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¿Por qué el 20 de julio no es precisamente el día de nuestra independencia?

Por: Redacción Pares




Todo comenzó en Francia. Napoleón Bonaparte fue la espada con la que se hizo realidad la Revolución Francesa. Los monarcas caían en Europa. Sus tropas llegaron a España. La corona de Fernando VII cayó y en su lugar Napoleón puso a su hermano, Luis Bonaparte. El año fue 1808. En ultramar las colonias españolas se quedaban sin rey. Las cadenas de los grilletes se habían oxidado. En América los españoles quisieron dejar regar un odio a los franceses pero los criollos no estaban para eso, se crean tres tipos de juntas, una de ellas querían crear unas juntas que les permitiera gobernar sin rey.  Dos años después, lo que sucedió con el florero de Llorente, no fue otra cosa que el inicio de unos hechos que terminarían una década después.


Desde Quito Camilo Torres había hecho un Memorial de agravios que, paradójicamente, sólo fue conocido treinta años después de haber sido escrito. El documento más importante de nuestra independencia no se publicó en su momento.


El documento rezuma clasismo. Sólo le importa lo que sucedía en torno a su clase: sólo pedía derecho para los que eran ricos, como él. Los indios patirrajados podrían esperar. Torres, acompañado de apellidos eminentes como Lozano, Acevedo y Gómez, Carbonell, y el sabio Caldas, querían convencer al virrey Amar y Borbón de crear una junta como la de Cádiz. La junta sería presidida por criollos -oligarcas, por cierto- El pretexto consistió en montar un altercado entre un chapetón -nombre que recibían los españoles- y un criollo. Había uno que odiaba a los naturales de esta tierra. Se llamaba Francisco Llorente, tenía una tienda en la esquina del mercado -donde hoy queda la Plaza de Bolívar-, y decía con la franqueza con la que aún nos desprecian los españoles “me cago en los americanos”. Así que ocurre la historia que todos conocen: Antonio Morales fue a pedirle un florero a Llorente para adornar la mesa en el recibimiento que le harían al visitador Villavicencio, un criollo que venía de Quito.  Al pedírselo Llorente respondió con su habitual altanería. Se produce el altercado. Uno de los amigos de Morales, Acevedo y Gómez, lanza una arenga a los vendedores del mercado “Si dejáis perder estos momentos de efervescencia y calor, antes de doce horas seréis tratados como sediciosos”. Acá ocurre la paliza que le dan al español racista y de paso rompen el florero.


Pero la gente no le hizo demasiado caso. Fue José María Carbonell quien se fue a los barrios populares y si los amotinó. En su irreverente, Historia de Colombia y de sus oligarquías, Antonio Caballero da su versión sobre la respuesta del pueblo ante el llamado de Carbonell a hacer un cabildo abierto “las chusmas desbordadas de San Victorino y Las Cruces, los despreciados pardos, los artesanos y los tenderos, las revendedoras y las vivanderas del mercado invadieron el centro e hicieron poner presos al virrey y la virreina y quisieron forzar, sin éxito, la proclamación de un cabildo abierto que escogiera la junta”.


Ahí empezó no una independencia sino un caos que duró dos años. En 1812 Napoleón, que hasta ese momento era el genio militar invicto, empezaba a declinar. Las tropas francesas fueron expulsadas de Europa y Fernando VII iniciaba la campaña de Reconquista. Para eso designó a Pablo Morillo que venía de ganarle el pulso a Napoleón. Le designaron 10 mil hombres bien pertrechados para imponer el orden en el territorio que después se conocería como Venezuela. Fue recibido en 1815 como un héroe en Caracas, en ese momento Simón Bolívar intentaba recuperarse de una de sus muchas derrotas y poco tiempo después Cartagena sería sitiada y resistiría el azote Español ganándose el remoquete de “Heroica” adjetivo con el que aún la conocen. Fue un sitio de 101 días. La ciudad no cayó por los cañones españoles sino por las enfermedades que la ahogaron al haber sido bloqueadas sus entradas, sus salidas. El vómito negro se apoderó de sus calles. Era una población de 16 mil personas: murieron siete mil. Morillo, el Pacificador, entraría también como un héroe en la siempre hipócrita Santa Fe de Bogotá.


Bolívar, mientras tanto, va pensando en su Guerra Grande, el plan queda escrito en la Carta de Jamaica y arrancaría una campaña que le daría una de las estocadas finales a Morillo y a España el 7 de agosto de 1819 en Boyacá.


Así que determinar que el 20 de julio de 1810 fue la fecha definitiva de nuestra independencia es un tanto apresurado. Fue el inicio de algo más grande y que, viendo la configuración de las nuevas potencias europeas, tendría que ser, a la larga, inevitable: España, menguada, ya le era imposible sostener un imperio en ultramar. Los días de los reyes estaban contados.

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