Trump va a sepultar la democracia liberal
- Laura Bonilla
- 4 feb
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Por: Laura Bonilla

En su obra más sentida y destacada, El mundo de ayer, Stefan Zweig escribió: '¡Cuán poco se imaginaban, desde su liberalismo y optimismo conmovedores, que cada nuevo día que amanece ante la ventana puede hacer trizas nuestra vida!'. Estas palabras reflejan su profunda desilusión ante la destrucción de la Europa que tanto amaba.
Tal vez a Zweig le hubiera gustado ver algunas cosas que sucedieron después. El régimen nazi cayó, y con él, décadas más tarde, el Muro de Berlín. El multilateralismo, con todos sus fallos y dificultades, logró consolidar un bloque de países que, a punta de cooperación, establecieron al menos un horizonte común en el respeto a los derechos humanos y la democracia. Un mundo más estable, donde tanto la economía como las libertades pudieran florecer. No todo se logró, pero algo sí. Creo firmemente que las crisis más importantes del planeta, incluida la pandemia del COVID-19, se afrontan mejor con cooperación que sin ella. Y también soy una fiel creyente en el derecho a la libertad y la igualdad de todas las personas. Pero hoy comparto el pesimismo de Zweig. Ese mundo de ayer, con sus luces y sus sombras se está apagando, en la peor de las batallas para la democracia liberal, que ni sus propios defensores vieron venir.
Estos tiempos no son sencillos. El ataque desmedido y cruel de Israel en Palestina ha expuesto, sin matices, las grandes falencias del multilateralismo y la incapacidad de las Naciones Unidas para hacer respetar los mínimos a los que la humanidad alguna vez se comprometió. La crisis democrática en América Latina se profundiza, mientras los regímenes autoritarios amplían su alcance. Y a la Casa Blanca llega Donald Trump con un renovado nacionalismo ultraconservador. Hoy, mi preocupación se acerca mucho a la de Zweig.
Para muchos, el regreso de Trump al poder no es más que la alternancia política habitual. Para otros, el sacrificio de ciertos derechos adquiridos es un precio aceptable si la promesa es mejorar indicadores económicos. Pero algunos, quizá los menos, han entendido que lo que está en juego no es solo un retroceso en derechos, sino en la propia esencia de la democracia liberal. No son pocas las señales que nos advierten de ello, y callarlas hoy sería condenarnos a que ocurran.
Donald Trump quiere enterrar ese mundo de ayer, el de la cooperación y los valores universales. Con él se entierran también los principios fundamentales del liberalismo democrático. Esta es una batalla cultural, como bien lo ha señalado Elon Musk, quien hoy se ha convertido en un empresario sin contrapesos, con el mayor poder que un multimillonario ha logrado acumular en la historia moderna. Un poder que no rinde cuentas a nadie. No se trata de proteger fondos, sino de eliminar todo aquello diverso o diferente que incomode.
La agenda está clara. Es el Proyecto 2025, que aunque Trump ha negado, ha guiado sus primeros días de gobierno. Su propósito es someter todas las agencias al control del presidente, eliminando su independencia, y acabar con la estabilidad laboral de los funcionarios para reemplazarlos con aliados ideológicos. Eso, que en Colombia hemos padecido durante décadas y que es una de nuestras desgracias estructurales, es todo menos democrático.
Otro de los pilares del Proyecto 2025 es la eliminación de la diversidad, la igualdad y la inclusión, disfrazada bajo la consigna de que los fondos públicos no deben promoverlas. Tal vez este ha sido su mayor éxito en la batalla cultural: tergiversar, con noticias falsas y grupos extremistas en redes sociales, la idea básica de nivelar la cancha. Lo ha dicho Trump sin rodeos: “necesitamos hombres competentes y blancos a cargo del país”. No personas competentes. Hombres blancos competentes. Así, la incomodidad de muchos se convirtió en la excusa perfecta para excluir a mujeres, negros, latinos y nativos. En este nuevo orden, ni la experiencia, ni el estudio, ni la capacidad les servirán. Apelar a la justicia, o siquiera al mérito, será parte de lo que ellos llaman “woke”, un nuevo fantasma que justifica el autoritarismo.
Esto no se trata de corregir posibles abusos presupuestales, ni tampoco de eficiencia. Se trata, literalmente, de hacer desaparecer derechos. Derechos sexuales y reproductivos, el derecho de las mujeres a decidir sobre sus cuerpos, las políticas de equidad, el reconocimiento de la diversidad de género. Y, finalmente, el Proyecto 2025 se completa con la eliminación de regulaciones medioambientales para favorecer la producción masiva de combustibles fósiles, sin las molestas restricciones ambientales.
Hay quienes creen que el mundo de ayer no tiene nada que enseñarnos. Que el progreso es lineal, irreversible. Pero la historia nos ha demostrado, una y otra vez, que los derechos no están garantizados. Que las democracias pueden caer. Que lo que parece impensable, sucede. Y que advertirlo no es alarmismo, sino una obligación.
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