Por: Redacción Pares
En Ríosucio, Chocó, Yolanda Perea se crió. Fue niña en los ochenta, la década en donde todo empezó a corromperse. Igual, la niñez no fue un problema. En Rio Sucio se vive de la pesca, la agricultura y, como en toda actividad humana, la tala indicriminada de árboles es una de las peores amenazas que corre su pueblo. Estaba su mamá, su abuelo y sus cuatro hermanos. Y el monte, el lugar donde se esconden las fantasías de los niños. Pero todo terminó abruptamente a los 11 años.
Corría el año 1995 cuando se topó con su verdugo. Dormía con sus hermanos. Eran las 11 de la noche cuando el hombre entró al cuarto. Era un guerrillero del frente 57 de las FARC. Mientras la agredía sexualmente le puso una pistola en la cabeza. Al otro día le contó a su madre, María Ricardina Perea. Ella era más que su madre, fue su maestra, la persona que le enseñó a pelear por los demás. La propia Yolanda ha dicho que fue lo que le pasó a su madre lo que la impulsó a convertirse en la líder que es hoy en día. Ella hizo la denuncia. Las FARC regresaron una semana después. A María Ricardina la amarraron a un palo y la fusilaron delante de la familia.
A los hermanos Perea no les quedó de otra que irse para Medellín. El término madurar biche en Colombia hace referencia a todos los muchachos que deben empezar la vida adulta de manera abrupta. La violencia ha hecho madurar de manera salvaje a más de un muchacho. Yolanda Perea fue una de ellas. Tenía 26 años cuando empezó a liderar la Corporación Afrocolombianos El Puerto de Mi Tierra en donde ha escuchado las infamias de una guerra, como la colombiana, que no tiene fin. Sobre todo una guerra que se ha ensañado contra las mujeres.
Lo primero que tuvo que lavarse Yolanda Perea fue la culpa. Ella creía, como tantas otras víctimas de violencia sexual -donde hay 34 mil mujeres violentadas de las cuales el 22% son negras-, que ella tenía algo que ver con lo que le sucedió, independientemente de un contexto en donde fue su agresor el que entró a su cuarto, armado, mientras ella dormía. Yolanda vivió y estuvo de acuerdo con los acuerdos de paz de La Habana en donde volvió a mirar a la cara sus victimarios. Es un ejemplo de perdón, de resilencia y por eso su voz se hace escuchar en la mesa de negociación con el ELN. Yolanda ha sido reconocida en el 2018 como una de las más destacadas líderes de defensoras de derechos humanos por su apoyo a 300 familias y 500 niños de Riosucio.
Pero, a pesar de su compromiso con la paz, Yolanda no es ciega. Sabe que la violencia sexual de esos grupos armados debe ser puesta sobre la lupa. Su testimonio es clave en el capítulo que maneja la JEP contra miembros de las FARC por violencia sexual. Las amenazas han sido una constante en su vida. En su cumpleaños numero 36, en el 2020, le llegó a su casa un corazón de vaca lleno de clavos y una nota que le decía “el último cumpleaños es el mejor”.
Yolanda se ha repuesto a todo. Y sigue pensando que las mujeres no deben esperar que el gobierno les de un papel para asumir sino que ellas deben irrumpir, exigir, tomar los papeles y griten y denuncien que han sido tratadas como botín de guerra en un conflicto de más de sesenta años.
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