Por: Oscar A. Chala, investigador de la Línea de Democracia y Gobernabilidad
Blu Radio reveló en primicia que Victoria Eugenia Dávila, “Vicky Dávila”, como se ha hecho llamar desde hace años, finalmente sí se lanzará como precandidata a las elecciones de 2026. Lo confirmó Gabriel Gilinski, dueño de la Revista Semana, quien también indicó que Dávila se iría en enero de la dirección del medio.
La candidatura llega en un momento donde la derecha se ha venido transformando, tras el desastre electoral que tuvieron en 2022 y los signos de agotamiento que el uribismo ha venido mostrando desde 2020. Ahora la derecha colombiana se encuentra en un dilema crucial frente a la necesidad de superar los límites ideológicos y organizacionales impuestos por el uribismo desde hace más de 22 años y construir un “algo nuevo” que no termina de cuajar, junto con la emergencia de una nueva derecha mucho más contestataria, radicalizada y profundamente influenciada por movimientos y tendencias internacionales, que quieren seguir el ejemplo rupturante de Milei en Argentina, de Trump en Estados Unidos, de Bukele en El Salvador y de Bolsonaro en Brasil.
Con una crisis de liderazgos creciente que ha llevado a choques en el seno del Centro Democrático o a la caricaturización de líderes como Germán Vargas Lleras, la revelación de Dávila como precandidata ha planteado la posibilidad de que su anuncio busque reorganizar y canalizar las inquietudes de esta nueva derecha emergente, de cara a la construcción de un proyecto político hacia 2026. Será clave observar si Dávila puede lograrlo.
La emergencia de una nueva derecha que quiere superar el legado uribista...
Fuente: AP
El uribismo en Colombia está en declive como fuerza política dominante debido al desgaste acumulado durante el gobierno de Iván Duque y los escándalos legales del expresidente Uribe, lo que ha llevado al surgimiento de una nueva derecha más reaccionaria y contestataria, influida por fenómenos internacionales y movilizada por nuevas figuras políticas, sectores sociales conservadores y las nuevas dinámicas digitales.
Como lo señalamos en esta historia, la derrota de los candidatos de derecha en las elecciones presidenciales de 2022, así como la disminución del caudal electoral de partidos como el Centro Democrático en las legislativas de ese mismo año, obedecen a un fenómeno común: el desgaste del discurso uribista tras cuatro años de gobierno de Iván Duque. Sus medidas impopulares desencadenaron dos estallidos sociales en 2019 y 2021, erosionando la confianza en la derecha tradicional y minando su capacidad de movilización electoral.
A esto se suma la crisis jurídica que enfrenta el expresidente Álvaro Uribe, quien en septiembre de 2020 fue sometido a prisión domiciliaria y hace varios meses fue llamado a juicio por la Corte Suprema de Justicia, en un hecho que lo relegó de la campaña electoral de 2022 y lo aleja de la de 2026. Su ausencia estratégica y la falta de un candidato claro dejaron al uribismo sin la fuerza necesaria para ser determinante en el escenario político, lo que permitió que la propuesta desde la antipolítica de Rodolfo Hernández ganara ante el discurso progresista de Petro, quien terminó canalizando el descontento social de la época.
Desde 2018, y de hecho mucho antes, con los discursos ultraconservadores que impulsaron el triunfo del “No” en el plebiscito de 2016, se ha evidenciado en Colombia el surgimiento de una nueva derecha mucho más contestataria y reaccionaria.
Este proceso ha sido alimentado por la experiencia electoral de Vox en España, la llegada de gobiernos iliberales como el de Viktor Orbán en Hungría, el primer triunfo de Donald Trump en Estados Unidos y la triada de gobiernos populistas de derechas en América Latina: Bolsonaro en Brasil (2019), Bukele en El Salvador (2019) y Milei en Argentina (2022). A lo que se le suman la llegada de estas nuevas derechas a balotajes de segunda vuelta, como el de José Antonio Kast en Chile (2021). Todo esto ha impulsado a un nuevo sector político y social que considera que la receta del uribismo, con sus emblemáticos "tres huevitos", ya no es suficiente ni viable como propuesta política.
Entre esos sectores se encuentran militares y policías retirados, sectores ultraconservadores laicos y religiosos organizados en colectivos provida, anti-LGBTIQ+ y antiglobalistas, libertarianos y organizaciones de la sociedad civil que agrupan a ciudadanos de estratos en su mayoría medios.
También se incluyen emprendedores e influencers con capacidad de movilización en plataformas como YouTube, TikTok y X (anteriormente Twitter), a los que se les suman militantes y congresistas de los partidos de oposición, como Cambio Radical, Centro Democrático y Movimiento de Salvación Nacional, además de algunos miembros de agremiaciones económicas de ganaderos y empresarios.
Este conglomerado de sectores comparte un descontento con lo que consideran una pasividad por parte de la oposición de derecha que actualmente los representa en el Congreso.
Para algunos de ellos, han faltado acciones más contundentes para evitar cierta “debacle” hacia el “socialismo” y el “modelo venezolano”, al que acusan de querer ser “implantado” durante el gobierno Petro. Por ejemplo, en emisión de radio a mediados de 2023, uno de los líderes de una de las asociaciones de militares retirados, Jhon Marulanda, señaló que había que “defenestrar” al presidente.
Aunque posteriormente Marulanda reculó y señaló que en ningún caso hablaba de romper el orden constitucional vigente en el país, sí que es verdad que el ruido de sables que ha venido desde los grupos de militares retirados muestra que para muchos de estos sectores las molestias frente a un gobierno progresista no se resuelven solamente en las calles.
No obstante, para estas nuevas derechas, las calles se han convertido en el principal nodo de organización y en el escenario fundamental de disputa frente al gobierno nacional. Allí María Fernanda Cabal ha logrado consolidar el apoyo de los sectores más radicales dentro de su partido, igual que personajes como José Jaime Uscátegui, Miguel Polo Polo, Daniel Briceño y otras figuras que están llamadas a reemplazar en el futuro a la primera generación de uribistas que llegó al Congreso en 2014.
Asimismo, las calles han permitido la llegada de muchos influencers y opinadores, como Julio César Iglesias, Jerome Sanabria, Ariel Ricardo Armel, Diego Santos y otros más, que han acaparado gran parte de las discusiones en redes sociales y han creado un nuevo ecosistema donde esta nueva derecha ha tratado de construir su propio proyecto político.
... pero que aún no ha sabido como consolidarse y ser opción de poder
Fuente: El Espectador
Los principales problemas que tiene esta nueva derecha emergente se pueden categorizar en cuatro grandes núcleos:
1). Aunque comparten un rechazo al gobierno Petro y tienen afinidades en sus posturas anticomunistas, antiprogresistas y anti-identitarias, no han construido una narrativa integral que ofrezca una visión de país atractiva para distintos sectores sociales, construyendo discursos que giran más alrededor de críticas reactivas y eslóganes agresivos.
En estos sectores existen fuertes disonancias y debates frente a la articulación de una narrativa que incluya temas de interés general desde una perspectiva de derechas, especialmente porque cada uno de los sectores que componen a estos grupos funcionan más como grupos de interés con agendas propias, que un bloque unido que mueva un proyecto político alternativo desde ese lado del espectro.
2). Tampoco poseen estructuras claras que permitan coordinar a estos actores en torno a una estrategia política común, ni existe una estrategia política clara frente a escenarios electorales y organizativos que les permita ir más allá de los ecosistemas digitales y de las dinámicas de calle.
Sin ello, existe un vacío organizativo que estas figuras no han sido capaces de llenar, lo que ha llevado a cierta improvisación y dependencia de los mensajes que se envían por redes, así como al protagonismo de estas figuras individuales para convocar manifestaciones.
3). Unido a lo anterior, estas nuevas derechas no han podido superar la crisis de liderazgos que tiene el Centro Democrático desde hace más de 4 años, ni tampoco la recortada influencia que tiene Uribe luego de que su imagen perdiera credibilidad en los últimos años.
Con un partido político desgastado, sin liderazgos visibles fuertes y con un partido tendiendo hacia la fragmentación, la radicalización de estos sectores ha impedido que nuevos liderazgos articulen alrededor de ellos a muchos más sectores, llevando a fracasar en su intento de apelar a un electorado más amplio o moderado, lo que se convertiría en un elemento clave para consolidar un proyecto político con mayores posibilidades de llegar al poder.
4). No poseen tampoco la capacidad de organizar un movimiento político común, ni de tener incidencia dentro de los bloques políticos de los partidos de derecha en el Congreso. Muchos de estos sectores de nueva derecha son colectivos pequeños que suelen articularse en escenarios de movilización y en redes sociales, pero que no aún no cuentan con las bases organizativas, el liderazgo y la capacidad de movilización necesarios para ser relevantes en el escenario político nacional.
Estos grupos de interés carecen de cohesión entre sí, además de que existe cierta desconfianza entre los partidos y los grupos, especialmente porque mientras unos se consideran poco escuchados y excluidos como base política de estos partidos, otros en a los movimientos emergentes como grupos radicales poco confiables.
La candidatura de Vicky Dávila, ¿el primer intento de organizar a esta nueva derecha?
Fuente: La Silla Vacía.
Aquí es donde Vicky Dávila ingresa en la ecuación. Aunque desde inicios de 2024 había declarado que no tenía interés por ser candidata hacia 2026, Blu Radio reveló en primicia que la directora de la Revista Semana y una de las periodistas más relevantes del país había decidido lanzarse al ruedo como precandidata presidencial, luego de que la mayoría de los sondeos que han salido en los últimos meses la ubican como una potencial competidora relevante.
Sin embargo, ¿qué razón tiene lanzarse tan temprano a la contienda presidencial, cuando falta todavía año y medio para las elecciones y cuando hasta ahora han empezado los primeros tanteos previos a la temporada preelectoral, que comienza en marzo-abril de 2025?
Por ahora, Dávila está apuntándole a 4 grandes tendencias:
1). Su anuncio de precandidatura coincide con el inicio de las rondas consultivas dentro del Centro Democrático a finales de 2024, lo que podría interpretarse como una estrategia para posicionarse frente a los cambios y tensiones internas que enfrenta el partido, especialmente frente a las desconfianzas que el precandidato y senador Miguel Uribe genera dentro de la colectividad, al igual que el rechazo soterrado que un sector del partido tiene frente a las propuestas más radicales de María Fernanda Cabal.
2). Dávila ha comenzado a proyectar una imagen de ‘outsider’ al aprovechar su presencia mediática y redes sociales, como desde la Revista Semana, que pasará a estar dirigida por Yesid Lancheros, quien es cercano suyo. Necesita tiempo para construir una narrativa creíble que la ubique como opción frente a sectores del electorado descontentos con la política tradicional y con el gobierno progresista y sus promesas de cambio.
3). Cuenta con el respaldo de ciertos grupos económicos y gremiales, incluyendo a empresarios como Gabriel Gilinski, quien le ha venido respaldando desde que le confiaron la dirección de Revisa Semana, que es de su propiedad, y que se traduce en potenciales apoyos financieros y mediáticos a futuro. Dávila también busca ganarse a un gran sector del empresariado y de los grandes grupos económicos del país.
4). Busca llegar posicionada a la consulta interpartidista de la derecha, queriéndose diferenciar de las candidaturas de políticos más tradicionales que están emergiendo de allí (como la de Germán Vargas Lleras o Paloma Valencia, mucho más institucionalistas), como buscando canalizar las candidaturas más radicales que saben que pueden perder, pero buscan consolidarse desde sus grupos de interés para negociar, como es el caso de Pierre Onzaga, organizador de las marchas opositoras de los últimos 2 años.
Estas tendencias son importantes, porque a partir de ellas Dávila podría servir para alinear a diferentes sectores, pero dependerá de su capacidad para negociar entre estos intereses dispares y construir una propuesta política atractiva para un electorado más amplio, aprovechando su imagen de “outsider” por un lado, y presentando un discurso mucho más integral y unificador desde sus plataformas de redes sociales por el otro. De hecho, ya Dávila desde hace varios meses ha venido lanzando línea discursiva al respecto desde su cuenta de X (anteriormente Twitter), desde donde ha lanzado mensajes y visos de lo que puede ser su programa político.
Además, Dávila ha querido mostrarse mucho más cercana en sus mensajes en redes sociales frente a los sectores más técnicos de la derecha (reflejados en figuras como Paloma Valencia), así como ha querido canalizar los discursos más reaccionarios de los sectores radicales, pero matizándolos para hacerlos más digeribles para los grandes gremios económicos y grupos de interés en el país, lo que le permite llegar a mucha más gente.
Dávila, en otras palabras, parece estar buscando superar las limitaciones que del discurso tradicional del uribismo ha tenido desde hace más de 20 años y que han impuesto una rigidez en el marco narrativo de la derecha, un monopolio total sobre los proyectos políticos e ideológicos dentro de este espectro, y una falta de apertura a estos nuevos mensajes frente a la conservación del discurso original del uribismo, centrado en la seguridad democrática, la confianza inversionista y la política social asistencialista (mensaje que encarna, por ejemplo, Miguel Uribe).
Con esta ruptura, Dávila pretende canalizar la dispersión existente, consolidar los diferentes grupos que conviven dentro de los ecosistemas digitales de derecha, posicionarse como un puente entre radicales y moderados, y articularse con los grupos de base que ya no se sienten representados por los partidos y que se moviliza en las calles, con un discurso altamente neoconservador, punitivista, alineado con el discurso de Trump en Estados Unidos y con una política económica que pretende emular algunos aspectos del programa de Milei, como los fuertes recortes presupuestales en el gasto público y una liberalización más agresiva del mercado.