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Queridos empresarios: tengan cuidado con seguir pidiendo un Bukele: Puede que se les cumpla.

Por: Laura Bonilla




No niego que me molesta nuestra devoción inexplicable, irracional y absurda hacia los hombres poderosos. Nuestra muy colombiana y latinoamericana genuflexión ante la autoridad. Ese entusiasmo y entrega, donde no importa si somos de izquierda o derecha, liberales, conservadores, libertarios, woke, socialistas o cualquier otra identidad que escojamos, terminamos siendo sumisos al poder. En palabras más modernas, somos una sociedad de eternos seguidores, o "followers", siguiendo a alguien que nos ahorrará el trabajo de ser, pensar y actuar.


Cualquier autoritarismo comenzó con un inicio brillante. Todos los líderes autócratas de nuestra región entonaron cantos de sirena que embelesaron por igual a empresarios y trabajadores bajo una gran popularidad. Lo que hoy ostenta Nayib Bukele lo tuvieron Hugo Chávez y Daniel Ortega. El tan mentado y vilipendiado término "populismo" ha sido utilizado por unos y otros para explicar cierta adoración popular. El propio Bukele decía en sus primeros discursos que quería un presidente populista para El Salvador, allá en los tiempos en que era uno de los encargados del mercadeo del partido de izquierda dominante en el país: el FMLN.


Y ahora varios de ustedes, según lo reveló WRadio, bajo un muy paradójico argumento y un exagerado pánico, quieren buscar y financiar a un Bukele. Honestamente, creo que hay desinformación sobre este tipo de fenómenos y que, al igual que muchas personas, están encantados con la imagen del presidente joven abanderado de la seguridad, una carencia que muchos países de la región comparten. Pero, con el debido respeto, no creo que sepan exactamente lo que desean.


Por ejemplo, empresarios como ustedes han manifestado sistemáticamente su rechazo a que Colombia y Venezuela se parezcan. Pero, ¿no creen que es al menos paradójico que para evitar una crisis se elija la misma fórmula que provocó dicha situación? Si uno deja de lado las diferencias ideológicas –verbales– entre Nayib Bukele, Hugo Chávez y Daniel Ortega, se encuentran muchos puntos en común en sus trayectorias. Por ejemplo, si ustedes buscan proteger el Estado de Derecho, todos estos líderes han violado sus principios fundamentales. Todos han impuesto estados de excepción. A todos las leyes y las constituciones les han resultado profundamente incómodas. Pero pongamos un ejemplo más cercano a la economía, que a todos nos preocupa: todos ellos violaron las reglas fiscales, las ignoraron, las pasaron por alto o simplemente las desobedecieron, amparados en su gran popularidad. Nayib Bukele dejó endeudado a Nuevo Cuscatlán, pero esto solo se supo años después.


En los tres casos fueron grandes comunicadores, encantadores en su discurso. Tanto, que sociedades que se consideraban en camino hacia la democracia –con todos sus defectos– aceptaron al final una excesiva concentración de poder, bajo el sueño o delirio de que los conducirían al tan anhelado paraíso: la seguridad en El Salvador, la justicia social en Venezuela y Nicaragua. Los tres lograron victorias tempranas. Dos de ellos fracasaron a mediano y largo plazo. Uno de ellos está comenzando el camino tan conocido y recorrido en América Latina del autoritarismo competitivo.


Lo que deben saber ustedes es que este tipo de fórmulas tienen victorias tempranas mezcladas con trampas autoritarias. Bukele, con 50.000 personas presas, batió el récord de la mayor población carcelaria en el mundo. Puso de moda TikTok en las campañas presidenciales, invirtió en bitcoin, desafió el Estado de Derecho, concentró el poder en las cortes, extendió el estado de excepción, capturó a miles de inocentes, negoció con las pandillas más poderosas la pacificación de San Salvador, y se burló –y se burla– de las leyes y la burocracia. Ignoró las normas fiscales y privilegió las inversiones de sus amigos y aliados. Altamente popular, aunque su primer partido fue el FMLN, proveniente de la antigua guerrilla salvadoreña, rápidamente encontró en la pasión neoconservadora su lugar político. Finalmente, muchos salvadoreños dirán: ¿qué importa que unas pocas mujeres mueran en la cárcel por abortar cuando podemos caminar por las calles de San Salvador? ¿Qué importa que unos miles de inocentes hayan sido capturados por perfil racial frente a esa sensación de seguridad en la vida cotidiana? ¿Estarían ustedes dispuestos a ceder los derechos y libertades que disfrutamos en Colombia? ¿Por ejemplo, la libertad de prensa?


En el caso de Hugo Chávez, este cumplió su promesa de llevar el estado social a los barrios y a la gente que nunca había gozado de sus beneficios. Para quienes llevaban el socialismo en el corazón, aún más: cada tanto, las palabras contra el imperio alimentaban el espíritu, mientras las misiones alimentaban el cuerpo. La promesa de justicia e igualdad económica guió los primeros años del chavismo, lo que implicó la construcción de un partido único bajo su égida y guía, por supuesto, lleno de devotos. Poco a poco, la población dejó pasar los atisbos autoritarios, las agresiones a la democracia, las pequeñas corrupciones cotidianas que dieron origen a las grandes, el hecho de haber armado a civiles en milicias, y la exclusión de la crítica con la frase recurrente: "primero el proyecto político". Hoy, poca es la sociedad civil crítica que sobrevive en Venezuela.


Daniel Ortega hizo algo similar. Sus primeros años de gran popularidad le granjearon, no solo a él, sino también a su esposa Rosario, la Chayo, la co-presidenta y leal compañera del líder, un apoyo popular basado en satisfacer las necesidades cotidianas de la gente: comida y subsidios. Siempre en pequeñas dosis, para que nadie se acostumbre a vivir bien sin agradecer el favor al líder. Al igual que Bukele, los empresarios lo apoyaron en sus primeros años. De hecho, solo se distanciaron de él en 2018, cuando se unieron a la oposición. Hacer negocios del lado del poder siempre resulta conveniente, dirían algunos.


Después de eso, a Daniel Ortega lo señalaron como antidemocrático e ilegítimo, al igual que a Nicolás Maduro y Hugo Chávez en su momento. Veremos cómo se comporta la opinión pública con Nayib Bukele cuando su modelo comience a hacer aguas, porque, queridos empresarios, no alcanzaremos el progreso suspendiendo el Estado de Derecho. Y modelos de funcionamiento rápido como el de Bukele también tienen sus límites: los acuerdos con las pandillas se rompen y estas regresan aún más fuertes y poderosas, las cárceles y los recursos se vuelven insuficientes para retener a más de 50.000 personas, y el presupuesto público –y esto ustedes lo saben muy bien– no puede ignorar las normas fiscales. Pero, sobre todo, tengan en cuenta que los autoritarios tienen pocos amigos. El Bukele que ustedes están buscando puede que exista, puede que funcione durante 4, 5 u 8 años. Pero el modelo no da para más. Para él, para ese candidato que ustedes están buscando, ustedes no serán aliados estratégicos; serán "followers", unos más en su cuenta de TikTok.

 

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