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“Una mujer como yo estorba”, la historia de una lideresa exiliada

Por: Karen Guerrero


María Elena estaba dormida y fueron sus gatas quienes le avisaron que algo andaba mal. Una de ellas se le acostó en el oído y empezó a arañarla. La estaba alertando. Cuando María Elena abrió los ojos vio a un hombre en su habitación. Al parecer su intención no era matarla, pero sí darle la razón fulminante. Le dieron 24 horas para salir de Buenaventura. “Eso fue lo que me hizo venir, ni siquiera fue el atentado que sufrí, porque ya no había garantías de seguridad dentro de mi propia casa, dentro de mi propio cuarto”.


María Elena discutió con el intruso mensajero, pero este salió y huyó en una moto que lo estaba esperando. Se llevó una usb, documentos y un dinero de Uramba para la Juventud, un colectivo que ella acompañaba y del cual era tesorera. María Elena gritó en la calle. El domiciliario del restaurante que colinda con su casa fue a perseguirlos, pero a los dos minutos, según recuerda, más de una decena de policías llenaron su casa. A pesar de las medidas de protección por parte de la policía nada valió. Las recomendaciones de las autoridades sobre la denuncia iban en contravía de los hechos tal como ocurrieron. Ese fue el detonante que la obligó al desarraigo de su Buenaventura del alma, y luego al exilio. “Ese mismo día fui a la Fiscalía. Me sentía tan impotente que ni una lágrima me salía de la rabia. Definitivamente debía salvaguardar mi vida”.


Las amenazas se habían vuelto tan frecuentes que sus hijos ya tenían tiquetes que los sacarían del horror. Su idea era enviarlos fuera del país para resguardarlos y ella quedarse; pero la visita inesperada la obligó a ampararse también. Empacó y migró a Cali, y en menos de una semana rememoraba los hechos desde Europa.


Pero María Elena Cortés había sido persistente, pues su nombre ya había estado en listas y, de paso, en planes.


El 4 de enero de 2020 caminaba con una compañera cuando dos hombres en una moto la abordaron. El parrillero se bajó, la llamó por su nombre y la acorraló. Forcejearon, cayeron al piso y le disparó. Pero el arma, a pesar de varios intentos del atacante, nunca detonó. Ese tampoco era su momento.


“Pues ahora me quedo, ahora me quedo, hay que insistir en permanecer y hacer del servicio una costumbre. Es porque yo estoy haciendo las cosas bien. ¿Por qué la gente buena tiene que morir, por qué la gente buena tiene que huir? ¿Si yo hago lo correcto, por qué a mí?, recuerda María Elena, igual de retadora, pero desde la lejanía.

Querían matar a una socióloga y lideresa social, aunque ella no se enuncie desde ese lugar; a una docente que les enseñaba a sus estudiantes a prepararse para combatir desde el conocimiento; desde la capacidad que tienen, y las potencialidades que en sus clases les resaltaba. A una mamá cuyos hijos le heredaron la lucha desde las letras y las calles. Querían apagar la voz de la niña que creció y soñó con igualdad de oportunidades para todas las personas, para salir adelante y estar felices, como ella lo dice.


María Elena es la menor de 7 hermanos y la única que le siguió la cuerda a un papá ribereño, migrante desde El Charco, Nariño, que llegó a fundar un barrio en la comuna 6 del Distrito de Buenaventura. Desde los 8 años, andando de barrio en barrio, ocupó espacios comunitarios y acompañaba a su papá a las reuniones políticas. Cuando él fue presidente de la Junta de Acción Comunal, su hija, ya con 15 años, era su secretaria. No solo consignaba las discusiones de las reuniones, también le hacía las cartas que se convertían en peticiones que llegaban a la institucionalidad.


Vio a su papá liderar el proceso de la construcción de las casas, la solución de los servicios como el agua y la energía, y la acogida y acompañamiento de nuevas familias. Vio un legado que preservó. “Aprendí mucho de él y me gustó, él se sentía muy orgulloso porque fui la única que le puso cuidado a las cosas que a él le gustaban: el servicio, lo colectivo, la gente”.


Es hija de la comuna 6, y ha sido testiga de las miradas, palabras y manos que han querido apoderarse de ella. Es una comuna estratégica por su ubicación céntrica; tiene por un lado la avenida Simón Bolívar y por el otro, la vía alterna, y por ser enclave ha sufrido.


“Era muy estigmatizada en el sentido de que los que vivían allá no podían acceder a un empleo porque venían de esa comuna que era zona roja. La institucionalidad también nos afectó porque nos despojaban por el tema de la expansión portuaria. Y es que el despojo no es solo decir: “váyase de esta tierra que es mía”, también se despoja con el lenguaje cuando se le dice a las comunidades que no se puede acceder a un empleo por ser de un lugar donde vive gente peligrosa”.


También la atraviesa el poliducto Yumbo-Buenaventura, que lleva el combustible a la sociedad portuaria, entonces, como ella lo denuncia, es una comuna muy productiva en términos del gobierno, de la empresa privada, pero a la vez, muy pobre. Su riqueza, aunque no es menos, es su gente. Entonces cuando María Elsa hace cartografía de su territorio no titubea en su versión del por qué de la violencia: los liderazgos sociales se vuelven un obstáculo para el aprovechamiento y uso del suelo, y así afirma:


“Esto que está pasando en Buenaventura de las muertes, dicen que Los Chotas, que La Local, pero esto es influenciado desde Bogotá, porque hay un interés en la actualización del Plan de Ordenamiento Territorial y necesitan dejar plasmado el uso del suelo en Buenaventura para hacer megaproyectos en los territorios que la gente siempre ha ocupado. En este recrudecimiemto de la violencia en Buenaventura es mínimo el actuar de las autoridades institucionales, Desde el gobierno nacional las soluciones no se vislumbran. Sin embargo, ¿por qué después de tanta muerte y expresiones de la violencia la gente no se va? porque la gente es semilla, como dicen los indígenas, y si hemos aguantado 500 años desde la invasión española, podemos aguantar, pero no en las mismas condiciones”.

María Elena dice aguantar, pero, a la larga, también ha sido construir. Es heredera del proceso organizativo de su papá y otros tantos líderes denominado “Unión de la comuna 6 para su propio desarrollo”, una iniciativa que comenzó en el 2000 y buscaba el fortalecimiento identitario y productivo de las familias que albergaban dicha zona. Se unieron para cimentar su plan de vida y allí aprendió que la seguridad y la soberanía alimentaria son otras formas de resistencia; que la ruralidad, como saber, arraigo y oficio, podría pervivir en la urbanidad; que la siembra y la cría no tendrían porqué morir; y que la memoria es viva y colectiva. Y fue abriendo camino.


Soy docente porque eso me da de comer, pero mi tiempo siempre lo ocupo en obras con las comunidades y la juventud”, dice, y eso sirve de antesala para la lista de sus campos de acción. Fue integrante del Comité del Paro Cívico para el 2017 y parte de las mesas de diálogo para el paro del 2019; se sentó con jóvenes y mujeres, de barrios como La Cima e Isla de la Paz, para impulsar iniciativas de arte; y de la mano de Temístocles Machado, líder social asesinado, trabajó en un sueño el cual un equipo de trabajo, después de su muerte, convirtió en el Grupo de Archivo y Memoria de la comuna 6.


Y con la historia de Don Temis, como ella lo llama, conoció de cerca no solo la violencia, sino también el impacto de la voz y el hacer que emergía de su comuna. Mataron a un líder y pausaron a toda una comunidad. “Lo lloramos un año, lo lloramos en conjunto. No teníamos ni idea quién nos iba a sacar del hoyo, porque yo no soy psicóloga de duelos colectivos. No lo hablábamos, pero el silencio hace mucho ruido, el silencio se escucha cuando hay dolor”.


Pero fue eso, una pausa. Les sanó el arte, la palabra y la escucha, y en la reconstrucción de las causas y procesos estuvo María Elena. El Grupo de Archivo y Memoria recogió el trabajo de Don Temis y salvaguardó la información y demandas que él había conducido. Se creó una organización que se llama Club Deportivo y Cultural Estrellas del Mañana Temístocles Machado, que alberga a cerca de 150 niñas y niños que hacen del baile, la música y el deporte sus armas de paz. Y, sin darse cuenta, sin querer, su liderazgo empezó a incomodar.


María Elena se embarcó en un megaproyecto que iniciaría con unos pilotos de 100 hectáreas de cultivo de Sacha Inchi que le generaría empleo a un determinado número de familias. Una planta apta para cualquier clima, sin contraindicaciones, que produce un aceite más poderoso que el de oliva, y que da fruto a partir de los tres meses, según explica. Pero era una inversión que no enriquecería a todos.


“Había un equipo muy grande para esto, el proyecto se formuló con dedicación para todas las etapas y en el último eslabón del proyecto, alguien de la institucionalidad dijo: “usted para hacer algo de esa magnitud en Buenaventura tiene que hablar con unas personas influyentes en la política, pero peligrosas, se hace a través del partido político que representa. Entonces necesitamos la hoja de vida de María Elena, de uno de los formuladores del proyecto que lo pueda contar y de una persona que nos explique ya sea financiero o contador de todas las partes del proyecto en términos monetarios”. ¡Obviamente yo no iba hablar con nadie, por Dios! y me río ahora porque yo decía: “a mí me parece absurdo que tengamos que pedirle permiso a alguien para poder hacer algo positivo en Buenaventura”. “No lo vea así doctora”, decía esa persona,“simplemente saber qué van a hacer en el puerto de Buenaventura, porque en Bogotá nos ven como un puerto y en términos sociales productivos tenemos que contar con el gobierno nacional”.


En conjunto, el equipo decidió no hablar y continuar. Vinieron amenazas.


Estas se recrudecieron para el Paro Nacional del 2021. María Elena hizo parte de las 36 horas de diálogo con la institucionalidad; de los nombres desprestigiados y responsabilizados de la escasez, el hambre y las víctimas que había dejado la protesta; de los panfletos que estigmatizaban al Comité del Paro, pero, con orgullo, dice que hizo parte de las mujeres negociadoras, porque eso también caracteriza al puerto.


“Ese es un valor agregado en Buenaventura: las mujeres. Yo las admiro muchísimo porque las mujeres han permeado todos estos espacios todos de resistencia, de hablar con el gobierno nacional, de direccionar, de coordinar el cambio. Considero que indistinto de que la mujer tenga hijos o no tenga hijos, en su decisión hay un ADN de valentía y de amor. Cuando las mujeres logran ese equilibrio no hay miedo. Y no es que seamos Mesías, es que hay un raciocinio diferente en el hacer y en el ser; porque tenemos el equilibrio perfecto para decir ajustemos, corrijamos, orientemos, reeduquemos”.


Y es tal el raciocinio, que decidió, por fin, ponderar el cuidado de su vida y los suyos como su bandera principal. “Tanto estar acompañando a víctimas, que cuando tú eres la víctima te das cuenta que sí has ayudado a fortalecer a la gente en medio de la dificultad, pero el dolor no mata”. Entonces, el atentado se convirtió en motor; las amenazas tras el megaproyecto y el paro, en combustible para hacer más y más; hasta que un hombre entró a su cuarto. Y se exilió.


¿Por qué a mí? se preguntaba María Elena.

Una mujer como yo estorba, una mujer como yo que además de tener una experiencia comunitaria la complementa con la docencia es una mujer a la que hay que tenerle miedo, porque está en espacios comunitarios, organizativos y académicos. —se responde hoy así misma.


María Elena hace parte del programa Defendamos la vida de la Unión Europea, ya estaba allí antes de su exilio. Hoy es una protegida internacional, y no solo para cuidarse de la violencia que la hizo empacar, si no de quienes, quizá, pretenden callar las voces de los líderes que se encuentran en el exilio.


No ha dejado de moverse, gestiona, lucha, y se moviliza a la distancia. Está al pendiente de las personas, de los procesos y hasta de las elecciones. “Cada cosa que yo estoy haciendo acá la estoy haciendo por la gente allá”.


María Elena suspendió su clase de administración para atender a esta videollamada de entrevista. Su docente se lo permitió. Dice que está estudiando algo nuevo, algo que no es de su campo, pero que, al menos, la mantiene ocupada. Dice que está tranquila, y así se le siente, que ha sido un tiempo para recoger y así se le ve. Dice que su liderazgo es un asunto de pasión y goce y eso confirma su historia y ahora, su rostro. Irradia. Sonríe. Carcajea. Anhela.


Se está acostumbrando a los viajes extensos en tren que contrastan con la premura de montarse en un motoratón[1]o en un carpati[2] cuando se movía feliz por Buenaventura. Y mientras se ciñe a la “disciplina europea”, como ella la llama, aprende y agradece. Menciona a las mujeres, a la juventud, tira nombres que solo ella conoce, y que solo ella dimensiona la vitalidad que le regalan. Nombra a sus hijos y reflexiona: “Hay unos ojos que están mirándome con orgullo, pero también con temor, pero ya llega un punto en el que nos podemos quedar sin mamá, y tengo mucho que hacer, pero yo, María Elena, valgo mucho más viva”.


Con una mirada tan nostálgica como esperanzadora, antes de colgar, consciente de su realidad, esa que podría ser la de más compatriotas, aclara: “Colombia no se va a desocupar toda y menos el pacífico colombiano, pero a Buenaventura no hay que dejarla sola”.



 

[1] Se le llama a las personas que conducen moto y prestan servicio de transporte público [2] En Buenaventura, así se le conoce a los carros tipo Jeep o camperos que prestan servicios de transporte público

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