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Se acabó el tiempo de la barbarie, aunque reinen los bárbaros

Por: Guillermo Linero Montes

Escritor, pintor, escultor y abogado de la Universidad Sergio Arboleda



Al principio de la Historia, en el tiempo de la barbarie -que no el de los bárbaros de la Edad Media, sino el tiempo del libre albedrío y de la falta de normas de conducta- eran recurrentes las pugnas entre individuos. Sin embargo, la humanidad pronto encontró solución, limitando la conducta por medio del que sería el primer contrato social: la creación normada de la civis (ciudad). De ahí surgiría el precepto determinador de la buena conducta, el “ser civilizado”, es decir: tener la capacidad para respetar las costumbres, las ideas, las creencias, la cultura, los conocimientos y la dignidad de los otros, y especialmente la vida.


Con la disposición de la civis y la puesta en práctica de relaciones ciudadanas respetuosas, disminuyó la pugna entre individuos; pero nació una peor modalidad de ella, la guerra. Con esta nueva forma ya no se enfrentaría alguien con su vecino, sino toda una población contra otra. Por una parte se redujo el riesgo de perder la vida en manos de otro semejante en un desafortunado suceso, y por otra parte se acrecentó el riesgo de perderla también, en un mismo suceso, los seres queridos y los conciudadanos; y perderla, además, por cuenta de personas a las cuales ni siquiera se les había visto ni tratado. Esta es una triste paradoja: la civilización es la matriz de la guerra.


No obstante, la misma civilización dio forma al llamado derecho de gentes -Ius gentium-, configurado por los romanos para regular sus relaciones con los otros pueblos. Conocido hoy con el nombre de derecho internacional, este último se diferencia del Ius gentium, por cuanto el modelo romano, si bien ante los abusos de la “legítima defensa” establecía responsabilidades en el trato a los individuos -aunque sin ir más allá del ejercicio de la piedad-, no incluía los derechos humanos que caracterizan al derecho internacional vigente. Valga decir que los derechos humanos no fueron obviados por inadvertencia cognitiva de los antiguos romanos, sino porque estos han sido, y todavía son, de dura aceptación para algunos desalmados congéneres.


En efecto, con estas líneas -motivadas por las guerras entre Rusia y Ucrania, y entre Israel y Palestina- busco advertir cómo los protagonistas gestores de ambos conflictos, y los países poderosos que los aúpan, están desconociendo la “igualdad soberana” y están desconociendo la “autodeterminación de los pueblos”, que en el derecho internacional público son punto de partida de cuanto trato se pacte entre naciones.


Pese a ello, Rusia le ha desconocido a Ucrania su “derecho a la autodeterminación” e Israel le está desconociendo al pueblo de Palestina la “igualdad soberana”. Y a la luz del derecho internacional, tanto Rusia como Israel están soslayando el “principio de la universalidad”, basado en que todas las personas, rusas y ucranianas, palestinas e israelíes, y las demás que habitan el planeta, son titulares de cada uno de los derechos humanos.

Pero, ¿cuántos y cuáles son estos derechos? Según la Declaración Universal de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, son 30, entre los cuales se destacan, o deben ser inamovibles:


- El derecho a la vida (Artículo 3): que implica el rechazo a la guerra sin importar las razones expuestas por quienes la cometen e incentivan.


- El derecho a no ser dañado ni torturado (Artículo 5): derecho pisoteado por el ejército israelí al bombardear el territorio palestino de modo indiscriminado y arrasador.


- El derecho a ser libre y a mantenerse en su propio país (Artículo 13): derecho que Israel le está vulnerando a los palestinos al mantenerlos encarcelados, primero, y ahora al pretender desalojarlos a sangre y fuego.


- El derecho de ir a donde se quiera en su propio país (Artículo 9): desde mucho antes de esta guerra, a la Franja de Gaza -que es una porción del territorio palestino- se le considera la cárcel más grande del mundo, por el acorralamiento en que los israelíes tienen sumido a sus habitantes.


- El derecho a tener un país (Artículo 15): a los palestinos se les ha negado este derecho desde el año 1917, cuando por orden de los ingleses les fue esquilmado su territorio para dárselo a los judíos, y luego -en una especie de legitimación de aquello- la ONU hizo lo propio en 1947.


- Y, por último, entre 25 derechos más, el derecho a tener comida y alojamiento (Artículo 25): a los palestinos de la Franja de Gaza no sólo les cortaron los suministros de agua, de luz y de comida, también les bombardearon los alojamientos.


Finalmente, pese a tantas atrocidades, no es descabellado decir lo que dice el título de esta nota, que “se acabó el tiempo de la barbarie, aunque reinen los bárbaros”; y no es descabellado decirlo, porque, aun cuando los gobiernos de Israel, de los Estados Unidos, de Francia y de otros estados más, han promovido la guerra y están permitiendo el genocidio de la población palestina de la Franja de Gaza, contra ello -contra esa abominable decisión de estos bárbaros mentados- cientos de miles de personas del mundo entero, sobre todo jóvenes abanderados del pensamiento del siglo XXI -entre ellos israelíes, norteamericanos y franceses- se están manifestando en las plazas de sus ciudades para condenar el ataque al pueblo de Palestina, y lo están haciendo movidos por el cambio de agujas en la conducta humana, que hoy reclama abogar por la paz y despreciar la guerra.


Bajo tal comprensión -ya dije que muy difícil de aceptar para algunos desalmados congéneres- los colombianos debemos sentirnos orgullos de tener un gobernante del talante de Gustavo Petro, y apoyarlo en su tarea de recordarles a los poderosos que se acabó el tiempo de la barbarie y que defenderemos como país -disguste a quien le disguste- el derecho a la vida de todas las personas, y en consecuencia lógica descontaremos la guerra, pues su naturaleza está basada en justificar el exterminio de la vida.


Ante las indirectas exigencias de los Estados Unidos -nuestro principal aliado económico- o ante la esquizofrénica actitud del Gobierno de Israel -que se atreve a ofrecernos reprimendas-, debemos agradecerle al presidente, en atención al principio de igualdad soberana y en defensa de nuestro derecho a la autodeterminación, su valiente decisión de no arrodillárseles.


Se acabó el tiempo de la barbarie y con ella el tiempo de la diplomacia hipócrita, que ante las conductas atroces de los países poderosos, se expresaba siempre con delicada prudencia, en vez de haber exigido con firmeza, respeto por la dignidad de los pueblos y respeto por todos los seres humanos.


*Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad de la persona que ha sido autora y no necesariamente representan la posición de la Fundación Paz & Reconciliación al respecto.




 

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