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Una conversación pendiente: Álvaro Araujo y León Valencia en una mañana lluviosa en Valledupar

Por: Laura Bonilla




Hace unos días, en la feria del libro de Valledupar, León Valencia, Antonio Sanguino y yo fuimos a hablar de nuestro último libro: “Parapolítica, historia del mayor asalto a la democracia en Colombia”. El libro no es una reedición de la investigación de hace veinte años. Es más que eso. Son ensayos que narran la historia de la investigación desde las voces de sus protagonistas y también es una reflexión sobre lo que ha pasado en estos veinte años. Lo bueno y lo malo. Pero, sobre todo, es una preocupación sentida sobre la democracia y el sistema político colombiano que aún conserva un lado muy oscuro.


Cuando llueve en Valledupar no hay clases en los colegios. La gente se queda en casa, esperando que el agua amaine. Incluso hay vallenatos que lo cuentan. Ese domingo en la mañana, Álvaro Araújo estuvo en primera fila en la presentación de nuestro libro. “Me van a permitir una réplica”, nos dijo antes de empezar el conversatorio. Honestamente, según pasaba el tiempo, creí que efectivamente seríamos solo él y nosotros, en un contrapunteo entre dos testimonios distintos sobre la misma historia: el nuestro como investigadores y el suyo como protagonista de la historia. Pero con el tiempo escampó y el auditorio se llenó.


Hablamos de lo que se habla en un lanzamiento de un libro. Al final, toda persona que escribe trata incansablemente de que la lean. Pero se sentía en el ambiente la tensión. Álvaro Araújo fue tal vez el oyente más atento. Tomaba nota de todo lo que decíamos. Cuando Antonio Sanguino habló sobre el periplo que significó su reciente candidatura a la gobernación del departamento y dijo sin ambages: "La política en el Cesar la tiene tomada una banda criminal", Araújo asintió con la cabeza. Se notaba que tenía una mezcla de rabia y tristeza.


Cuando habló, eso fue claro. Seis minutos. La mayoría de la interpelación la dirigió a León Valencia, a su rol de director de esa investigación en ese momento. Otra gran porción la usó para denunciar al cartel de la toga, contar que le pidieron dinero para archivar su caso y mostrar cómo otros políticos que contaron con más recursos y poder de negociación salieron, o bien impunes, o con menores condenas. Y otra porción del tiempo la dedicó a mostrar una paradoja: que, al haber eliminado a un grupo político de la ecuación, el otro, el clan Gnecco, se había tomado todo el poder departamental. “Fracasaste, León”, fue la frase final.


Es tan común en Colombia que cada uno de nosotros nos aferremos a nuestras razones que la respuesta fue todo menos lo que ni Álvaro ni el auditorio esperaban: “Yo soy la persona más consciente de mis fracasos. Sé cuándo en mi vida he producido daño”. Y es verdad. Cada cosa que hacemos, más cuando estamos ante fenómenos tan complejos como los que vivimos en Colombia, produce consecuencias. Y hay personas, siempre hay personas en esas consecuencias. Álvaro Araújo fue condenado por la Corte Suprema a nueve años. Perdió su vida como la conocía, su grupo político, otrora influyente, desapareció. León Valencia vivió dos exilios después de la parapolítica. Yo, uno. El departamento del Cesar quedó en manos del Clan Gnecco.


Y así, poco a poco, la vida de todas las personas que estuvimos involucradas fue cambiando, pero la del país también. De una u otra manera, se repite la paradoja: a nivel nacional se produjo una ruptura que explica en parte el triunfo por primera vez de un político abiertamente de izquierda en el país. En algunas regiones, los operadores políticos, muchos de ellos provenientes de clanes políticos, otrora uribistas e incluso otrora parapolíticos, se realinearon con el ganador. En otros departamentos, con la oposición. Lo cierto es que, con todo y cambios, la brecha democrática entre el centro del poder político y las regiones sigue siendo insondable y es difícil que en zonas enteras del país se defienda la democracia cuando esta no ha dado prácticamente nada de sí. Y cada campaña que vivimos transcurre repitiendo patrones: campañas costosísimas, políticos con un espíritu mafioso, mafiosos invirtiendo en la política y clanes políticos imbatibles. Para la muestra, los Gnecco.


En eso, la distancia que en algún momento se abrió con la investigación de la parapolítica, la denuncia y la condena entre quienes investigamos y quienes protagonizaron se cerró un poco. Cada caso es distinto y el departamento del Cesar, por supuesto, lo es. En ese momento que nos permitió encontrar en lo humano cierta cercanía, entregamos el libro a Álvaro Araújo y él nos lo recibió. Nos dimos la mano. Un amigo querido en el departamento nos tomó una foto.

A la gente vallenata, que llenó el auditorio aun en un día de lluvia, le gustó el gesto. Nos lo dijeron después. Es como cerrar un episodio, contribuir a la reconciliación. Yo creo que también de parte de Álvaro Araújo ocurrió lo mismo. Creo que tenemos mucho que aprender de lo que ocurrió, de las vivencias y también de las consecuencias del episodio de la parapolítica en todas sus versiones y vertientes. Aunque parezca lejano, nos debemos más conversaciones como esta.

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