Por: León Valencia, para @infobae
He conversado con algunos amigos chilenos desde el pasado domingo 4 de septiembre, cuando su pueblo le dijo ‘no’ al texto constitucional elaborado en la más novedosa de las Convenciones Constituyentes que en el mundo han sido. He querido entender lo qué pasó. No es fácil desde lejos comprender las razones del rechazo tan elevado a una Constitución producto de largas deliberaciones entre convencionistas que fueron elegidos en medio de una gran euforia en 2021.
El ambiente que rodeó el plebiscito que decidió cambiar la constitución de 1980 era muy distinto al de hoy en Chile. También la situación que se vivía en los días en que se eligió la Convención Constituyente. En ese tiempo retumbaba con fuerza el eco del estallido social de 2019. El país estaba cruzado de lado a lado por vientos de cambio. La juventud y los movimientos sociales se habían lanzado a las calles a protestar. Todos los partidos políticos habían pasado a la defensiva ante la avalancha incontrolable de inconformidad social. Querían cambiarlo todo.
La composición de la Convención fue el reflejo de esa inconformidad y del protagonismo de los movimientos sociales. Una asamblea que se distribuía ente 78 hombres y 77 mujeres no tenía precedentes. Tampoco la gran participación de los jóvenes y de los indígenas y de la diversidad regional. A mi modo de ver, los convencionistas fueron fieles al grave momento de su elección y a su origen social.
Pero el momento de efervescencia había pasado y la situación de Chile tuvo severos cambios en solo tres años. Ya para las elecciones parlamentarias del año pasado los partidos recobraron el protagonismo y el Congreso que salió tiene un equilibrio entre fuerzas emergentes que le apuestan al cambio y fuerzas más inclinadas a la derecha y a la conservación del statuo quo.
En la primera vuelta presidencial, José Antonio Kast, en representación de la derecha, le ganó por poco, pero le ganó, a Gabriel Boric, y este tuvo que modificar bastante su discurso de izquierda, corriéndose al centro del espectro político para vencer a Kast en segunda vuelta.
Hay más. Después del triunfo y de la posesión de Boric, la situación económica y social de Chile se ha agravado por la creciente inflación y la crisis que ha hecho saltar las alarmas de una sociedad desigual, pero que había tenido años de gran prosperidad en tiempos no lejanos. Las encuestas han castigado severamente a Boric que se mueve en ellas en un treinta o treinta y cinco por ciento.
La Constitución que elaboraron —imbuidos del espíritu del estallido social— con una modificación de la estructura institucional y el reconocimiento de una variedad de derechos a grupos poblacionales, minorías étnicas y regiones, con una agenda emblemática de reivindicaciones a los excluidos, radicalizó la oposición de las derechas, asustó a sectores poco avisados y desconcertó a sectores sociales de creencias tradicionales.
Sé muy bien que no es fácil advertir los cambios en el ánimo de los pueblos, descubrir la variación de la opinión ciudadana. Chile vivió en solo tres años varios sacudones políticos. Algo así como un tobogán donde subían y bajaban las emociones, las inconformidades, los reclamos, el deseo de cerrar el largo ciclo histórico iniciado por Augusto Pinochet y de cerrar también un ciclo más corto: el de la transición, abandonando a los partidos que lideraron el paso de la dictadura a una democracia controlada, pautada, por normas que habían salido de las manos del dictador.
Los convencionistas solo pensaron en la legitimidad que les había concedido el pueblo en un momento de ánimos exaltados y de ilusiones desbordadas. No leyeron que la opinión se había movido, que la derecha se estaba reorganizando, que los partidos no se iban a dejar sacar del escenario político a sombrerazos.
Pero la letra con derrotas entra. La reacción de Boric el día después del rechazo a la nueva constitución fue serena y comprensiva del momento. Llamó a buscar un acuerdo para realizar el cambio. Un cambio que incluya a todas las fuerzas políticas y sociales. Un cambio que cierre el ciclo histórico que abrió Pinochet con su infame dictadura, pero que a la vez recoja enseñanzas de la transición, la principal de todas: la concertación, la capacidad para transar en sociedades que se han difuminado en múltiples grupos y tendencias, en una incontable diversidad de intereses y fuerzas.
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