Por: Guillermo Linero Montes
Desde que colaboro en este espacio de Pares, solamente he redirigido mis opiniones a dar respuestas a tres lectores que me han indagado sobre asuntos y personajes específicos, y les he atendido siempre con predispuesta atención. Sin embargo, ahora me ha pedido, otro amable lector, que igual como escribí sobre Laura Saravia, en una nota anterior, haga lo mismo sobre el representante Miguel Polo Polo, que hoy se encuentra en medio de un zaperoco político por cuenta de su incultura y falta de modales y, específicamente, por revictimizar a las madres a quienes el estado colombiano -el administrado por las ideas del expresidente Álvaro Uribe Vélez-, asesinó a sus hijos por la espalda.
Inicialmente pensé no responderle, por la insignificancia evidente del personaje y, por qué no, también por simple y llana compasión, pues el mundo político y la opinión de la gente, se han volcado en su contra con duras y hasta exageradas críticas. No obstante, al verificar que el mentado congresista insiste burlonamente en continuar con su actitud desalmada (fue capaz de poner una demanda penal contra una de ellas por haberle manoteado como lo haría un abuela con su nieto impertinente), he decidido desprenderme de la compasión y pensar, mejor, en la necesidad de hacer eco sobre este incidente absurdo para que no se repita, y hacer pública la traza del personaje, aunque ya lo está sancionando el pueblo con el implacable escarnio público. Una fórmula de justicia natural a la cual se exponen quienes hacen burla o violentan los principios éticos y morales de una sociedad que, pese a estar organizada en torno a un sistema de derecho, esencialmente se mueve y expresa regida por reglas éticas y morales de ascendencia histórica.
Pero, bueno, ¿cómo hacer una semblanza o cómo decir algo que valga la pena de un señor que no vale la pena? Decir, por ejemplo, y para no desobedecer el formato académico de la semblanza, que el señor Polo Polo: es un hombre Pobre (de hecho, su falta de formación intelectual se debe en parte a haber crecido en un hogar -como la mayoría de los hogares colombianos- donde no había lo necesario para vivir dignamente); es un petardo (aburrido y fastidioso); es un pícaro (tramposo y desvergonzado); es un pendenciero (muy propenso a las riñas hasta con las mujeres de la tercera edad); es un pollerudo (su valor le surge de saber qué tipo de persona es su jefa política); es un puto (o puta); es un pirobo (léase despreciable); es un patán (grosero y tosco en sus modales); es un perverso (causa daños intencionalmente, preparando sus carajadas); es un pillo (hábil para cobrarle a sus subalternos); es un pirómano (incendia al país político, solo por lucro o por maldad); es un pelafustán (con posición social y económica, pero con insignificancia y mediocridad); es un paraco (antes lo era sin plata y ahora lo es gracias a la comunidad negra que lo eligió y por la cual recibe de todos los colombianos media centena de millones cada mes); es un patriota (de esos que salen con un bate a matar a los demás); es un problemático (pese a que su personalidad presenta más dificultades que problemas); es un palurdo (rústico por ignorante) y; finalmente -porque el abecedario da para muchos libros- el señor Miguel Polo Polo es un político (de esos que describiera el poeta Eliot, y que son solo eso: “… un culo sentado en un sillón”).
Con todo, valga decir, cómo una de las realidades más difíciles de comprender en el mundo jurídico, es que las leyes -concebidas para asegurar la convivencia y propiciar el progreso en sana paz- las produzcan los congresistas; es decir, la rama legislativa, donde los juristas no tienen ni la primera ni la última palabra, pues se hallan a la sombra de los elegidos congresistas. En efecto, esos “obreros del derecho” -como nombraba Carnelutti a los juristas que han de hacer las leyes-, en este modelo obtuso de la organización del estado -y en esa delicada labor de hacer las leyes- se encuentran al servicio y “a las órdenes” de ciudadanos que -aun acumulando títulos universitarios- no saben leer ni escribir.
De tal suerte, no resulta raro el protagonismo político de congresistas sin educación académica y sin valores éticos ni morales; pues, para hacerse senador o representante, pareciera que solo bastara poseer un talante malsano. De hecho, quienes adquieren armas y dinero con negocios ilícitos y con la corrupción política, las más de las veces se hacen legisladores -comprando votos o violentando a quienes se les resisten-, pasándose por alto la exigencia cognitiva y moral que ello implica.
En semejante contexto de organización política, si alguien asumiera la tarea de puntualizar la traza o perfiles de los congresistas -digamos que para escribir semblanzas sobre ellos, como yo lo he intentado hacer acá con el representante Miguel Polo Polo- encontraría que la mayor parte de ellos cumple cabalmente con las particularidades propias de una galería del más burdo horror humano.