Por: Redacción Pares
El Bajo Cauca antioqueño lleva la maldición de la riqueza, como tantos otras regiones colombianas. La minería ha estado allí, desde la época de la conquista. Segovia tiene un corazón lleno de oro. Las multinacionales y los mineros artesanales han juntado su hambre para acabar no sólo con su paisaje sino con el tejido social. El 11 de noviembre de 1988 era un viernes. Los mineros copaban los bares del municipio celebrando la paga. Lo que entraba por un bolsillo se salía por el otro. Era la economía minera. Unos meses atrás el pueblo había cometido un error: haber elegido un alcalde de la UP. Se necesitaba darles una lección. En esa época estaba recién desembarcado en Colombia el temible mercenario israelita Yahir Klein, importado por el clan Castaño, con ayuda de Henry Pérez, amo y señor del Magdalena Medio, para entrenar paramilitares. La excusa fue contrarrestar el avance de la insurgencia. La razón era quedarse con las tierras. Con la riqueza de los campesinos.
Para esto tenían sus propios perros de presa. Alonso de Jesús Baquero era uno de ellos. Le decían el negro Vladimir y si el genocidio de la UP tiene un rostro sería el de él. Nacido en el Magdalena Medio paradójicamente Baquero fue miembro de las Juventudes Comunistas a los 13 años, luego se uniría a las FARC. Después se saldría de esa organización guerrillera y en los ochenta, como tantos otros, cambiaría por convenciencia económica, de bando. Sería paramilitar. El más encarnizado de todos. Cumplía varias funciones para la casa Castaño, era patrulla, guardia, conductor y coordinador de tortura. Le gustaba la sangre. Además de torturar picaba cadáveres. A esta práctica él la bautizó como la picalesca. En una entrevista con el periodista Steven Dudley describió su oficio dentro de los paras:
“Cuando uno está con los paramilitares mata a mucha gente. Cada día traían cinco, diez, veinte persona al centro de detención que teníamos dependiendo del lugar donde estuvieramos. Algunas de estas eran torturadas tan cruelmente que ni siquiera podían pensar, se enloquecían. Algunas tenían medio brazo, las rodillas convertidas en pedazos. A veces les hacía un favor cuando las mataba”.
Vladimir perpetró masacres terribles. Una de ellas acaba de cumplir el pasado 11 de noviembre 36 años. La masacre de Segovia. Allí murieron, en ese viernes 46 personas. Se suponía que Vladimir, quien estaba al mando de ese comando paramilitar, siempre recibiendo ordenes del clan Castaño, tenía lista en mano para aniquilar sólo a los miembros de la Unión Patriótica. Pero nada de esto pasó. Las ráfagas no perdonaron ni a niños ni ancianos. Después vendrían otras masacres como la de la Rochela, Puerto Araujo y además 19 comerciantes. Pero se le atribuye el asesinato, con sus propias manos, de más de 100 miembros de la Unión Patriótica, el partido político creado en 1985 después de que Belisario Betnacur y el secretariado de las FARC intentaran lograr un diálogo de paz. Se suponía que iba a ser la salida negociada al conflicto. Pero todo terminaría en una carnicería.
Yahir Klein vivía orgulloso del negro Vladimir. Decía que era su alumno más aventajado. Pero en una entrevista que le hizo la revista Semana en el 2002 se muestra modesto y señala a alias “Ponzoña” y alias “Henry” de quienes dijo Vladimir “eran mejores que yo en el polígono”. Vladimir fue de los primeros paramilitares que reconoció la colaboración que tenían con las Fuerzas Armadas. Señaló, por ejemplo, al reconocido general Farouk Yanine quien, según su versión, les habría prestado colaboración a los paras en el Magdalena Medio. Sobre su relación con Díaz dice lo siguiente en la citada entrevista con Semana:
“El está diciendo mentiras porque sí nos conocimos personalmente. A él lo vi por primera vez en Bogotá en el Batallón de Artillería. Ese día yo les estaba dando una conferencia a unos subtenientes que hacían curso para tenientes efectivos. A mí me llevó el coronel Dionisio Vergara. En la charla les dije que el Ejército estaba equivocado en la forma como se desplazaba en las zonas campesinas y que por eso era que caía tan fácilmente en las emboscadas. Después de eso volví a ver al general Yanine en la escuela 01 cerca de Puerto Boyacá. El fue personalmente con el coronel Dávila, comandante del Batallón Bárbula, y un sargento de apellido Campaz. De esa reunión con las autodefensas salió la instrucción de que debíamos pasar de la defensiva a la ofensiva. El mismo general Yanine llevó la iniciativa con el argumento de que nosotros debíamos hacer lo que el Ejército no podía hacer”
Yanine negó lo anterior. El Negro Vladimir ha sido condenado varias veces por estas masacres. Su testimonio sería fundamental para saber aún mas detalles sobre la estrecha colaboración entre fuerza pública y paramilitares. Es nuestro deber recordar cada 11 de noviembre a los caídos en la masacre de Segovia, una región que sigue sufriendo los rigores de la violencia.
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