Por: Redacción Pares
Se llamaba Miguel Angel López. Con su familia había creado hace cerca de una década una funeraria llamada San Miguel. La tenían en Tibú, corazón del Catatumbo. Desde comienzos de la década del noventa cuando las FARC llegaron a orillas del río que lleva el nombre de la región, con el fin de controlar las rutas de la coca, un negocio lucrativo que dejaba 36 millones de dólares trimestrales a esa guerrilla, los cadáveres suelen aparecer a lado y lado de las vías, flotando en el agua, arremolinados en sus propias casas. La arremetida paramilitar de finales de los noventa no trajo sino más muerte, más desolación. Por orden de la casa Castaño y de Mancuso se creó el Bloque Fronteras para instalarse en La Gabarra y Tibú y controlar los laboratorios y las rutas. Sacárselos a las FARC. En 1999 hicieron decenas de masacres pero las peores, las más contundentes fueron las de Tibú y la de la Gabarra en donde los muertos se contaban por decenas. La funeraria de López fue la que muchas veces, sin cobrar nada, le daba sepultura a los muertos que se agrietaban tirados al sol, sin dolientes, sin paz ni siquiera después de la muerte.
Desde entonces el Catatumbo y su gente no han parado de tener miedo. Los acuerdos de paz entre el gobierno de Santos y Rodrigo Londoño, máximo comandante de las FARC, trajo por unos años algo parecido a la tranquilidad, a la esperanza. Pero no se implementaron bien los acuerdos en el cuatrenio que mandó Duque. La paz se hizo trizas. Además el Estado fue incapaz de copar el terreno dejado por los ilegales. En el 2024 la cifra de muertos se disparó: fueron 514 las personas asesinadas. Pero se sabía que desde cualquier momento volvería el horror en todas sus dimensiones. La orden del COCE había sido, desde agosto del 2024, empezar a darse plomo con las disidencias FARC que están comandados por Andrey Avendaño. En el Catatumbo todos se conocen, hay empatía, incluso entre bandos. Por eso el Comando Central del ELN ordenó el traslado de hombres desde Arauca para Norte de Santander y así poder usar el gatillo sin tanta mente. Este traslado de hombres se ha confirmado y se teme que el canal por el que se movieron hubiera sido por Venezuela.
En enero se instalaría la muerte. El ELN empezó a llegar a las casas de los firmantes de paz, tumbaban la puerta, los sacaban y los mataban. Empezó un fuego cruzado que ha dejado 10 mil desplazados y más de 90 muertos. La alcaldía de Cúcuta en este momento está lleno de catatumberos que buscan refugio como sea. El estadio General Santander será el lugar en donde recibirán cobijo.
Mientras tanto en el Catatumbo el horror es total. Muchos de esos muertos no pueden ser recogidos por orden del ELN. Parte del castigo no sólo es la muerte sino también la putrefacción. Hay gente que tiene corazón en el pecho y no permiten que esto pase. Eso fue lo que sucedió a Miguel Angel López.
Miguel Ángel López tenía una funeraria en Tibú, Catatumbo pleno. En el 2024 fueron asesinadas 515 personas en esa región. En la última semana es probable que los muertos se cuenten por docenas. Son muchos y algunos no se pueden enterrar. Los dejan en la vera del camino hasta que el sol los ponga verdes. El ELN manda y el desobediente las paga, dicen con los puños cerrados. López no hizo caso. López sacaba su carro fúnebre y se llevaba a los muertos y los embalsamaba y los sepultaba. El jueves pasado mientras iba con su esposa, Zuley Duran y sus dos hijos por la vereda Las Sillas, zona rural de Tibú, los detuvieron y les dispararon. Miguel, Zuley, y su hijo de 10 meses murieron ahí, en el carro fúnebre con el que se ganaban la vida. Al hijo mayor no le pasó nada. Hay casas en el Catatumbo donde los cadáveres se pudren en las casas. Al que recoja los cuerpos lo matan como le pasó a Miguel Ángel. En Colombia a la gente la matan muchas veces por ser buenas personas.
El Estado necesita como sea recuperar el control. Lo ha perdido desde hace 30 años.