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Su nombre era Muhammad Ali

Por: Iván Gallo - Editor de Contenidos



Hace poco conversé con León Valencia sobre su nueva novela. En cierta manera es un homenaje a Muhammad Alí. Su sueño, de niño, era estar en el Madison Square Garden, viendo como Alí intentaba recuperar la corona de los pesos pesados que en ese momento estaba en la cabeza de Joe Frazier. Alí la perdió fuera del cuadrilatero. El gobierno de Lyndon Johnson duplicó el reclutamiento para pelear en Vietnam. Alí fue llamado a las filas. Dijo que no. Su pueblo había sido humillado por los blancos de Estados Unidos de América. No por el Vietcong. Así que lo trataron como un traidor. Le quitaron sus derechos y la corona por no ir a matar vietnamitas. “Esa coherencia, esa valentía me emociona. Eso es un héroe” Me decía emocionado Valencia. Hoy en día no podríamos entender qué significaba ser campeón mundial de los pesos completos a finales de los sesenta. Tampoco entenderíamos la emoción que despierta un tipo de un metro noventa y uno subido en el ring “moviéndose como una mariposa y picando como una abeja”, que además era un filósofo, un paladín, junto a Malcolm X o Martin Luther King de los derechos de los negros en los Estados Unidos. Muchos blancos lo odiaban, lo consideraban un “bocazas” un “traidor” y Alí sólo levantaba los hombros. No podía hacer nada. Sólo era fiel consigo mismo.

 

Después de ganar el título de los pesos completos a Sonny Liston Cassius Marcelus Clay, en 1964, se cambió el nombre al de Muhammad Alí. Se convertía en un musulman negro. La influencia de Malcolm X le cambió la consciencia. Tenía que ser mucho más que un juguete para que los blancos se divirtieran apostando. Tenía una tribuna y debía difundir un mensaje. Y así lo hizo. Nada lo hacía al azar o por un capricho. Cuando se cambió el nombre lo hizo porque Clay era el nombre que le había puesto el opresor a algún esclavo blanco en alguna plantación. El quería ser libre y sólo el Islam le podría abrir esa puerta. Fue una conmoción absoluta.

 

Sus rivales y la prensa racista lo seguían llamando Clay. Era la forma de recordarle que era descendiente de esclavos. Ese fue el nombre con el que representó a su país en los Juegos Olímpicos de Roma en 1960 y con el que ganó la medalla de oro. Las ruedas de prensa de Ali eran puestas en escena en donde el público le pedía que recitara poemas inventados por él mismo, en el acto, ridiculizando a sus rivales. Un genio absoluto. Cuatro palabras suyas podrían ser tan demoledores como uno de sus jabs. Uno de sus contraincantes, Ernie Terrell, le dijo en una de sus ruedas de prensa que jamás lo llamaría Alí, que siempre le diría Clay. El campeón entró en histeria y comenzó a gritar. No, no era ninguna puesta en escena, estaba encendido de verdad. Amenazante se le acercó a pegarle mientras le preguntaba ¿Cuál es mi nombre? Lo sentenció: en el cuadrilatero le daría una paliza.

 

Alí, con su pegada de abeja, acostumbraba a doblegar a sus oponentes antes del 3 asalto. Con Terrell fue distinto. Lo mantuvo toda la pelea castigándole. A cada puño que le daba le pregunta a los cuatro vientos ¿Cuál es mi nombre? Y Terrell callaba. Ganó por decisión unánime pero el rostro de su oponente quedó desfigurado. Mientras que Alí permanecía hermoso “Sabes por qué soy tan bello”- le preguntaba a los periodistas- “porque nadie me golpea”. Pero le quitaron la corona y Alí empezó a hacer giras por Ghana, por Etiopía, por Egipto. Mientras tanto a sus amigos más cercanos, los que lo acompañaban en su lucha más dura y significativa, la de los derechos civiles, los iban matando: Malcolm, el doctor King cayeron ante el fuego de la ultraderecha. Por eso Valencia, siempre rebelde, se entusiasmó con esa pelea de 1971. Alí regresaba, después de no pelear en tres años, por el cinturón del peso completo. Muchos creían que estaba acabado, que no soportaría cinco asaltos el castigo de Frazier. Pero no sólo duró de pie los extenuantes 15 asaltos sino casi se convierte de nuevo en campeón.

 

Y lo lograría. Alí derrotaría el 25 de septiembre de 1974, en Kinsasa, al entonces vigente campeón de los pesos completos, George Foreman. Antes de la pelea en Zaire se dieron cita glorias de la música mundial como el rey del soul James Brown y el mismísimo Héctor Lavoe con la Fania All Star. Ali noqueó a Foreman. Tenía 32 años y había cambiado su forma de pelear con una táctica que terminaría afectando su salud: soportar al máximo los golpes de sus rivales. Así derrotó otra vez a Frazier en la inolvidable pelea de Manila y ganaría por tercera vez la corona en 1978.

 

Siempre quiso retirarse pero la pasión por estar arriba del cuadrilátero terminó pasándole factura. Le dieron golpes que ningún humano podría resistir. El Parkinson terminaría quebrándolo pero esa, esa es otra historia, esa historia de derrota no es la que cuenta en su próxima novela León Valencia. Lo que cuenta es la historia de un hombre que usó sus guantes para liberar a un pueblo y estuvo a punto de hacerlo. Se llamaba Muhammad Ali.

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