todo se hace con alfombras rojas, con elegancia. Hay que vivir como una persona normal y dar ejemplo”.
Lejos de cualquier tipo de resentimientos, de venganzas, Mujica gobernó para todos y se fue cuando se tuvo que ir, cuando se cumplió su periodo de gobierno de cinco años, en el 2015. Una de las pocas cosas que se arrepiente fue no haber tenido hijos. Por eso, su granja en las afueras de Montevideo se las dejará a una asociación de campesinos que se acostumbraron a trabajar su tierra. Siempre fue el mismo, desparpajado, único, lejos de los excesos, de la megalomanía de tantos presidentes de izquierda.
Con su habitual naturalidad, como si estuviera hablando de cultivar flores, avisó en abril lo siguiente “concurrí al Casmu (Centro de Asistencia del Sindicato Médico del Uruguay) a hacerme un chequeo, a resulta de lo cual se descubrió que tengo un tumor en el esófago” y con realismo no le dio mucha esperanza a sus seguidores: “Es algo obviamente muy comprometido. Es doblemente complejo en mi caso porque padezco una enfermedad inmunológica hace más de 20 años que me afectó, entre otras cosas, los riñones”.
Sin embargo en los últimos meses han pasado, entre otras estrellas mundiales, Residente, por su chacra en Uruguay y él sigue lúcido, ahora disfrutando de la victoria de uno de sus discípulos más queridos.
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