Por: Lizbeth Guerrero Cuan
Analista política con perspectiva de género
En marzo de 2023 representantes del Gobierno Nacional y el Ejército de Liberación Nacional (ELN) firmaron el Acuerdo de México, en el que se definió una agenda para los diálogos de paz cuyo primer punto es la participación de la sociedad en la construcción de paz. En consecuencia, a principios de agosto se instaló el Comité Nacional de Participación (CNP), compuesto por 81 representantes de movimientos, pueblos, organizaciones y gremios. La primera de las cuatro fases del plan de trabajo del Comité será el diseño de la participación que se materializará en el Plan Nacional de Participación. Luego vendrán el diagnóstico y diálogo sobre la democracia para la paz, la construcción de una agenda sobre democracia y transformaciones y, finalmente, la sistematización de los resultados. En concreto, este Comité arrancará sus funciones elaborando una estrategia para preguntarle a la ciudadanía cómo debe hacerse la participación.
Los negociadores han dicho en repetidas ocasiones que la participación será el corazón de este acuerdo. En Colombia +20, Iván Cepeda, senador y negociador del Gobierno, señalaba que la mesa de diálogo reconocía que ha habido muchas experiencias de participación. Por ello, quieren escuchar la opinión de la ciudadanía sobre estos procesos y deducir, a partir de ahí, cuál es el modelo más adecuado para hacer participación. En la misma nota, Aureliano Carbonell, delegado de la guerrilla, hablaba de la importancia de que el modelo que resulte permita una participación amplia, diversa, eficaz y que genere entusiasmo en la ciudadanía.
Ni el propósito de alcanzar un modelo de participación que cumpla con esas intenciones, ni el planteamiento de que el proceso participativo sea un vehículo para alcanzar grandes transformaciones son una novedad. Y como no es la primera vez que se hace un planteamiento de este tipo, sabemos que materializar esas intenciones es un enorme desafío. De ahí que convenga buscar las preguntas pertinentes que nos permitan reflexionar y comprender qué debería hacerse esta vez para acortar la distancia entre estos elevados propósitos y la realidad.
Primera pregunta: ¿el resultado compensará el esfuerzo? Si bien es comprensible que la Mesa quiera saber qué piensa la ciudadanía sobre el funcionamiento y la utilidad de los procesos participativos que se han realizado, también es costoso emprender esta tarea. En consecuencia, es normal que se piense que es demasiado ambicioso y desgastante convocar a la ciudadanía primero para preguntarle cómo quiere participar, y después convocarla nuevamente para saber qué propuestas tiene. Uno de los retos que tiene el Comité es demostrar que ese punto de partida, que implica convocar dos veces a la ciudadanía, tiene sentido. Para eso, habría que garantizar que la calidad y legitimidad del modelo de participación que resulte compensará verdaderamente el esfuerzo que se hará para construirlo. Sería muy desafortunado que, luego de invertir en la participación, quedara en el ambiente que el modelo pudo haber surgido de una evaluación de los procesos realizados y los mecanismos existentes.
Una muestra de que este empeño participativo tiene frutos podría ser que surja un modelo de participación novedoso, que, como planteaba Carbonell, anime a la ciudadanía. Es decir, que vaya más allá de la rígida y tradicional combinación de mesas, asambleas y comités, y adopte una perspectiva flexible, ágil, multicanal, y que realmente facilite la expresión de diversas voces. En otras palabras, concebir e implementar un modelo completamente innovador que resuelva los desgastes de la participación.
Esto, por supuesto, es muy difícil de lograr. Para alcanzar un propósito tan ambicioso sería fundamental analizar por qué, a pesar de todos sus defectos y de todas las críticas, se insiste una y otra vez en el modelo tradicional. Hay que considerar que probablemente existen incentivos para que el modelo tradicional se mantenga. Por un lado, quienes convocan a la ciudadanía naturalmente resisten el cambio y ven más fácil implementar un proceso si optan por hacer las cosas como ya las han venido haciendo, pues al tiempo que cumplen con el requisito, lucen democráticos y reciben cientos o miles de propuestas de las cuales algunas eventualmente se cumplirán. Por otro lado, el modelo tradicional mantiene vigentes a los líderes locales que acuden a uno y otro proceso de participación y de este modo les demuestran a sus comunidades que están activos, que trabajan por ellos, y que son importantes. Para que el modelo de participación que surja del proceso de negociación con el ELN sea novedoso, debe considerar cómo motivar a las instituciones, a los líderes sociales y a la sociedad civil en general para trabajar en un proceso de participación completamente distinto.
Segunda pregunta: ¿es posible plantear un modelo de participación amplio y eficaz a la vez? Dos experiencias recientes, la formulación participativa de los Planes de Desarrollo con Enfoque Territorial (PDET) y los Diálogos Regionales Vinculantes del gobierno Petro para la formulación del Plan Nacional de Desarrollo han probado que, si bien se puede hacer una participación amplia, es muy difícil que sea percibida como eficaz. En ambos casos se recogieron decenas de miles de propuestas (33.000 para los PDET y cerca de 90.000 en los diálogos regionales) que se sistematizaron con rigor y fueron llevadas a documentos de política pública: las hojas de ruta y el Plan Nacional de Desarrollo. Estos números permitirían decir que hay un respaldo importante a la implementación del acuerdo y al Plan de Desarrollo. Sin embargo, ninguno de estos procesos participativos se ve como una pieza clave ni eficaz a la hora de identificar y materializar las grandes transformaciones que se requieren en las regiones y el país en su conjunto. Esto puede atribuirse a un asunto metodológico o a la capacidad de las entidades de implementar los resultados, pero valdría la pena cuestionar si no se trata de abordar una limitación evidente en los procesos de participación en los que, en cuanto más se eleva la convocatoria y más propuestas se recogen, más se elevan las expectativas y menos posibilidades de eficacia se tiene. Por esto, uno de los retos del Comité Nacional de Participación será formular una estrategia clara que asegure un balance entre la convocatoria amplia y la percepción de eficacia en términos del uso de resultados para materializar transformaciones. El riesgo de sacrificar la eficacia en aras de tener recintos llenos y fotos multitudinarias está latente y hemos incurrido en él repetidamente.
Tercera pregunta: ¿es posible llevar a cabo este proceso en medio de la violencia en distintas regiones de Colombia? El Gobierno Nacional y el ELN tienen pactado desde el pasado 03 de agosto y hasta el 29 de enero de 2024 un cese al fuego bilateral. Sin embargo, aunque esto disminuya la intensidad del conflicto, la presencia de otros grupos violentos hace que las amenazas, homicidios, ataques, confinamientos y desplazamientos sigan ocurriendo en los lugares en donde están las voces que ese proceso participativo quiere escuchar. Unas condiciones de seguridad tan frágiles representan un enorme obstáculo a la hora de generar la confianza necesaria para un proceso de participación de esta envergadura.
El Comité Nacional de Participación acaba de empezar un trabajo fundamental ya que se dice una y otra vez que la participación es el corazón del proceso de paz con el ELN. Por esto, se puede esperar que las propuestas del Comité den respuesta a estas y otras preocupaciones, y contribuyan a abordar algunos de los desafíos sustantivos de la participación, más allá de asuntos como cuántos encuentros se realizarán y en dónde. El riesgo que está sobre la mesa no es que tengamos otro proceso de participación con más de lo mismo, sino que “el corazón” de este proceso falle y dilate la paz.
*Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad de la persona que ha sido autora y no necesariamente representan la posición de la Fundación Paz & Reconciliación al respecto.
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