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Sacrilegio de Netflix a Juan Rulfo, ¿pasará lo mismo con Cien años de soledad?

Por: Iván Gallo - Editor de Contenidos





Adaptar obras maestras de la literatura al cine es un oficio harto complicado pero no imposible. Kurosawa lo logró con Macbeth. Situó lo trama en el japón feudal y añadió elementos shakesperianos a su universo. No adaptó, traicionó. Lo mismo sucedió con La muerte en Venecia de Visconti en donde el personaje creado por Thomas Mann pasa a ser un músico y no un escritor. Siempre será más encantador un hombre que juega con las notas a un juntador de palabras. En el caso del boom latinoamericano las adaptaciones han sido, por lo menos, desafortunadas. Ni siquiera cuando el propio Gabo se juntaba con Rulfo para adaptar ideas al cine salía algo bueno. Por eso no existe una sola adaptación decente de la obra de Gabo. Rulfo pudo haberse salvado gracias al Macario de Roberto Gavaldón e incluso a la adaptación que hizo Alberto Isaac de varios cuentos del Llano en llamas juntados en la película Las once mil vírgenes, imposible de conseguir en plataformas.

 

Con bombos y platillos Max y Netflix vienen anunciando adaptaciones de lo que los europeos conocieron como el Realismo mágico, un título que nos ha hecho mucho mal a las generaciones posteriores. El primer mundo sigue esperando que describamos hechiceras, inventores locos, cuando acá lo que hay es hambre y mochadores de cabezas. En forma de miniserie se estrenó, con la producción de Salma Hayek, Como agua para chocolate. No la he visto. La verdad me ha dado pereza. Nunca me gustó Laura Esquivel y detesté la película que fue tan famosa en los ya lejanos años noventa. Dentro de un mes estrenarán Cien años de soledad y desde ya nos late el corazón. Ya sabemos que, en vida, Gabo, quien además fue guionista, estaba en contra de cualquier tipo de adaptación de su novela insignia. Decía, ¿qué actriz puede encarnar a Remedios la bella si su belleza es precisamente inclasificable? O ¿Qué actor puede tener la mirada que hacía mover ollas de Aureliano Buendía? Diez años después de su muerte Rodrigo, uno de los hijos del Nobel, cineasta consumado, que además ha participado en algunos de los mejores proyectos de la historia de la televisión como Los Soprano o Six feet under, le dieron al sí a la propuesta. Pero después de haber visto Petro Páramo, estrenada el pasado 6 de noviembre, debo decir que el miedo me ha vuelto al cuerpo.

 

Rodrigo Prieto es un monstruo de Hollywood. No es relativamente un monstruo, es un maestro. Es el director de Pedro Páramo. Acá debuta como director, a sus 60 años. Experiencia como técnico tiene. Para que me crean les voy a enumerar algunas de las películas en las que ha sido el director de fotografía: Amores Perros, 21 gramos, ambos de su carnal, Alejandro González-Iñarritu, Secreto en la montaña, de Ang Lee, el lobo de Wall Street, Killers of the flowers moon y el Irlandés de Scorsese y la inolvidable Barbie.

 

Nunca había dirigido una película y le dio por debutar con una adaptación de Pedro Páramo. Craso error. Por su estructura, la única novela de Rulfo es revolucionaria. Decía García Márquez que si no hubiera existido esta novela él nunca hubiera sabido como es que hablaban los muertos. El de Rulfo fue un caso parecido al de Rimbaud: todo su talento lo vertió en tres años, desde 1952 a 1956, los que van desde la publicación de El llano en llamas y Pedro Páramo. Luego vendría el silencio. Por ahí intentó escribir una novela que terminó quemando -eso al menos dice- y escribió un guion fabuloso llamado El gallo de oro, que adaptó Ripstein en los ochenta, misma época en la que hicieron en Colombia una telenovela con Frank Ramírez y Amparo Grisales.

 

Pedro Páramo es una novela de atmósfera en donde se conjugan varios temas: el parricidio, el hambre de los terratenientes, el desplazamiento del campo, los pueblos vacíos de gente y una historia de amor tan vibrante que hace recordar a Cumbres Borrascosas. Todo eso en poco más de 150 páginas. Los diálogos son maravillosos. Cuando Abundio, uno de los hijos de Pedro Páramo, describe a su padre dice que él es “un rencor vivo” eso suena bien en una novela, pero no en el cine. En el cine suena pretencioso, solemne. Y ese es el problema de la película. La maldita solemnidad. Los actores están fallidos porque están pensando en como decir sus frases con la contundencia que Rulfo las escribió. Y no hay voz humana que pueda replicar el murmullo de un ánima en pena. Son tantas las almas en pena que murmuran en la historia que Rulfo le iba a poner a la novela Murmullos. Igual le hubiera funcionado.

Hay muertos que no deben resucitarse. Hoy hay que ser un maestro y Rodrigo Prieto esta vez no lo fue. Pedro Páramo es una película sin alma, que se hace eterna porque el guión está mal escrito. Es la prueba de que el cine no es ninguna ingienería, un buen técnico no necesariamente es un gran cineasta. El alma es más importante que la técnica. Todo es muy colorido, muy bonito, muy falso y acartonado.

 

Y me perdonan pero Pedro Páramo es un relato fiel de la México de los años veinte, la de Obregón y la revolución cristista. Si, los muertos salen del infierno a llevar sus cobijas porque en Comala el sol estalla todo el tiempo, pero los muertos no son más que un estado mental de una revolución que empieza a fracasar, a dejar los campos sin gente, las mujeres viudas, los hijos huerfanos. Cuando Pedro Páramo se cruza los brazos para vengarse de Comala por la falta de empatía que han demostrado por la muerte de Susana, la única mujer que él amó, es una metáfora del Estado y la desprotección a sus hijos, los mexicanos. ¿Tanto que dependen de él y tan poco que les da? Pero eso no se siente en esta película que termina siendo más una juntada de escenas, algunas muy bonitas, muy bien fotografiadas, muy coloridas, que seguramente impactarán en Europa y a los gringos pero que acá da físico aburrimiento. Ojalá con Cien años de soledad no vayan a tener esta solemnidad que hace tan insoportable la Pedro Páramo del gran director de fotografía Rodrigo Prieto.

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