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Un Gobierno contra-literario

“Si la escritura es verdaderamente neutra, si el lenguaje, en vez de ser un acto molesto e indomable, alcanza el estado de una ecuación pura sin más espesor que un álgebra frente al hueco del hombre, entonces la literatura está vencida”. Roland Barthes, “El grado cero de la escritura”

Por: Juan Sebastián Peña Editor y redactor – Pares

En su ensayo “Salir de la censura”, al reflexionar sobre uno de los mecanismos al que históricamente han apelado distintos órdenes políticos para sostenerse el poder, Coetzee nos recuerda que detrás de todo gesto de censura suele esconderse una patología propia de las dictaduras o de los regímenes inseguros: la paranoia. Y describe allí mismo este tipo de trastorno: “los paranoicos se comportan como si el ambiente estuviera repleto de mensajes codificados que se burlaran de ellos o tramaran su destrucción”. Parece ser esta una de las tantas enfermedades que padece el actual Gobierno en cabeza de Iván Duque.

Este diagnóstico no solo se encuentra confirmado en los hechos más notorios, como en la respuesta violenta del Estado colombiano a las recientes movilizaciones sociales que remecieron al país y que expusieron las múltiples demandas de distintos sectores de la sociedad civil con los que el Gobierno tiene deudas históricas, sino también en un detalle tan simple como las razones que dio Luis Guillermo Plata, embajador en España, para haber invitado a ciertos escritores y escritoras a participar de la Feria del Libro de Madrid en representación de Colombia, el país invitado de honor a este evento. Respecto a esto, en una declaración para el portal Libertad Digital, Plata afirmó lo siguiente: «Uno no quisiera que una feria literaria se convirtiera en una feria política. Ni para un lado ni para el otro”. Y, en ese sentido, afirmó que, por eso, en esta selección “se ha tratado de tener cosas neutras donde prime el lado literario de la obra».

Más allá de la reducida y escasa comprensión sobre “lo literario” (y, en un sentido más amplio, sobre “lo estético”) que sus declaraciones demuestran, en las palabras de Plata, me parece, se revela un posicionamiento ético afín al Gobierno de turno: la defensa a ultranza (desde el lenguaje y, también, desde la violencia) del orden de las cosas: del status quo. Al defender la posibilidad de una supuesta neutralidad de la literatura, implícitamente se busca construir una imagen de la realidad como algo que debe permanecer intocado frente al ejercicio de la palabra. Todo intento por intervenir, (re)nombrar, (re)construir, alterar, (re)crear y cuestionar aquello que concebimos como real (ejercicio que desde la literatura se concibe a partir del empleo del lenguaje) resulta amenazante para los intereses de quienes se benefician del orden social, político, cultural y económico vigente. La conciencia de este potencial radicalmente transformador del lenguaje pone en vilo la sostenibilidad del status quo.

Desde la posición en que se formulan los criterios de selección referidos por Plata (en los que se privilegia una supuesta neutralidad de “lo literario”), se cree —como si aquello fuera viable— que es posible despojar al lenguaje de su inherente carácter creador, revelador y postulador de realidades otras: una higienización del lenguaje a costa del lenguaje mismo. Y, en ese camino, se aspira a negar la dimensión política ya no solo del lenguaje, sino de sus hablantes, de las personas que inevitablemente nos valemos de cualquier sistema de símbolos para decir, pero también para ser. Desde esta perspectiva des-politizante y, por lo tanto, deshumanizante de “lo literario”, el sujeto que habla o escribe sería, pues, una entidad capaz de despojarse de imaginarios, experiencias, saberes, sentires, creencias, historias, emociones, en fin, de todo lo que compone nuestra hechura humana, y de asumir una posición “neutral” frente a la realidad.

Detrás de la exaltación de esta supuesta neutralidad a la que podrían y deberían llegar quienes tienen la escritura como oficio, se esconde (de forma consciente o inconsciente) un interés por perpetuar una visión de la realidad como algo ajeno al actuar humano; como una exterioridad unívoca, monolítica, inapelable, incuestionable, monológica y, por lo tanto, intransformable. Frente a un orden como este, la única respuesta humana esperable sería la resignación. Sin embargo, múltiples textualidades que reconocemos como “literarias”, justamente, parecen resistirse a quedar sometidas al orden de las cosas. El acto mismo de escribir, nombrar o decir, implica ya un acto transgresor: un rompimiento del silencio, la aparición de un relato in-esperado, una versión sobre el mundo que emerge y exige ser reconocida; que irrumpe y demanda ser partícipe de la construcción de lo real.

Nuestras palabras crean aquello que, muchas veces, creemos simplemente estar nombrando. Ya no solo la literatura, sino el lenguaje mismo, lejos de poder ser una sustancia neutral, transparente y pasiva, es parte constitutiva de la realidad. Movido por esa convicción, Wittgenstein afirmó alguna vez: “Los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo”. No solo resultaría imposible alcanzar un lugar “neutral” desde un aparente uso aséptico del lenguaje, sino que, inevitablemente, el lenguaje mismo nos posiciona en el mundo: el barro del que están hechas nuestras palabras y silencios contradice la posibilidad de la neutralidad. Y es precisamente el despliegue de esta conciencia aquello que parece perseguir “lo literario”.

Los lugares, espacios y tiempos otros que abre la literatura nos recuerdan la apertura e inestabilidad de los mundos que nos rodean; su carácter ficcional, histórico, temporal… humano, a fin de cuentas. La incompletitud y parcialidad de todo lo que nos rodea (creencias, valores, formas de vida, formas de gobierno, entre otros) demanda de nuestra parte un ejercicio activo, crítico, transformador, creador. El carácter abierto de la realidad que la literatura (y, en general, el arte), muchas veces, nos revela y recuerda, nos sitúa en un lugar desde el cual es posible reconocer la responsabilidad ética de construir, a partir del uso que hacemos de los lenguajes que tenemos a la mano, realidades más humanas, plurales, incluyentes, sensibles y democráticas.

De modo que no solo se trata de que sea cuestionable la posibilidad de un posicionamiento neutral ante el mundo, sino de que no existe tal cosa que el embajador Plata ha llamado “el lado literario” de una obra. Nuestro lenguaje mismo solo es posible por su ineludible dimensión literaria constitutiva, por su inevitable capacidad creadora. No es que haya un lado literario del lenguaje (o de una obra), es que la urdimbre misma del lenguaje es literaria: la literaturidad es su forma de ser. “Lo literario” es inseparable de lo político porque el lenguaje es inseparable de lo humano. Todo espacio abierto por la literatura es un lugar que, al abrirnos al mundo y permitirnos estar en él, desdice de la neutralidad. Al tener que empalabrar la realidad para hacerla comprensible y habitable, inevitablemente, somos animales literarios y, por lo tanto, políticos. Todo esto es lo que, en medio de su pulsión paranoica (tal como la que caracteriza al Estado que representa), por interés o por desconocimiento, el embajador Plata parece haber pasado por alto en sus declaraciones.

La capacidad de la literatura de reivindicar sentidos políticos liberadores, al contribuir a revelar la heterogeneidad y complejidad de la realidad (tal como lo hicieron las múltiples expresiones de inconformidad que han sacudido al país en el marco del último paro nacional), parece ser aquello a lo que este Gobierno paranoico e inseguro le teme; así como le teme a todo acto molesto e indomable que sea una reafirmación de la diversidad, la vitalidad, la disidencia, la creación, la inconformidad y el cambio. El nuestro es un Estado, por antonomasia, contra-literario y, por lo tanto, contra-humano.

* Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad de la persona a la que corresponde su autoría y no necesariamente representan la posición de la Fundación Paz & Reconciliación (Pares) al respecto.




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