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Se nos olvidó que el Mono Jojoy y las FARC casi se toman Bogotá


Por: Iván Gallo  - Editor de Contenido




No hay nada que celebrar. Más de 70 mil personas han sido afectadas en el Catatumbo en el último mes. En el Chocó y el Bajo Cauca las crisis están a punto de estallar. La prensa nacional lo pone en sus titulares: la Paz Total ha fracasado. Ha quedado instalado en el inconsciente colectivo la sensación de que nunca hemos estado peor. Y si. Si que hemos estado peor. En los años noventa las FARC estuvieron a punto de tomarse el país. 

 

Encuentro un titular de una colección de revistas Semana viejas: “Bogotá sitiada”. La revista es de octubre de 1996. En el subtitulo se dan detalles de la situación: “Más de 1.200 guerrilleros de una docena de frentes asoman por los cerros de la capital del país, en desarrollo de un aterrador plan estratégico”. Entre julio y septiembre de ese año la guerrilla realizó, en las goteras de la capital, 18 ataques. El saldo fue de 17 uniformados muertos y 22 heridos. En 1994 se realizó la toma al municipio de la Calera y en 1995 se contaron 42 ataques en zonas aledañas a Bogotá. El cerco se iba cerrando. 

 

 El presidente era Ernesto Samper. Hacía maromas para poder sobrellevar su gobierno después de que su rival, Andrés Pastrana, revelara, después de perder las elecciones, que el candidato liberal había sido financiado por el Cartel de Cali. Llegaron las desertificaciones de parte de los Estados Unidos, las estigmatizaciones y un enfrentamiento con una élite siempre reacia a hacer el cambio. Esa situación de debilidad la aprovecharon las guerrillas. 

 

En los noventa la insurgencia tenía como objetivo máximo llegar a Bogotá y tomarse el poder. Treinta años después la situación ha cambiado. Las guerrillas ya no sueñan con la capital. Lo único que buscan es resistir en las regiones que controlan. Ni siquiera preparan enfrentamientos concretos contra la fuerza pública. Se limitan a cuidar el terreno ganado y a luchar entre ellos. Pero en 1996 lograron sitiar a Bogotá. 

 

El 4 de septiembre de ese año un mortero, enviado por hombres del Mono Jojoy, cayó muy cerca de la escuela de artillería del ejército ubicado en Usme. Las Farc tenían un plan llamado “Toma de Santa Fe de Bogotá” que tenía proyectado ejecutarse antes de diciembre de 1996. El entonces coronel de la policía de Bogotá, Alonso Arango, sacó un mapa de la capital y de cundinamarca, fue poniendo las fichas en él y los medios se dieron cuenta que la situación en la capital podría ser tan dramática como la que se vivía en Cúcuta o Mitú. La toma de Bogotá podría ser un hecho.  

 

Después del bombardeo a Casa Verde, que se llevó a cabo en 1990 y que significó para las FARC una nueva traición por parte del establecimiento a su voluntad de paz, la guerrilla cambió de estrategia y le pusieron todos sus esfuerzos a la confrontación. Pasaron de tener 48 a 60 frentes. En la VIII conferencia realizada en 1993 las FARC se propuso tomarse el poder en tres años. En Cundinamarca nada más estaban ocho frentes y una red urbana de cien hombres que controlaban el Mono Jojoy y el ex senador Julián Gallo. Según esa vieja publicación de Semana las FARC controlaban los siguientes sectores de Bogotá: Ciudad Bolívar, Altos de Cazucá, Fontibón, Soacha. Las milicias hacían su trabajo de terror.  

 

La guerrilla creció, a punta de extorsiones, secuestros y narcotráfico, de manera dramática en los años noventa. Pasaron de tener cerca de 22 mil hombres y contar con un capital de 200 millones de dólares.  

 

La creación y fortalecimiento de grupos paramilitares aupados por el establecimiento terminaría por convertir el conflicto colombiano en una hidra de mil cabezas. Las FARC obligaron al gobierno de Pastrana, en 1998, a establecer una zona de distención en San Vicente del Caguan en donde el Estado colombiano practicamente aceptaba su derrota. El Plan Colombia serviría después para irlos mermando. Pero la guerra se recrudecía. Como escribió León Valencia, esto era un incendio que se ha venido apagando y lo que quedan son sólo algunos leños prendidos. 

 

Si, no hay nada que celebrar, pero, según lo ha demostrado la fundación Paz y Reconciliación, el grado de crecimiento de los grupos armados es el mismo con o sin negociaciones de paz al menos en los últimos años. Es claro que hemos estado peor y que las crisis que se viven en regiones como el Catatumbo no son completamente productos de una política de paz. Todo conflicto debe llegar, con firmeza, a la zona de la negociación. La paz nunca es la peor de las opciones. Acá hubo un momento en donde la guerra casi nos hace perder Bogotá. Está prohibido olvidarlo. 

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