Por: Redacción Pares
A las 3 de la tarde Bogotá el pasado 6 de noviembre parecía una ciudad nordica. Todo era oscuro y triste. Para una ciudad que atraviesa los rigores de una sequía y de un racionamiento de agua, la llegada de las lluvias debería ser un bálsamo. Pero en cuatro horas de aguacero cayeron en la capital cien centímetros de agua. Las inundaciones fueron inmediatos. Sólo hasta las 3 de la mañana se empezó a normalizar el paso. A esa hora de la madrugada del 7 de noviembre aún habían carros atrapados en la autopista. Lo más grave es que, en los trancones, los principales afectados eran los buses de las rutas escolares cargados de niños que duraron horas encerrados allí, en ese trancón cortazariano. Los bomberos de Bogotá lograron evacuar cuatro de los cinco buses que se encontraban atrapados. Era inevitable que no existiera preocupación. En el inconsciente colectivo estaban vivas las imágenes de las inundaciones provocadas por la dana en Valencia que ha dejado más de 100 muertos.
Ante la gravedad del asunto llegó Carlos Fernando Galán. El alcalde fue blanco de varios ataques, de críticas a través de redes sociales. Bogotá tenía que estar preparada para una contingencia como esta que estaba más que anunciada. Se sabía que las lluvias llegarían. Algunos niños estuvieron en el trancón hasta la 1 de la mañana. Por eso, una de las decisiones del alcalde, como por ejemplo el de anunciar en la madrugada que los niños tendría clases hoy es un despropósito. Decenas de niños tuvieron un día agotador, que sólo terminó bien entrada la noche. Al alcalde también le reprochaban la indecisión que ha tenido esta administración para crear un viaducto que sirva para elevar la autopista norte. Es que cada fin de semana, cada viernes, o cada regreso de lunes festivo, los trancones siempre son kilométricos. Al alcalde también le reprochaban el trato que ha tenido con los humedales, en redes alguien escribió lo siguiente: “Galán, siga creyendo que los humedales se pueden llenar de cemento y no pasa nada”.
A Petro también le llovieron palos y aún le recuerdan su gestión como alcalde, que sucedió hace una década. Le reprochan que por cuidar los humedales no hizo una obra que supuestamente se necesitaba para ampliar la autopista norte.
El caso es que los buses escolares fueron los que más sufrieron. En la salida por la autopista norte de la capital es donde hay más colegios. Por eso las rutas escolares fueron los principales afectados. En plena madrugada aún habían niños atrapados. En Bogotá malo porque no llueve, malo porque llueve, ¿hasta cuando seguirá esta situación? ¿Cuando la capital tendrá el privilegio de tener rutas de primer mundo, las que se merece? ¿Sufriremos también en las temporadas de lluvia y frío que se vienen después de la sequía?
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